El sacerdote que dejó todo para llevar el amor de Dios a Mongolia, un país abandonado y faltante de fe.
Redacción (17/07/2025 08:32, Gaudium Press) En los confines de Asia, donde el cristianismo apenas comienza a echar raíces, el padre Javier se ha convertido en un testigo del Evangelio. Sacerdote misionero del Camino Neocatecumenal, nació en Salamanca, España, pero fue incardinado en la diócesis japonesa de Osaka-Takamatsu. Su historia es un hilo entretejido con la oración de una madre, la obediencia vocacional y la esperanza sembrada en tierras difíciles como Japón y Mongolia.
La promesa de una madre que marcaría un destino
Su vocación comenzó a gestarse mucho antes de que él mismo lo supiera. Su madre, al ver lo gravemente enfermo que estaba Javier al nacer, hizo una promesa al Señor: “Si mi hijo sobrevive, lo ofreceré para que sea misionero en Asia”. Años más tarde, al ser ordenado sacerdote en Japón, ella reveló por primera vez aquella oración que había hecho en silencio.
Durante una convivencia del Camino Neocatecumenal, Javier puso su nombre en una cesta donde también estaban los nombres de diferentes seminarios del mundo. Por sorteo salió primero Takamatsu y luego su nombre. Le preguntaron: “¿Aceptas ir a Japón?”, y su respuesta fue afirmativa. Detrás de aquella elección aparentemente casual, él percibe hoy claramente la intervención divina: “Creo que estaba esa oración de mi madre de que fuera misionero en Asia”.
Japón: un choque cultural
Con apenas 19 años, Javier partió a un país completamente desconocido. La lengua, la cultura, la comida, todo le era ajeno. Fue enviado a vivir con una familia en Imabari, una pequeña ciudad al sur de Japón, como parte de un primer proceso de inmersión junto a otros seminaristas. “Yo veía que Dios me puso allí y lo llevé todo con naturalidad… el Señor me ayudó a entrar, a no tener problema”. La dificultad del idioma fue un gran reto, pero con la ayuda de los fieles y su familia de acogida, pudo avanzar hasta que logró defenderse en japonés.
El joven sacerdote quedó sorprendido por la devoción de los católicos japoneses, “eramos 40 o 50 personas en misa, contando algunos extranjeros, pero todos comulgaban. Aquí muchas veces hay muchos católicos que no lo hacen. Allí, el ambiente de oración está más arraigado: entras en la iglesia y hay silencio”.
Sin embargo, también encontró una realidad desafiante. “Fuera del domingo, las parroquias estaban muertas”, confiesa. La vida eclesial era escasa entre semana, debido en parte a las distancias entre las iglesias y a la realidad de una minoría católica en un país muy secularizado. En sus visitas recientes a Japón, después de 19 años de misión, ha visto cómo han disminuido los fieles japoneses, pero han crecido notablemente los grupos de extranjeros, sobre todo hispanoamericanos, filipinos y vietnamitas, quienes mantienen vivas muchas parroquias.
Mongolia, tierra herida
Pero el corazón misionero del padre Javier seguía inquieto. Sentía desde hace tiempo una llamada más radical, Mongolia. Cuando se abrió la posibilidad de iniciar una misión ad gentes del Camino Neocatecumenal, no dudó. “Empezamos cuatro, y luego vinieron familias en misión y allí seguimos”. La labor evangelizadora es lenta, casi imperceptible a veces, pero perseverante, “Estamos sembrando, pico y pala… habrá quien se ría, otros se burlarán, otros dirán: ‘Sobre esto te escucharemos otro día’, y habrá quien crea. Tengo esperanza en que lo que se siembra tarde o temprano producirá fruto, aunque yo no lo vea”.
Mongolia es un territorio marcado por las heridas del comunismo. La Iglesia allí es muy joven, y su misión no solo es predicar, sino dar testimonio del amor cristiano a una sociedad donde la caridad parece haber desaparecido. “Hay mucha gente abandonada, completamente abandonada. Se abandona a los niños, a los abuelitos. Hay muchos borrachos tirados en la calle y no hay nada ni nadie que les ayude”, relata con crudeza. Para él, esta ausencia de compasión tiene una raíz : “Parece como que el comunismo de tantos años les ha cortado la caridad, les ha quitado el amor a las personas. Nadie hace nada gratis por otro. Nadie”.
Una Iglesia que enseña a amar
Ante este vacío afectivo, la presencia de la Iglesia se vuelve una luz inesperada: “La gente ve que se puede hacer algo por otro sin esperar dinero, sin un sueldo. Yo hago esto por amor al otro”. El testimonio cristiano se vuelve especialmente visible en las obras de la Iglesia: “En Mongolia no hay caridad, no hay amor, no se enseña eso a los chavales. Y, sin embargo, en estas instituciones de la Iglesia sí. Ellos lo ven, ven el amor con el que se les trata, la relación entre los profesores, entre las monjas, entre los que están allí trabajando. Ven una relación distinta que en casa no la ven y en la calle tampoco”.
El padre Javier resume su experiencia: “El Señor me ha hecho ir a sitios a los que yo por aventura no iría, porque no me arriesgaría”. Para él, la clave está en dejarse llevar por el Espíritu Santo, sin querer controlar el camino. Y deja un mensaje muy claro para los jóvenes que sienten inquietud vocacional: “Si Dios te llama, jamás te va a abandonar”.
La historia del padre Javier Olivera es la de un sacerdote que cruzó continentes para anunciar a Cristo, y también la de un hombre que se dejó moldear por la oración, la obediencia y la confianza en Dios. En medio de la frialdad de una sociedad herida por el comunismo, su vida misionera nos recuerda que el amor gratuito transforma, que la fe florece incluso en tierra árida y que, cuando uno se abandona en las manos de Dios, Él lleva más lejos de lo que jamás habríamos imaginado.
Con información de Religión en libertad
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