lunes, 05 de mayo de 2025
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Arborelius: Con alma de pastor, pero con riesgo de convertirse en oveja

Tal vez el cardenal Anders Arborelius, obispo de Estocolmo, tenga el espíritu necesario para dirigir el barco, pero ¿sabe cómo manejar el timón?

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Foto: Vatican News

Redacción (05/05/2025, Gaudium Press) En el crepúsculo de un pontificado marcado por las reformas estructurales y la búsqueda de una Iglesia “en salida”, el Colegio Cardenalicio se encuentra ante la inevitable responsabilidad de discernir el perfil del sucesor de Pedro. Entre la lista de posibles candidatos destaca discretamente —pero no sin interés— el nombre del cardenal Anders Arborelius, obispo de Estocolmo, cuya singularidad desafía las categorías tradicionales del análisis vaticano.

Es el primer cardenal en la historia de Suecia, un país predominantemente luterano y cada vez más secularizado. Su biografía, marcada por una conversión tardía y el ingreso en la Orden de los Carmelitas Descalzos, combina elementos espirituales, culturales y pastorales que lo sitúan fuera de los ejes habituales de poder en la Iglesia, lo que, paradójicamente, podría situarlo en el centro de un futuro cónclave.

Nacido en 1949 en Sorengo, Suiza de habla italiana, y criado en Lund, sur de Suecia, Anders Arborelius fue bautizado en la tradición luterana. Sólo a los 20 años, después de una profunda experiencia espiritual, se unió a la Iglesia católica, convirtiéndose más tarde en carmelita descalzo y siendo ordenado sacerdote en 1979. Nombrado obispo de Estocolmo en 1998 por san Juan Pablo II, se convirtió en el primer sueco en ocupar este cargo desde la Reforma protestante. Su creación cardenalicia por el Papa Francisco en 2017 fue interpretada como un gesto de reconocimiento a su fidelidad, discreción y capacidad de evangelización en tierras consideradas misioneras, y como un signo de la voluntad del Papa de incluir las “periferias geográficas y espirituales” en el centro de la vida de la Iglesia.

El trabajo del cardenal Arborelius en una diócesis que abarca todo el territorio sueco se ha caracterizado por un delicado equilibrio entre la ortodoxia doctrinal y la apertura pastoral. En un escenario donde los católicos representan menos del 2% de la población —la mayoría formada por inmigrantes de origen polaco, árabe y africano— Arborelius destaca por su capacidad de preservar la identidad católica sin ceder al relativismo. Su oposición pública a la ideología de género y a la trivialización de la moral sexual cristiana coexiste con una genuina sensibilidad por el diálogo ecuménico e interreligioso, algo casi obligatorio en un contexto escandinavo, marcado por la coexistencia diaria con luteranos, musulmanes y ateos.

Gusta de estar fuera de los focos

Sin embargo, su imagen se caracteriza por una profunda humildad personal. Tiende a evitar las entrevistas, rara vez toma la iniciativa en los debates públicos y tiende a mantenerse fuera de los focos, priorizando el silencio contemplativo heredado de su tradición carmelita. Esta postura, que en otros contextos podría verse como debilidad, adquiere un valor simbólico en una época dominada por el ruido mediático y por líderes carismáticos, a veces superficiales. En Roma, su discreción se interpreta como firmeza. Sin embargo, el hecho de que nunca ocupara cargos gubernamentales en la Curia Romana plantea dudas sobre su capacidad administrativa, especialmente en vista de los complejos mecanismos que rigen el funcionamiento de la Sede Apostólica.

Desde un punto de vista geopolítico, su elección representaría una ruptura significativa. Un Papa de Escandinavia sería un acontecimiento sin precedentes en la historia bimilenaria de la Iglesia, con valor simbólico no sólo a nivel ecuménico —dada la historia de cisma y reconciliación con el mundo protestante— sino también en la afirmación de que la Iglesia no se deja guiar por criterios de densidad demográfica o de influencia política. Su elección sería pues la canonización de una lógica de descentralización y de opción preferencial por los márgenes, una tendencia ya perceptible en los consistorios de Francisco.

Sin embargo, como señala el vaticanista John Allen en un análisis publicado por el portal Crux Now, Arborelius no puede ser considerado un “favorito” en sentido estricto. Carece de una base sólida de apoyo curial. Es aún poco conocido por gran parte de los electores del Colegio Cardenalicio y su falta de experiencia diplomática podría pesar negativamente en un pontificado cada vez más presionado por las crisis internacionales, los conflictos armados y la necesidad de diálogo con las potencias mundiales. Además, su liderazgo episcopal se ejerció en una diócesis pequeña, con recursos limitados y lejos de los desafíos típicos de las megalópolis latinoamericanas o de las archidiócesis europeas más tradicionales.

Sin embargo, su perfil responde a un deseo creciente entre los cardenales de una figura de consenso, libre de vínculos ideológicos exacerbados, dotada de espíritu de oración, de vida sencilla y de fidelidad a la doctrina. Su trabajo en dicasterios relevantes —como el de los Obispos, el del Clero y el de la Unidad de los Cristianos— permite vislumbrar una articulación silenciosa pero efectiva con los centros de decisión eclesiásticos. En tiempos de transición, el Colegio puede inclinarse por un nombre que “está fuera del radar”, pero que ofrece estabilidad, sobriedad y un espíritu de servicio: virtudes que, de hecho, siempre han sido queridas en la tradición petrina.

¿Sería entonces un auténtico papabile? Quizás el término más preciso sea “posible sorpresa”. Su elección dependería de un cónclave desgastado por las tensiones internas, con los bloques en un impasse y una mayoría que busca un pastor, no un gestor. Si el próximo Papa ha de ser una figura de síntesis, que reconcilie tradición y renovación, que sea doctrinalmente firme pero pastoralmente afable, Arborelius puede surgir como una elección inesperada, pero coherente con el espíritu de los tiempos. En una Iglesia cada vez más global, sus orígenes periféricos, su pasado de conversión y su espiritualidad profundamente arraigada pueden resultar providenciales.

Si el ecumenismo es realmente la máxima prioridad de los cardenales, Anders Arborelius es sin duda el hombre adecuado: un símbolo elocuente del posible diálogo entre Roma y las tierras que una vez perdieron ante Lutero y Calvino. Pero, seamos sinceros, fuera de este territorio ecuménico, tan nórdico como nebuloso, Su Eminencia carecerá del apoyo para gobernar una Iglesia marcada por complejidades culturales, presiones geopolíticas e intrigas curiales seculares.

En resumen, tal vez Arborelius tenga el espíritu para dirigir el barco, pero ¿sabe cómo manejar el timón? Restaría esperar, por tanto, que, si es elegido para guiar la Iglesia, no acabe siendo guiado por sus colaboradores por su inexperiencia y su buen corazón, saludando a la multitud desde el papamóvil, mientras la maquinaria vaticana —imperturbable— determina su ruta.

Por Rafael Tavares

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