El reciente deceso trágico del P. Balzano, mueve a reflexionar en ciertos campos.
Foto: Jacob Bentzinger / Unplash
Redacción (14/07/2025 16:31, Gaudium Press) La conmoción que suscitó el reciente suicidio del Padre Matteo Balzano en Italia —sacerdote joven, apreciado por la comunidad y sin queja— no se apaga, y en algunos ambientes por el contrario apalanca ahora varias y necesarias reflexiones.
Apenas conocido el hecho, rápidamente se me vino a la cabeza noticias de hechos trágicos similares. En febrero de 2022, Gaudium Press noticiaba que el año anterior habían sido 9 los casos de suicidio de presbíteros en el Brasil. Ya en agosto de 2023, este medio publicitaba que desde el 2016 eran 40 los padres que se habían suicidado en el coloso suramericano. Es decir, no era algo excepcionalísimo.
Evidentemente que así como cada persona es un mundo, es única, así cada caso clínico. Es decir, no se pueden hacer afirmaciones serias sobre qué llevó al P. Balzano a la terrible decisión sin hacer una evaluación en regla, p. ej., algo en la línea de lo que se ha llamado ‘autopsia psicológica’.
Entretanto, ciertas visiones de conjunto pueden aportar importantes elementos de análisis.
De acuerdo a datos de la Organización Mundial de la Salud de marzo pasado, por año se pueden estar suicidando más de 720.000 personas en todo el mundo, y digo ‘pueden’ porque la misma OMS declara que en estos campos los datos no son enteramente fiables.
El suicidio es la tercera causa de defunción entre las personas de 15 a 29 años. Este flagelo afecta más en países de ingresos bajos o medianos, aunque alrededor de un 27% de personas se suicidó en países de ingresos altos.
Como es sabido entre profesionales, el suicidio es con frecuencia la última etapa trágica de un proceso depresivo, donde también con frecuencia ya se ha presentado un intento de suicidio. Cuando la OMS esboza los grupos de riesgo, afirma que está demostrada la relación entre suicidio y trastornos mentales, particularmente depresión y consumo de alcohol, aunque “muchos casos ocurren de forma impulsiva en situaciones de crisis, cuando la persona no se siente capaz de enfrentar factores muy estresantes, como problemas económicos, conflictos de pareja y enfermedades o dolores crónicos”.
“Vivir bajo guerras, desastres naturales, sufrir violencia, abusos o la pérdida de un ser querido, o sentirse aislado también son factores que pueden inducir conductas suicidas”.
Coincidente con lo anterior, efectivamente los no abundantes estudios sobre suicidio en sacerdotes enfatizan las correlaciones con sensaciones de aislamiento y soledad, agotamiento profesional (síndrome de burnout), afectaciones de trastornos mentales, crisis de fe, escándalos como por ejemplos los relacionados con abuso, y una sensación de desconfianza por parte del entorno.
Hablemos de uno de estos temas, sobre el que ya he hablado con sacerdotes seculares:
Recientemente el Síndrome de desgaste ocupacional (burnout) ingresó a la Clasificación Internacional de Enfermedades CIE-11. Este síndrome tiene tres dimensiones: falta de energía o agotamiento, con sensación de cansancio, incluso al inicio del día; sensación de distancia mental, o sentimientos negativos o cínicos con relación al trabajo; sensación de ineficacia y falta de realización. Junto a síntomas de tipo físico, destacamos los psicológicos como ansiedad, preocupación en exceso, pensamiento catastrófico y lento, y “disminución de la autoestima y constantes cambios de humos que, si no son tratados a tiempo, pueden ser causa de depresión y desestabilidad emocional” 1. Es importante que se mencione aquí que el burnout puede ser causa de depresión.
El burnout es el resultado de un estrés crónico y permanente en el tiempo en el entorno laboral, al que no se le ha dado manejo. Saborío Morales e Hidalgo Murillo, 2 al hablar de su etiología afirman que es “un proceso multicausal y muy complejo, en donde (además del estrés) se ven involucradas variantes como el aburrimiento, crisis en el desarrollo de la carrera profesional, pobres condiciones económicas, sobrecarga laboral, falta de estimulación, pobre orientación profesional y aislamiento”. A dichas variantes, estos autores agregan varios factores de riesgo, p, ej. de tipo personal (edad, género, estabilidad familiar, personalidad), de formación profesional (excesivos conocimientos teóricos, escaso entrenamiento en actividades prácticas, falta de aprendizaje de técnicas de autocontrol emocional), factores de riesgo específicos laborales (medio físico laboral deficitario, bajos salarios, sobrecarga de trabajo, escaso trabajo en equipo), factores sociales (necesidad autoimpuesta de prestigio social, deseo de alto estatus económico), factores ambientales (cambios significativos de la vida), entre otros.
