Concluimos esta serie de notas sobre la sagrada esclavitud mariana, mostrando cómo esta esclavitud es auge de amor de Dios por los hombres.
Redacción (06/08/2025 07:56, Gaudium Press) En esta séptima y última entrega, de notas cortas sobre la sagrada esclavitud mariana y el libro ¡María Santísima! El Paraíso de Dios revelado a los hombres, de autoría de Mons. Juan Clá, EP, trataremos de cómo en la esencia de la sagrada esclavitud está el amor de la Virgen y un querer nuestro de dejarse amar por María Santísima. Ella quiere, pero nosotros ponemos obstáculos.
En nota pasada, repetíamos un mensaje de esperanza para este género humano miserable de parte de Mons. Juan, y es que las miserias propias no nos deben desanimar, pues justamente la más perfecta unión con la Virgen, la del esclavo, requiere un ‘vacío’ y un vaciarse: un ‘vacío’, que es el considerarse un mero recipiente para que en él habite María, un miserable recipiente; y un ‘vaciarse’, del polvo de perla blanca de María, a la manera del yeso, en ese recipiente vacío del esclavo. Hoy veremos que ese ‘vaciarse’ es un sobre todo un deseo infinito amoroso del Salvador y gigantesco su Madre:
“Debemos tener una confianza absoluta en el Salvador y en su Madre Santísima, nos dice Mons. Juan Clá en el primer tomo de su obra. 1 Nuestro Señor no nos ama en razón de algún bien que exista en nosotros, sino porque, viendo nuestro nada, siente la necesidad de ahí infundir el Bien que es Él en esencia. Cuando encuentra un miserable, el Corazón de Jesús gime de deseo de auxiliarlo, pues con ese objetivo fue creado y solamente así puede demostrar la superabundancia de su amor”, expresiones que coinciden con las manifestadas por los grandes místicos del Sagrado Corazón, como Santa Margarita María, Sor Josefa Menéndez o Santa Faustina Kowalska.
Algo similar ocurre con María Santísima: “Guardadas las debidas proporciones, lo mismo se pasa con la Santísima Virgen. ¿Cómo habría de ser diferente si el Corazón de Ella, según la feliz expresión de San Juan Eudes, es uno con el Corazón de Jesús?”, se pregunta Mons. Juan.
El fundador de los Heraldos recuerda una experiencia mística suya, relatada también en el libro, donde mientras escuchaba una confesión detrás de un altar sintió un abrazo místico de la Virgen, inefable. Esa experiencia fue la alegría y el sostén de sus últimos años, abrazo en el que él sintió el amor profundísimo de la Virgen, y que le suscitó el siguiente pensamiento:
“Si este, aquel y aquel otro supiesen cuanto Nuestro Señor y Nuestra Señora los quieren, ¡se tornarían grandes santos! La dificultad está en juzgar el amor de Jesús y María por nosotros, según los criterios humanos a que nos acostumbramos, o sea, en función de nuestra correspondencia y de nuestros méritos”.
“En realidad, ¿qué es lo que Dios espera para llenarnos con su amor? En primer lugar la simplicidad, virtud muchas veces ignorada. Cuando el Todopoderoso quiere dejarse vencer por alguien, Él lo hace por la simplicidad; fue así que Nuestra Señora lo ‘venció’. Tornarnos pequeñitos delante del Altísimo y de su Madre nos trae ese premio insuperable. Cuantas veces nos quejamos de arideces espirituales y falta de estímulo interior para la práctica de la virtud. En esos momentos es el caso de preguntarnos: ‘¿Me estoy haciendo pequeño?’ La relación con nuestra Soberana y la compresión al respecto de Ella solo desabrocharán a partir de esa actitud de alma incentivada por el Divino Maestro en el Evangelio (cf. Mt 18, 3)”, concluye el Monseñor.
Es bonito, pues, concluir así esta serie, con un resumen de todo, de lo más esencial dentro de lo esencial:
María Santísima quiere vaciarse en nosotros, vaciarse en sus esclavos, lo que es una manifestación de su altísimo amor hacia los hombres. Por medio de este vaciarse, llega Cristo, y particularmente los dones del Espíritu Santo, Esposo Místico de María Santísima, que en las almas de los esclavos así dispuestos producirá las maravillas de la gracia, muchas inéditas.
Pero para que esta maravilla ocurra, el esclavo debe ser consciente de su nada, de su vacío, de su pequeñez. Las miserias deben ayudarnos a crear conciencia de eso. En ese sentido, la miseria puede ser el mayor instrumento del miserable, pues debemos entender que Cristo y la Virgen no nos aman por nuestros hipotéticos méritos o cualidades, sino justamente por nuestra nada, que clama por su auxilio.
Fuimos creados para que Cristo y la Virgen nos auxiliaran, no para vivir de otra manera.
Debemos, pues, implorar el vaciamiento de María, que no es otro sino que el verter en nosotros del amor inconmensurable de María, el amor infinito del Salvador, amor tan grande que lo llevó a morir cruelmente en una Cruz, por amor de todos nosotros.
Por Saúl Castiblanco
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1. Mons. João Scognamiglio Clá Dias, EP. Maria Santíssima! O Paraíso de Deus revelado aos homens – I – Minhas relaçoes com Maria Santíssima. Arautos do Evangelho. São Paulo. 2019. pp. 175 y ss.
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