domingo, 18 de mayo de 2025
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León XIV: El dulce Cristo en la Tierra

Ustedes me han llamado a suceder al primero de los Apóstoles, me confían este tesoro, para que, con su ayuda, sea su fiel administrador en favor de todo el cuerpo de la Iglesia; de modo que esta sea cada vez más la ciudad puesta sobre el monte, arca de salvación que navega a través de las mareas de la historia, faro que ilumina las noches del mundo”

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Redacción (18/05/2025, Gaudium Press) Se apagan a la vista del mundo los momentos de la misa “Pro Eligendo Pontifice”, la solemnidad del cortejo procesional de los cardenales rumbo a la Capilla Sixtina, el momento del juramento previo, el cierre frente a nuestros ojos de las bellas puertas; se iniciaba el Cónclave. Las redes ardían de noticias: humo negro, humo negro, hasta el momento tan esperado que diera las exclamaciones de los que allí, en la plaza de San Pedro, se encontraban: ¡humo blanco, sonar de las campañas!

En poco tiempo saldría al balcón el cardenal protodiácono Dominique Mamberti, proclamando el Habemus Papam y el nombre del Cardenal estadounidense, Robert Prevost; gritos de júbilo y la espera de verlo. Con su roquete, muceta y bella estola, apareció el Santo Padre recién elegido: León XIV.

Emocionado, silencioso, mirando de un lado a otro a la multitud presente, elevando las manos en agradecimiento, esperó pacientemente las múltiples exclamaciones de los católicos allí reunidos. Querían oírlo por primera vez y recibir su bendición. Sus bellas palabras de inicio nos volvían al momento del primer encuentro de Jesús con los suyos en la Resurrección: “¡La paz esté con todos ustedes! Queridos hermanos y hermanas, este es el primer saludo de Cristo resucitado, el Buen Pastor, que ha dado la vida por la grey de Dios”.

Profundizaba a continuación: “la paz de Cristo, resucitado, es una paz desarmada y desarmante, humilde y perseverante”, que “proviene de Dios, que nos ama a todos incondicionalmente”, resaltando que, en ese amor de Dios a todos, “el mal no prevalecerá”.

En su deseo de “construir puentes, con el diálogo, con el encuentro”, ponderaba que “el mundo necesita su luz”, la luz de Cristo, e invitaba a “proclamar el Evangelio, para ser misioneros”, para “buscar la paz, la caridad, siempre estar cerca especialmente de aquellos que sufren”. Que todos juntos recen “por esta nueva misión, por toda la Iglesia, por la paz en el mundo”, invocando “a María, nuestra Madre”.

Enunciaba su pensamiento y mostraba lo que será su pontificado con un estilo propio, con gran espíritu misionero, testimonio del Evangelio y especial visión del crucial futuro que le espera.

Expresiones salidas de un corazón misionero, de hombre lleno de devoción a la Santísima Virgen – especialmente a la Madre del Buen Consejo de Genazzano, Italia -, debemos decir que tienen su “nacimiento” en su querida madre, doña Mildred Martínez, de ascendencia española, muy participativa en su iglesia; así como de su padre, don Louis Prevost, catequista, ambos de misa diaria en la parroquia Santa María de la Asunción, en Chicago. Es decir, creció con la santa Iglesia y temprano fue el germinar de su vocación sacerdotal, pues entró a los 14 años en el noviciado de San Agustín.

Llena de significado fue la homilía en la celebración eucarística al día siguiente de su elección, acompañado por los Cardenales, electores y no electores, en la Capilla Sixtina.

Ustedes me han llamado a cargar esa cruz y a ser bendecido con esa misión”, compartía con sus anteriores pares en el cardenalato: “a través del voto de ustedes a suceder al primero de los Apóstoles me confían este tesoro, para que con su ayuda, sea su fiel administrador en favor de todo el cuerpo de la Iglesia; de modo que esta sea cada vez más la ciudad puesta sobre el monte, arca de salvación que navega a través de las mareas de la historia, faro que ilumina las noches del mundo”; esto se logrará, “por la santidad de sus miembros”.

Continuando con su reflexión – pues realmente lo ha sido esta homilía en momento, lugar y presencia toda especial – se preguntaba sobre la respuesta del mundo, de “un mundo que considera a Jesús una persona que carece totalmente de importancia” y que, cuando “su presencia se vuelva molesta por las instancias de honestidad y las exigencias morales que solicita, este mundo no dudará en rechazarlo y eliminarlo”.

Y la de la gente común, “que lo consideran sólo un hombre, y por eso, en el momento del peligro, durante La Pasión, también ellos lo abandonan y se van, desilusionados”.

Llamaba la atención ante la “actualidad de estas dos actitudes” que se encuentran “en la boca de muchos hombres y mujeres de nuestro tiempo”. Muchos, prefieren “otras seguridades”, como “la tecnología, el dinero, el éxito, el poder o el placer”.

Llevando su homilía, a una verdadera meditación para los cardenales presentes y para el mundo todo que acompañará estas sabias frases del recién elegido Santo Padre León XIV, exhortaba que en esos “ambientes en los que no es fácil testimoniar y anunciar el Evangelio, donde se ridiculiza a quien cree, se le obstaculiza y desprecia, o, a lo sumo, se le soporta y compadece; sin embargo, precisamente por esto, son lugares en los que la misión es más urgente, porque la falta de fe lleva a menudo consigo dramas como la pérdida del sentido de la vida, el olvido de la misericordia, la violación de la dignidad de la persona en sus formas más dramáticas, la crisis de la familia y tantas heridas más que acarrean no poco sufrimiento a nuestra sociedad”.

Y para que no queden dudas, también llamó la atención a los que lo consideran a Jesús como “una especie de líder carismático o a un superhombre”.

Estas palabras, diríamos las primeras después de las que dijera a la multitud reunida para recibir su primera bendición Urbi et Orbi, las concluyó diciendo que: “Este es el mundo que nos ha sido confiado, al que estamos llamados a dar testimonio de la fe gozosa en Jesús Salvador”, invitando a compromiso con un camino de conversión cotidiano, “lo digo ante todo por mí, como Sucesor de Pedro”.

Por eso, su lema episcopal, que ha quedado como escudo pontificio es: “In illo uno unum” (“En Cristo, somos uno”).

Qué bella invitación, personal y general para todos, y para eso pedía: “Que Dios me conceda esta gracia, hoy y siempre, con la ayuda de la tierna intercesión de María, Madre de la Iglesia”.

(Publicado originalmente en La Prensa Gráfica de El Salvador, 18 de mayo de 2025)

Por el P. Fernando Gioia, EP

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