La visión de altares a la luz de las velas, el canto gregoriano e iconografía sofisticada son un camino privilegiado hacia Dios, que atrae a las nuevas generaciones.
Misa pro eligendo Pontifice 2013
Redacción (16/05/2025 14:35, Gaudium Press) Hay imágenes que no se borran. El canto de la tradicional antífona In Paradisum resonaba sobre la Plaza de San Pedro, cuando la Iglesia rezaba por el alma del Papa Francisco en el funeral del papa argentino el 26 de abril.
El largo cortejo de cardenales vestidos de rojo seguía en silencio, con el peso de los siglos sobre sus hombros; la procesión solemne de los 133 cardenales electores, yendo lentamente de la Capilla Paulina hacia la Capilla Sixtina, mientras se cantaba el himno Veni Creator Spiritus, invocando el Espíritu Santo cuando el Cónclave estaba por comenzar, el 7 de mayo.
Entonces, después de la orden en latín “Extra omnes” (Todos afuera), las grandes puertas de bronce de la icónica Capilla Sixtina se cerraron, aislando al mundo. Todos esos momentos cautivaron a fieles y no fieles en todo el mundo, despertando una admiración renovada por la belleza inherente al catolicismo.
Antídoto para la contingencia humana
Publicaciones y comentarios proliferaron en la red social X y en Instagram, prestando homenaje al espectáculo generado por las tradiciones seculares de la Iglesia. Un número creciente de voces hacía reivindicaciones más osadas.
“La estética católica es bella, porque la religión es verdadera”, dijo una cuenta en la red social X – una frase que repercutió más allá de los círculos católicos habituales. En un ecosistema online saturado de gratificaciones inmediatas y modismos pasajeros, la idea de que la belleza puede significar una verdad inmutable parece no solo vigorizante, sino silenciosamente revolucionaria.
En el núcleo de esa fascinación renovada está el instinto de que la belleza católica no es meramente accidental o decorativa, sino objetivamente reveladora. Ese movimiento reciente online no es impulsado por autoridades eclesiásticas, sino por figuras de base, como Julia James Davis, creadora de War on Beauty, cuya presencia en YouTube, en X y en Instagram se convirtió en un punto de convergencia hacia esa sensibilidad.
David dice que el abandono de la belleza por la cultura moderna –en la arquitectura, en el arte, en el vestuario y hasta en las costumbres– refleja un rechazo más profundo de la propia verdad. El catolicismo, por el contrario, guarda una forma de belleza aún ordenada, trascendente y abiertamente vuelta hacia el alma.
La crítica de Davis resuena con las generaciones más jóvenes que navegan por un paisaje cultural de minimalismo estéril y utilitarismo agresivo. Para ellas, la visión de altares a la luz de las velas, canto gregoriano e iconografía sofisticada son sinónimos de trascendencia y ofrecen un camino privilegiado hacia Dios.
Otras tendencias recientes confirmaron ese fenómeno social, comenzando por el suceso extraordinario de la tradicional peregrinación de París a Chartres, que tiene que rechazar millares de inscripciones todos los años debido al gran número de fieles.
En Francia, cerca de 10 mil adultos –un número récord– fueron bautizados en la Pascua de este año, un aumento de 45% en relación con el año anterior. En el Reino Unido y en Bélgica, aumentos semejantes se están registrando. Y en los tres países, así como en los EE.UU., los nuevos convertidos más comunes no son de edad mediana o ancianos, sino jóvenes adultos en la franja de los 20 años. En sus testimonios, repetidamente, la belleza es mencionada: la belleza de la liturgia, de la música sacra, de los ritos antiguos.
Genio católico
Esa intuición –de que la belleza habla de la verdad– no es nueva.
Después de la Revolución Francesa, hace dos siglos, el escritor francés François-René de Chateaubriand, en su obra maestra El Genio del Cristianismo, formuló lo que muchas personas online están descubriendo ahora instintivamente. En una época en que el iluminismo había reducido la religión a principios éticos, Chateaubriand veía la belleza como la forma más completa de apologética para reafirmar la realidad de la Encarnación. La veracidad de una religión, dijo él, se juzga por la belleza que ella disemina y por la sofisticación de sus dogmas, áreas en las cuales el cristianismo se destacó como ningún otro a lo largo de los siglos. Se debe mirar, dice él, no solo hacia los santos y teólogos, sino también la herencia material que la fe produjo.
