La ex-vedette argentina cuenta cómo, tras una vida de fama y un aborto, experimentó una conversión en Medjugorje que transformó su corazón y su rumbo.
Redacción (28/07/2025 11:35, Gaudium Press) Detrás de los focos, las pasarelas y las cámaras de televisión, se escondía un alma herida. Su nombre es Gisela Barreto, y durante los años 90 fue una vedette de pasarelas internacionales, con los focos de la publicidad resaltando su éxito.
Pero como tantas veces sucede en muchas historias, la realidad interior distaba mucho del brillo exterior. Gisela cargaba consigo una herida dolorosa y silencios, por ejemplo un aborto el cual desgarro su existencia. Fue ese pecado, y la posterior pérdida de su madre, lo que la llevaría años más tarde a experimentar una conversión radical en Medjugorje —al sur de Bosnia—, el santuario mariano que se convertiría en el lugar donde su alma, por fin, halló descanso.
Una infancia católica
Gisela nació y fue educada en una familia católica. Era la mayor de cuatro hermanos y desde muy joven la gente destacaba su belleza.
A los 18 años inició su carrera en televisión, con una rapidez que la llevó a la fama internacional. Trabajó en España, en canales nacionales, y en otros siete países. Gozaba de prestigio, reconocimiento y solvencia económica.
“Tenía todo lo material, viajes por el mundo, pero nada de eso me daba ese esplendor, satisfacción. Y mi madre se daba cuenta”, confiesa. Su entorno estaba lleno de frivolidad, y ella misma reconoce que los valores que la rodeaban eran “totalmente equívocos, Dios pide humildad, modestia, compañerismo…”.
El espejismo de la fama
Con los años, su corazón fue endureciéndose. Se dejó llevar por lo que ella llama la lógica del “querer, poder, tener”, donde la belleza y la fama eran moneda de cambio. “Me parecía fantástico tener otra posición económica, poder ayudar a mi familia… pero mi alma estaba seca”, admite.
Gisela se autodefinía como católica, pero —según sus propias palabras— ‘a la carta’. “Acomodaba los mandatos de Dios a mi placer, a mi voluntad”. Parecía tenerlo todo, pero vivía en un constante vacío emocional y espiritual. “Me sentía vacía. No me sentía enamorada de lo que hacía o tenía. Siempre faltaba algo”, relata.
Se casó con el hijo de una figura famosa, pero el matrimonio terminó en separación. Y fue entonces cuando ocurrió lo más doloroso de su vida, el aborto de su hijo.
“El gran pecado des u vida
En un video, con lágrimas en los ojos, Gisela recuerda ese momento como el más oscuro de su historia: “El gran pecado de mi vida fue quitarle la vida a mi hijo en un aborto. Todavía estoy en proceso de sanación. Pero también gracias a eso, Dios me dio la misión que tengo ahora: defender la vida, la familia, los valores. Pedir a gritos con el corazón que no aborten, que no maten a sus hijos. Que abortar no es librarse de algo, sino asesinar a su hijo”.
El dolor la acompañó durante años. Pero la herida del alma no quedó sola. El fallecimiento de su madre fue el segundo gran golpe. Su madre, mujer de fe, había intentado siempre acercarla a Dios. Fue ella quien le habló por primera vez de Medjugorje, cuando Gisela estaba aún inmersa en su carrera artística. “Mi madre me pedía que fuera a Medjugorje. Yo no quería. Ella había ido tres veces”, recuerda.
Pero fue once años después de su muerte, cuando Gisela ya vivía en Madrid, que decidió cumplir ese deseo materno.
Su madre le abrió el camino
“Mi madre siempre decía que Medjugorje era como tocar el cielo con las manos”, cuenta. Y fue precisamente eso lo que vivió cuando llegó a esta pequeña aldea en Bosnia-Herzegovina.
“Cuando el avión aterrizó, mi paz era infinita. Pero cuando llegué a Medjugorje, la paz que sentía en mi corazón no era humana”.
El momento más impactante lo vivió en la iglesia de Santiago. Arrodillada en oración, percibió un olor desagradable, a estiércol. “Abrí los ojos para ver quién olía así, y no había nadie. La Madre me hizo ver que era yo quien olía así”.
Ese gesto simbólico fue el inicio de una confrontación con su pecado y su pasado. “Yo estaba sumergida en esto, sabía que estaba en pecado, pero el mundo me decía: eres buena, nunca te prostituiste. Pero esto era para el mundo, para ser de Dios y caminar con Él implica mucho más”.
Un cambio de vida total
Medjugorje fue un parteaguas en su vida. Comprendió que vivía en adulterio, que trabajaba explotando su figura, que seguía atada a las heridas del pasado. Y decidió dar un giro. “Entonces empezó mi cambio. Me había divorciado, pero no había pedido la nulidad. Trabajaba explotando mi figura sexy. Todo eso lo comprendí entonces. Lo que brillaba para el mundo dejó de brillar. La luz de Dios y de María empezó a reflejarse en mí”.
Dejó la televisión, la fama, los escenarios. Obtuvo la nulidad matrimonial, se confesó, y comenzó una vida completamente nueva: “mi vida a día de hoy es lo más hermoso. Es misa diaria, confesión habitual, adoración todos los días. Vivir para Dios es mi alegría. Dios me perdonó”.
Ahora, Gisela se ha convertido en una fuerte activista provida, compartiendo su testimonio y su fe en redes sociales, aunque muchas veces eso le traiga críticas.
Durante la pandemia escribió palabras que muchos aplaudieron y otros rechazaron: “¡La única forma de parar esta plaga es regresando al corazón de Dios! ¡La vida sin Dios es vacía, fría, árida, estéril! El pecado es extremo: aborto, eutanasia, degeneración, corrupción, manipulación de la ciencia, perversión en el clero. El mundo gira al revés y el Señor está purificando”.
Pero no le teme al rechazo. Su confianza está puesta en lo alto. “La Virgen de Medjugorje fue la que me salvó la vida”, afirma. Y añade: “La Virgen María me tenía el gran regalo de la vida en Dios, de poder caminar, el vivir en castidad”.
Hoy Gisela Barreto ya no vive para agradar al mundo, sino para honrar al Cielo. Su historia nos recuerda de que nadie está demasiado lejos para ser alcanzado por la misericordia. Que del pecado más oscuro puede nacer una vocación luminosa. Y que, en el corazón de María, incluso las heridas más dolorosas pueden sanar.
Con información de Religión en Libertad / Cari Filii News
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