domingo, 20 de julio de 2025
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León XIV ante la Misa tradicional y el futuro del gobierno eclesiástico

La decisión de León XIV tendrá implicaciones que van más allá de la pastoral local. El mantenimiento, la relajación o el endurecimiento de las restricciones impuestas por Traditionis Custodes influirá en el delicado equilibrio entre reconciliación y ortodoxia, así como entre tradición y autoridad.

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Foto: Vatican Media

Redacción (20/07/2025 08:01, Gaudium Press) La reciente revelación de dos extractos del informe interno del Dicasterio para la Doctrina de la Fe —escrito durante el pontificado de Francisco y mantenido en sigilo hasta ahora— ha reintroducido en el ámbito eclesial una polémica que parecía resuelta, o al menos latente: la cuestión de la Misa tradicional y su lugar en el corazón de la Iglesia. Más que la liturgia misma, lo que está en debate es el modelo de Iglesia, de autoridad, de reconciliación. Y la pregunta, no sólo de los observadores más atentos sino también de los fieles, es una sola: ¿qué hará León XIV con los llamados “tradicionalistas”?

El nuevo Pontífice, cuya elección fue recibida con curiosidad y relativa esperanza por casi todos los sectores de la Iglesia, heredó un campo minado. El legado del Motu Proprio Traditionis Custodes, promulgado por Francisco en julio de 2021 y que restringe la celebración de la Misa según el misal de 1962, todavía tiene repercusiones. Al imponer severas restricciones a la celebración de la liturgia tradicional —aquella codificada por San Pío V y enriquecida por siglos de desarrollo orgánico— Francisco no sólo enfrentó las sensibilidades litúrgicas de una minoría floreciente, sino que también reavivó los debates sobre el verdadero sentido de la comunión eclesial.

La periodista Diane Montagna, especialista en asuntos del Vaticano, obtuvo y publicó extractos del informe original enviado a las diócesis de todo el mundo en preparación para el Motu Proprio “Traditionis Custodes”. La lectura de estos documentos, como señaló Andrea Gagliarducci, “complica la narrativa oficial del Vaticano”. De hecho, lo que allí se evidencia no es un clamor episcopal por la restricción, sino una preferencia por preservar la libertad previamente garantizada por Benedicto XVI en su Motu ProprioSummorum Pontificum” de 2007.

Francisco, al presentar su decisión, afirmó que ésta se basaba en una amplia consulta al episcopado mundial. La publicación de los informes, aunque sean parciales, plantea serias dudas sobre la solidez de esta justificación. Además, reaviva el sentimiento, ya cultivado en ciertos ambientes eclesiásticos, de que la decisión se tomó “a priori” y que la consulta sólo sirvió como adorno retórico.

El Vaticano, como de praxis, simplemente afirmó que los documentos estaban “incompletos”. Sin embargo, el daño simbólico ya estaba hecho. Y en Roma, donde los gestos significan tanto como los documentos, las miradas se dirigen a aquel que ahora tiene las llaves de Pedro.

El pontificado de León XIV está todavía en sus primeros meses, pero estos períodos no son neutrales. Desde su primera homilía, en la que evitó cualquier mención directa a las cuestiones espinosas del pontificado anterior, optando en cambio por una exhortación a la conversión y a la centralidad de Cristo, el nuevo Papa ha buscado construir una imagen de serenidad sin pasividad. Su carta a los peregrinos de la tradicional peregrinación París-Chartres fue interpretada por muchos como un guiño —aunque tímido— a los círculos tradicionalistas. Tratase de un gesto, no de un saludo de acogida.

Andrea Gagliarducci, en análisis reciente, observó que “el Papa León XIV todavía está escogiendo cuál será su método de gobierno”. Y esta elección —más que la decisión específica sobre la Misa— es el verdadero punto de inflexión. En efecto, si por una parte es cierto que la liturgia tradicional involucra sólo a una porción restricta de los católicos, por otra parte, el modo en que es tratada revela la comprensión más profunda que el Papa posee de la Iglesia: ¿es ella un organismo plural que se enriquece en las legítimas diferencias? ¿O una estructura centralizada en la que la uniformidad es una condición para la comunión?