“Apegados a los pasos de la religión cristiana”, escribió él sobre las artes, “ellos la reconocieron como su madre tan pronto ella apareció en el mundo… La música registró sus cantos, la pintura representó sus tristezas, la escultura soñó con ella al lado de los sepulcros, y la arquitectura le construyó templos tan sublimes y misteriosos cuanto su pensamiento”.
Para Chateaubriand, la belleza no era opcional, sino esencial. La música, por ejemplo, no servía solo para proporcionar placer, sino para purificar el alma y elevarla a la virtud.
“La música más bella”, dice él, “es aquella que imita más perfectamente lo bello”. Cuando la religión se apodera de la música, dice Chateaubriand, ella combina dos condiciones indispensables para la armonía: belleza y misterio.
Pero en ningún otro lugar eso es más impresionante que en la arquitectura. Para Chateabriand, el templo cristiano –especialmente en su forma gótica– es la personificación de la presencia divina.
“Por eso no hay nada más religioso que las bóvedas de nuestras antiguas iglesias góticas. No se puede entrar en una de esas iglesias sin sentir un estremecimiento de devoción y una vaga sensación de lo divino”, escribe él.
Capilla Sixtina
Es difícil imaginar un paralelo más perfecto con la Capilla Sixtina, donde sucedió el reciente Cónclave que llevó a la elección del Papa León XIV. Cuando los cardenales se presentaron bajo la pintura del Juicio Final de Miguel Ángel, no estaban en un salón de reuniones neutro, sino en un espacio lleno de pretensiones teológicas. Sus paredes con frescos y su techo celestial son, de hecho, meras proclamaciones de fe.
Lo que Chateabriand nombró con el lirismo de la literatura romántica, una nueva generación lo está redescubriendo por medio de algoritmos, reels y capturas de pantalla. Las plataformas cambiaron, pero el mensaje permanece inalterado: la belleza del catolicismo es la forma exterior de una realidad viva; es el eco visible de una verdad demasiado vasta como para ser absorbida de una sola vez.
Hambre cultural
Muchos pensadores de nuestro tiempo creen que el mundo post-moderno, que emergió de la Segunda Guerra Mundial, está enfrentando una “crisis de belleza” sin precedentes y que eso de eso no se salva la Iglesia.
“Artistas y escritores católicos se sienten aislados y alejados tanto de la sociedad, cuanto de la Iglesia. La Iglesia Católica había perdido su conexión tradicional con la belleza”, dijo la poetisa Dana Gioia en 2019. La apologética pos-conciliar, que se concentraba en la razón, en la ética y en la justicia social, tendía según observadores, a marginalizar la belleza como, en la mejor de las hipótesis, una herramienta periférica en la misión evangelizadora de la Iglesia y, en la peor, un vehículo para el orgullo y la ganancia.
Hans Urs von Balthasar, uno de los mayores teólogos católicos del siglo XX, alertó en su libro The Glory of the Lord: Seeing the Form (La Gloria del Señor; Viendo la Forma, en traducción libre), publicado en 1982, que abandonar la belleza significa falsificar la propia fe.
“No osamos creer más en la belleza”, escribió él, diciendo que “la belleza exige para sí misma por lo menos tanto coraje y decisión, cuanto la verdad y la bondad, y ella no se dejará separar y desterrar de sus dos hermanas sin llevarlas consigo en un acto de venganza misteriosa”.
Para von Balthasar, la belleza no era un lujo, sino una necesidad, el brillo de la verdad hecho visible.
La filósofa Simone Weil, atraída por el misterio de la Iglesia sin jamás adentrarlo formalmente, llegó a una conclusión semejante: “Lo bello es la prueba experimental de que la Encarnación es posible”, escribió ella. La belleza, para ella, no es un sentimiento, sino metafísica. Es el momento en que el alma es traspasada por algo que la trasciende y reconoce su presencia.
El renacimiento espontáneo de la estética católica online –en un momento en que nuevas conversiones abundan inesperadamente– es, por lo tanto, particularmente significativo, especialmente porque no surge de una estrategia eclesial, sino del hambre cultural popular. Esos jóvenes apasionados, en busca de significado, están descubriendo, como Chateaubriand descubrió en su época, que el catolicismo no tiene solo belleza. Él la revela – porque es verdadero.
(Artículo escrito por Solène Tadié, corresponsal europea de National Catholic Register, publicado en Acidigital. Traducción Gaudium Press).
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