miércoles, 02 de julio de 2025
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¿Un católico puede ser cremado después de la muerte?

La elección de la cremación va acompañada de gestos que contrarían la enseñanza de la doctrina católica respecto a la resurrección, por el modo en que se tratan las cenizas de los difuntos.

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Foto: Wikipedia

Redacción (02/07/2025 08:53, Gaudium Press) En sus inicios, la Iglesia Católica adoptó la costumbre de enterrar los cuerpos de los cristianos fallecidos. Prueba de ello son las catacumbas –que aún existen y reciben numerosos visitantes- donde los fieles se reunían para rezar y asistir a la Santa Misa en tiempos de persecución.

Esta costumbre fue adoptada con preferencia a la cremación, no porque esta última fuera, en sí, un mal, sino por respeto a la sensibilidad humana, a la cual repugna colaborar en la destrucción del cuerpo de un pariente querido. Por otra parte, la incineración del cadáver era un acto ritual de algunos cultos paganos, lo que llevó a la Iglesia, siempre celosa en la defensa de la Fe, a optar por la inhumación.

Verbrennung eines Toten in einem Krematorium 2009 09 05 700x788 1La doctrina católica sobre este tema, recogida por la entonces Congregación para la Doctrina de la Fe, es sencilla y clara: “La Iglesia sigue prefiriendo la sepultura de los cadáveres, porque de este modo se manifiesta una mayor estima por los difuntos; sin embargo, no se prohíbe la cremación, a no ser que se haya preferido por motivos contrarios a la doctrina cristiana” (Ad resurgendum cum Christo, n. 4). El Catecismo de la Iglesia Católica también nos enseña: “La Iglesia permite la cremación, a no ser que ello ponga en tela de juicio la fe en la resurrección de los cuerpos” (CCE 2301).

San Pablo nos enseña en la Primera Carta a los Corintios que: “si por un hombre entró la muerte, por un Hombre viene la resurrección de los muertos. Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos revivirán. Pero cada uno en su debido orden: como primicias, Cristo; luego, en su venida, los que pertenecen a Cristo” (15, 21-23). Y lo mismo profesamos en el Credo: “Creo en la resurrección de la carne, en la vida eterna”.

La Liturgia, a través de las palabras, pero también a través de los gestos, movimientos y símbolos, continúa realizando la obra de Jesucristo. Por eso San Agustín indica que, enterrando los cuerpos de los fieles difuntos, la Iglesia confirma la fe en la resurrección de la carne (cf. De cura pro mortuis gerenda, c. 3, n. 5). De este modo se manifiesta lo que dice Tertuliano: “La resurrección de los muertos es la fe de los cristianos: creyendo en ella, somos lo que profesamos” (De resurrectione carnis, c.1, n.1).

Por esta razón, a quienes eligen la cremación no se les deben negar los sacramentos ni siquiera los ritos funerarios, a menos que durante la vida la persona haya expresado el deseo de ser incinerada por razones contrarias a la Fe. En este caso, la norma de la Iglesia es negar los ritos funerarios, según lo determina el derecho (cf. CIC, can. 1184 § 1, 2º).

En efecto, la elección de la cremación suele ir acompañada de gestos que contradicen la enseñanza de la doctrina católica respecto a la resurrección, debido al modo en que se tratan las cenizas de los difuntos. Por ello, la Iglesia determinó recientemente especial cuidado respecto a este punto, como, por ejemplo, que las cenizas se conserven en cementerios o columbarios, y prohibió esparcirlas —ya sea en el aire, en la tierra o en el agua— o incluso dividirlas en diferentes lugares, así como transformarlas en “joyas” y otros objetos.

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Está claro que nada de esto sería impedimento al poder de Cristo, quien al final de los tiempos resucitará a todos los que han muerto. Pero gestos como estos pueden llevar a confusión en la Fe, ya que tienen apariencia de creencias panteístas, naturalistas o nihilistas, entre otras.

En sentido contrario, la Iglesia nos enseña que “las exequias deben expresar mejor el sentido pascual de la muerte cristiana” (CONCILIO VATICANO II. Sacrosanctum concilium, n. 81), razón por la cual se introdujo la costumbre de colocar el Cirio Pascual junto al ataúd o la urna que contiene las cenizas del difunto.

Finalmente, sea cual sea el rito elegido –la sepultura, más apropiada, o la cremación–, no se puede perder de vista el objetivo de todo católico, que Santa Teresita del Niño Jesús resumió en forma poética poco antes de dejar esta tierra: “¡No muero, entro en la vida!”.

(Extracto de la revista Arautos do Evangelho n.º 282, junio 2025. Por el P. Ricardo José Basso, EP).

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