La controversia litúrgica, aunque teológica, presenta innegables trazos políticos. El conflicto con la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, fundada por Marcel Lefebvre, aún no ha sido superado. Las excomuniones de 1988, las negociaciones llevadas a cabo bajo Benedicto XVI, los gestos ambiguos de Francisco –como la autorización de confesiones válidas por parte de sacerdotes de la FSSPX– y el endurecimiento de las reglas contra la Misa antigua revelan una tensión que aún no se ha resuelto.

Desde esta perspectiva, la decisión de León XIV tendrá implicaciones que van más allá de la pastoral local. El mantenimiento, la relajación o el endurecimiento de las restricciones impuestas por Traditionis Custodes influirá en el delicado equilibrio entre reconciliación y ortodoxia, así como entre tradición y autoridad. Aunque el Papa haya demostrado, según consta, mayor interés en temas como la evangelización urbana, los jóvenes y la inteligencia artificial, él no podrá posponer indefinidamente una respuesta.

En los últimos años, la misa tradicional se ha convertido en algo más que una forma litúrgica; se ha convertido en un símbolo. Para muchos fieles, representa continuidad, reverencia y sacralidad. Para sus críticos, es señal de resistencia, nostalgia o incluso rebeldía. Esta dualidad forzada —que no corresponde a la realidad de los fieles que siguen el rito antiguo— terminó colocando al Papa en una encrucijada: ¿ceder o mantener?

Sin embargo, el problema no radica sólo en el contenido de la decisión, sino sobre todo en la forma en que se tomará. Francisco, como señala Gagliarducci, tomó su decisión sin un verdadero proceso sinodal. A la luz de las nuevas evidencias, “Traditionis Custodes” parece haber sido impuesta sin debate público, sin escucha real, en una actitud que irónicamente nos remonta a los tiempos pre-conciliares que tanto ansiaban ser superados. Así, paradójicamente, fue el propio Francisco —partidario del “caminar juntos”— quien reintrodujo una lógica monárquica en el ejercicio del poder pontificio.

León XIV, por su parte, parece dudar. Sus gestos se interpretan como sutiles: evita la confrontación, pero también evita decisiones. ¿Es esto prudencia u omisión? Todavía es demasiado pronto para juzgar. Pero lo que se sabe es que su decisión, cuando llegue, revelará su modelo de papado.

En las últimas décadas, se ha dicho mucho sobre conservadores y progresistas, tradicionalistas y modernistas, izquierda y derecha eclesial. Sin embargo, estas categorías parecen cada vez más incapaces de capturar la complejidad de lo real. Un obispo que defiende la liturgia tradicional puede estar profundamente alineado con las reformas sociales del Papa. Un joven que ama la misa en latín puede involucrarse en causas ambientales. La fe católica es más rica que las etiquetas.

León XIV tal vez comprenda eso. Al menos sus discursos han evitado los clichés ideológicos. Sin embargo, esta comprensión debe traducirse en acciones. El tiempo de la ambigüedad está terminando. El momento exige decisiones claras y, sobre todo, justas.

No se trata aquí de restaurar el pasado, ni de hacer concesiones tácticas, sino de reconocer que la liturgia no es un campo de batalla, sino un espacio de comunión. Los fieles vinculados al rito tradicional no son enemigos, son hijos de la Iglesia y como tales merecen ser escucha, respeto y eclesialidad.

La misión de León XIV no es fácil. Tendrá que elegir entre la lógica del poder y la lógica de la comunión, entre el centralismo romano y la responsabilidad subsidiaria de los obispos, entre la imposición y la reconciliación, entre la prudencia que construye y el silencio que omite.

La liturgia tradicional será, en este escenario, no el fin, sino el signo indicativo de la Iglesia que León XIV quiere construir.

La historia juzgará a León XIV no sólo por sus decisiones doctrinales, sino sobre todo por su capacidad de gobernar con justicia. Entre el empirismo litúrgico y la nostalgia militante, León intenta un papado armonioso, apoyado en la tradición, con rigor jurídico y diplomacia en sus mejores expresiones.

Queda por ver si esta ecuación será suficiente para dar nuevo aire a la liturgia y a la comunión. Tal vez pueda lograr lo imposible: desagradar a todos pero pacificar a muchos, lo que, admitámoslo, es casi un milagro en tiempos tormentosos como los que vivimos.

Por Rafael Tavares (para Gaudium Press)

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