No lejos del Vaticano, existe una pequeña joya arquitectónica, no tan conocida, que custodia un secreto que no es de este mundo.
Foto: turismoroma.it
Redacción (17/07/2025 08:53, Gaudium Press) Entre las callejuelas antiguas de Roma, a las orillas del río Tíber y no muy lejos del bullicio del Vaticano, se alza silenciosa una iglesia, distinta a todas. De fachada blanca y elegante, estilo neogótico, es sencilla, y en esto contrasta con las majestuosas basílicas barrocas de la Ciudad Eterna. Es la iglesia del Sacro Cuore del Suffragio, pequeña joya arquitectónica, poco conocida, que custodia un secreto que no es de este mundo.
Tras sus muros, entre altares, vitrales y oraciones murmuradas, hay un pequeño museo —único en su clase—, consagrado por completo a las almas del purgatorio.
Sí. Es un museo donde el alma es la protagonista.
Pero no son esas almas vivas, que ríen, aman, y respira, sino las almas sufrientes, que claman desde esta mansión de ultratumba. Lugar intermedio, misterioso, padeciente y a la vez misericordioso, pues se preparan para ver a Dios-Felicidad, donde las almas que han muerto en gracia de Dios, pero aún no están enteramente purificadas, esperan la plena unión con Él. Lugar de esperanza, pero también de ese fuego que no destruye, sino que purifica.
Algo de Historia
Este museo nació del asombro y la fe de un sacerdote francés, el Padre Victor Jouët— Nacido en Nuoro, hijo de Giovanni Battista Victor y Maria Benedetta Placida Ruffi, Misionero del Sagrado Corazón de Jesús, quien fundó en Roma la Asociación del Sagrado Corazón de Jesús para el sufragio de las almas del Purgatorio.
El sacerdote en 1894 creyó ver, tras un incendio, la impronta de un alma del purgatorio en una de las paredes de la iglesia. Era como si desde el más allá, un alma implorara una sola cosa: oraciones.
Desde ese momento, el Padre Jouët se dedicó a recopilar testimonios, pruebas y marcas que dejaban las almas que se manifestaban a los vivos. No buscaba superstición ni espectáculo, sino una confirmación de la verdad católica, de que nuestras oraciones tienen poder, y que las almas del purgatorio necesitan nuestra ayuda.
Así nació este pequeño-gran museo, con apenas una sala contigua a la sacristía, donde reposan bajo vidrio cerca de 14 objetos antiguos: breviarios chamuscados, trozos de tela marcados con huellas digitales, pedazos de madera con señales de quemaduras inexplicables. Cada objeto es una historia, una súplica, un rastro de fuego.
Detrás de cada vitrina, una presencia invisible parece latir. Las almas no hablan con palabras, pero han dejado su rastro. Huellas de manos, páginas quemadas, ropas marcadas. Testimonios que, lejos de producir miedo, despiertan el sentido de compasión y responsabilidad.
Foto: Screenshot YouTube Rome Reports
¿Qué nos dicen esas almas? Nos recuerdan algo que con frecuencia olvidamos, que la muerte no lo termina todo, que el amor verdadero trasciende la tumba, y que nuestra oración puede cambiar el destino eterno de otro.
Apariciones conmovedoras
Algunas apariciones documentadas son conmovedoras. Monjas que vieron huellas sobre sus breviarios, sacerdotes que recibieron visitas en sueños, almas que prometieron interceder desde el cielo si se les ofrecían Misas. Almas que, incluso después de dejar señales, siguen esperando, tal vez solo una oración para alcanzar la gloria.
El museo del purgatorio puede causar ciertos sanos temores, pero no es en absoluto un lugar lúgubre. Es un lugar de esperanza, un puente entre los vivos y los que nos han precedido, un testimonio de la Iglesia que sufre y de la Iglesia que reza, que no olvida, que no abandona. Allí se eleva cada día una Misa por las almas, y hay folletos con la poderosa oración de Santa Gertrudis, conocida por liberar miles de almas con una sola súplica fervorosa.
Al salir de esa pequeña sala, el visitante se lleva la certeza de que hay alguien que espera de cada uno un acto de amor. Y ese acto puede ser tan sencillo como rezar un Padrenuestro, ofrecer una Misa, encender una vela.
Las almas del purgatorio no pueden ayudarse a sí mismas. Solo pueden recibir, no dar. Pero cuando lleguen al cielo —porque llegarán—, su gratitud se convertirá en intercesión poderosa. Ellas orarán por nosotros, nos ayudarán en nuestras pruebas, y tal vez, cuando llegue nuestro último día, nos acompañen al encuentro con Dios.
El museo del purgatorio, escondido en el corazón de Roma es una voz del más allá que suplica: “No me olvides.” Y nosotros, al responder con amor, con oración y con fe, participamos del misterio de la misericordia. Y también recordamos, que debemos procurar evitar, pasar por las aflicciones del purgatorio…
Con información de Aleteia, Rome Reports y Revista Ecclesia.
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