sábado, 26 de julio de 2025
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¿Por qué tantos católicos —incluido el Papa León XIV— se entusiasman con el latín?

El latín no es cosa del pasado, es la lengua que vive de la fe y que une a la Iglesia en todos los tiempos. Con ella oraron los santos, y aún hoy resuena en la voz del Papa León XIV.

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Foto: Renzo Vanden Bussche-unsplash

Redacción (25/07/2025 11:27, Gaudium Press) Es claro que el idioma no determina ni la validez ni el valor espiritual de la Misa.

Sin embargo, hay algo innegablemente especial en la sonoridad del latín, en su cadencia antigua, en la sacralidad que evoca incluso sin comprenderlo del todo. Desde los primeros momentos de su pontificado, el Papa León XIV ha retomado la tradición de recitar —y hasta cantar— las oraciones más conocidas en latín, despertando preguntas y curiosidades: ¿por qué tanto interés por esta lengua? ¿Por qué hay quienes la consideran un tesoro espiritual?

En un artículo del National Catholic Register,  el profesor y escritor Anthony Esolen ofrece una mirada a este fenómeno. Lejos de ser una nostalgia del pasado, el latín en la liturgia representa, para muchos, una riqueza. Estas son algunas de las razones que explican por qué, aún hoy, emociona tanto a los fieles católicos.

  1. Es una lengua que une a los católicos de todos los siglos, “Cuando escuchas oraciones en latín, te unes a millones de católicos de siglos pasados—como un ‘viajero espiritual’ en el tiempo.” Esta es quizás una de las razones más conmovedoras. El latín ha sido el idioma común de oración para generaciones enteras. Su uso crea un puente místico que nos conecta no solo con otros católicos del presente, sino también con los santos, mártires, papas, monjes y fieles anónimos que lo han pronunciado a lo largo de los siglos. Es un volver al pasado que resuena en el presente.
  2. El idioma de origen de muchas joyas espirituales: Más que una barrera, el latín puede ser una puerta de entrada al misterio. Al usarlo, muchos fieles encuentran un ambiente propicio para el recogimiento y la contemplación, desligados de lo cotidiano. “Muchas oraciones y cantos fueron originalmente escritos en latín, como la Salve Regina, el Regina Coeli y el Tantum Ergo”. Escucharlos en su forma original nos acerca a su belleza plena, y al mismo tiempo, a la cultura litúrgica que los vio nacer.
  3. Un regalo, no una imposición: Existe el temor de que el latín sea impuesto como algo excluyente o inaccesible. Pero para muchos fieles, su uso no es una carga, sino una gracia. “Es una oportunidad de experimentar las oraciones de una manera nueva”. Incluso, como señala Esolen, para los hispanohablantes resulta muchas veces más fácil de cantar que el inglés, por su cercanía lingüística. En lugar de dividir, el latín puede enriquecer la experiencia litúrgica, aportando solemnidad y belleza.
  4. Traducciones que no siempre alcanzan la profundidad: Toda lengua encierra matices que pueden perderse al traducirse. “‘Passus est’—en latín él o ella ha sufrido— en el Credo no es solo ‘suffered’; habla del amor intenso y la pasión de Jesús: ‘padeció’”. Este es solo un ejemplo. La liturgia en latín preserva la riqueza de conceptos teológicos y espirituales que a veces se diluyen o simplifican en las traducciones modernas. Escuchar ciertas expresiones en su forma original puede despertar en el alma un asombro renovado.
  5. Ruptura con la rutina y experiencia renovada: La repetición de ciertas oraciones puede hacernos perder su sentido. Sin embargo, oírlas en otro idioma, como el latín, puede ser una forma de redescubrirlas. “No tienes que entender cada palabra para captar el significado o sentir la reverencia”. Es como una melodía familiar reinterpretada, el mensaje está ahí, pero se vive de un modo distinto. Para muchos, asistir a la Misa en latín los ayuda a concentrarse más y ver con ojos nuevos lo que ya conocen.
  6. Rescatar lo perdido es una forma de avanzar: “La historia muestra que los grandes renacimientos ocurren cuando redescubrimos tesoros perdidos—no cuando fingimos que el pasado nunca existió.” Volver al latín no significa retroceder, sino reencontrarse con las raíces de la fe. Aprender esta lengua no es solo un ejercicio intelectual, es una experiencia espiritual, nos abre a un universo lleno de significado, de categorías antiguas que moldearon la civilización cristiana.

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El latín no está muerto—está más vivo que nunca. Lejos de ser una reliquia, el latín sigue hablándonos. No como un idioma del pasado, sino como el lenguaje de la Iglesia en su dimensión atemporal, que trasciende culturas, modas y fronteras. Cada vez que escuchamos un Dominus vobiscum, algo del alma reconoce esa herencia, esa continuidad, esa comunión con toda la Iglesia.

Así que, la próxima vez que oigas a alguien decir que el latín es “solo para personas mayores” o que es “muy difícil”, recuerda que no se trata de nostalgia ni de elitismo. Es una forma de entrar, con reverencia y admiración, en la gran historia sagrada de la Iglesia Católica.

El latín: la lengua sagrada que custodia el misterio

El latín no es simplemente un idioma antiguo, sino una lengua sagrada, consagrada por los labios de los santos, por los concilios y por siglos de fidelidad. Es el idioma en el que la Iglesia ha defendido su unidad, ha definido dogmas y ha celebrado su liturgia más solemne. Fue el idioma de la cruz —“Iesus Nazarenus, Rex Iudaeorum (Jesús de Nazaret, Rey de los Judíos)”— y, en cierto modo, se convirtió en el idioma del Calvario, donde el cielo tocó la tierra.

El latín, precisamente por ser una lengua “muerta”, es decir, inmutable, colabora con la pureza doctrinal y ayuda a preservar la estabilidad de la fe. Su uso impide que las oraciones, y por tanto las creencias, sean manipuladas o distorsionadas con el paso del tiempo.

Como decía el antiguo axioma teológico: Lex orandi, lex credendi —“la ley de la oración es la ley de la fe”. Lo que la Iglesia reza es también lo que cree. Por eso, mantener el latín en la liturgia colabora a la fidelidad al corazón mismo de la fe católica.

Hoy más que nunca, cuando tantas voces quieren relativizar, dividir o confundir, el latín se yergue como un signo de unidad, de permanencia y de belleza sagrada. Por eso, lejos de desaparecer, sigue presente, incluyendo en el Papa León XIV. Porque, como bien recordaba Anthony Esolen, el latín no es cosa del pasado, sino una herencia que nos prepara para la eternidad.

Con información de ChurchPOP y CMRI

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