Es el anterior el esbozo de uno solo de los trastornos que algunos estudios han asociado al suicidio de sacerdotes, que también son hombres, seres humanos. Y vemos como ese agotamiento tiene origen ampliamente multicausal, y por ello elevadamente complejo a veces de analizar.
La impresión que creemos ya podemos compartir a esta altura, es la alta conveniencia de que cada jurisdicción cuente con una buena asesoría psicológica, y con la facilidad de acceso a ayuda terapéutica profesional (mejor si tiene práctica en los intríngulis de la vida sacerdotal), vida que además de sacrificada, se encuentra bajo la lupa y el escrutinio de muchos, no siempre benévolos, y asimismo está con frecuencia en contacto con la tragedia del hombre, para llevarle el consuelo sobrenatural, pero también recibiendo cierta carga estresante natural.
Pero es más. Dado justamente que la misión sacerdotal puede con frecuencia verse afectada por un agudo estrés, es claro que la propia selección de los candidatos debe privilegiar unas ciertas condiciones psicológicas favorables al cumplimiento cabal de la misión.
Natural y sobrenatural
En ese sentido, la lectura del importante documento “Orientaciones para el uso de las competencias de la psicología en la admisión y en la formación de los candidatos al Sacerdocio”, de la Congregación para la Educación Católica, nos deja la sensación dupla de resultado de un trabajo serio (no esperábamos menos), cuanto la necesidad de una actualización. Por ejemplo, en su punto 5, el documento habla de que “en algunos casos puede ser útil el recurso al psicólogo”. Yo diría que no. Que ese recurso no debería ser una posibilidad sino una tarea. Es claro que no estamos abogando por la entrada al seminario de cualquier psicólogo como si fuera el reemplazante de la gracia divina. Ni de la entrada indiscriminada en el seminario de psicólogos o psiquiatras contrarios a la visión antropológica cristiana. Pero es que al final, así como el hombre es cuerpo y alma, es también natural y sobrenatural, y una y otra dimensión deben considerarse en armonía para el desarrollo espiritual.
Terminando, queremos insistir en que no desconocemos la primacía de la gracia, que puede trasformar piedras en hijos de Abraham.
Para una vida cuya misión es fundamentalmente de cuño sobrenatural, llevar a los otros al cielo, sería absurdo poner a competir los buenos recursos de la psicología con los infinitos recursos divinos. Sin lo sobrenatural no hay nada, ya lo dijo el Rey de lo natural y lo sobrenatural, Cristo el Señor.
Pero incluso en este punto, creo que la psicología tiene algo qué decir.
Es sabido que en casi todos los trastornos, un factor de riesgo o un factor de beneficio terapéutico es la debilidad o fortaleza de las redes de apoyo o red relacional. Es casi algo de sentido común: la pena contada se divide a la mitad, y las alegrías compartidas pueden alegrar a los otros. Creo que se podría pensar en entramados relacionales de sacerdotes, constantes, que se renueven con diversas actividades, y que incluso favorezcan una vida de piedad de tipo comunitario entre sacerdotes. Porque al final, hay cosas que solo un sacerdote podrá entender de otro sacerdote. ¿De pronto algo así como una vida comunitaria, con adaptaciones, para todos los sacerdotes, donde entre todos se animen, también, para la búsqueda de la santidad?
—Si se piensa en eso, hay que despoblar de presbíteros la mitad de las diócesis.
No. Por eso digo, con adaptaciones.
Pero es que como decía recientemente, el P. Santiago Martín de los Franciscanos de María: el sacerdote es un bien valioso, muy valioso. Y es preciso que todos, también los laicos, no pensemos solo en beneficiarnos de él, sino sobre todo en valorarlo y cuidarlo.
Por Saúl Castiblanco
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1. Torres, Y. (2022, 7 de enero). OMS oficializa el Síndrome del Burnout como una enfermedad de trabajo. Medicina y Salud Pública. https://medicinaysaludpublica.com/noticias/salud-publica/oms-oficializa-el-sindrome-del-burnout-como-una-enfermedad-de-trabajo/12348
2. Saborío Morales, L. Hidalgo Murillo, L. Síndrome de Burnout. Med. leg. Costa Rica vol.32 n.1 Heredia Jan./Mar. 2015. https://www.scielo.sa.cr/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1409-00152015000100014
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