En la sociedad paganizada que nos toca vivir, es la juventud la que, especialmente, recibe la influencia deletérea de las fuerzas del mal.
Foto: Screenshot YouTube Vatican News
Redacción (01/09/2025 09:32, Gaudium Press) Noticias de inicio de agosto nos hablan de más de un millón de jóvenes de 146 países que participaron del Jubileo de la Juventud. Durante la vigilia de oración en Tor Vergata, el Papa León XIV respondió a preguntas de los jóvenes sobre temas cruciales, entre los cuales no podía faltar el tema del culto eucarístico.
Les dijo, entre otras cosas: “Aspiren a lo grande, a la santidad, dondequiera que estén. No se conformen con menos”; “¡Adoren la Eucaristía, fuente de vida eterna! Estudien, trabajen, amen como Jesús, el buen Maestro que siempre camina a nuestro lado”; “Permanezcamos unidos a Él, permanezcamos siempre en su amistad, cultivándola con la oración, la adoración, la Comunión Eucarística, la Confesión frecuente y la caridad generosa, como nos enseñaron los beatos Piergiorgio Frassati y Carlo Acutis, quienes pronto serán proclamados santos”; “Los encomiendo a María, la Virgen de la Esperanza…”.
Como buen pastor que apacienta sus ovejas, el Papa demuestra una especial solicitud por los que son, quizás, la parte más frágil del rebaño, los jóvenes. Ellos serán los forjadores del mundo del mañana… artífices, sí, pero no exclusivos o determinantes. Porque es Dios quien, mediante causas segundas – entre las que también figuran, no olvidemos, los ángeles –, traza los providenciales destinos humanos, aunque a veces nos parezca que el proyecto divino es diseñado con líneas torcidas.
También es digno de nota lo que el Papa dijo a un grupo de monaguillos franceses durante una audiencia el pasado 25 de agosto. “La Misa es el acontecimiento más importante de la vida del cristiano y de la vida de la Iglesia, porque es el encuentro en el que Dios se entrega a nosotros por amor, una y otra vez. El cristiano no va a misa por obligación, sino porque lo necesita absolutamente (…) ¿Cómo no sentir alegría en el corazón en presencia de Jesús? Pero la misa es, al mismo tiempo, un momento serio, solemne, impregnado de gravedad. Que su actitud, su silencio, la dignidad de su servicio, la belleza litúrgica, el orden y la majestuosidad de los gestos, introduzcan a los fieles en la grandeza sagrada del Misterio”.
En la sociedad paganizada que nos toca vivir, es la juventud la que, especialmente, recibe la influencia deletérea de las fuerzas del mal, aquello que en las sabias catequesis de otrora se llamaba “el demonio, el mundo y la carne”. En los despistes por que suelen transitar los jóvenes de hoy, ellos son muchas veces más víctimas que culpables. Y para hacer cara al naufragio que se generaliza, el Papa señala los “salvavidas” que no fallan: La Misa, la oración, la adoración, la Comunión, la Confesión, la caridad generosa, María.
Es que nadie, sea joven o anciano, puede practicar establemente los Mandamientos sin la ayuda de la gracia sobrenatural. Este es un tema que, si bien somos capaces de entenderlo y aceptarlo, raramente lo asumimos en todas sus consecuencias. Tristemente, el desinterés por el cultivo de la Palabra de Dios, de la liturgia, de los sacramentos, de la devoción mariana, campea entre los fieles.
“Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn 14, 6) dijo Jesús a sus apóstoles en el Cenáculo, después de instituir la Eucaristía. Al decir a los jóvenes “Aspiren a lo grande” León XIV se refiere precisamente a la Verdad y a la Vida, a Jesucristo, que es la meta; el camino es también Él y los medios que nos propone su Iglesia. Al exhortar a los jóvenes con consejos tan adecuados, el Papa no está revelando secretos ni proponiendo novedades; es lo de siempre que permanece vigente. En nuestro caminar, volvamos a lo esencial para llegar a la Vida. Como se avivan las brasas ocultas bajo cenizas aún calientes, una pastoral bien llevada debe llevar a las almas a reencender la llama de la fe en las familias, en las parroquias, en los movimientos. Para propiciar ese renacimiento espiritual, pocas cosas son tan apropiadas como el sacramento eucarístico. Si hay que aspirar a lo grande, ahí está lo más grande: la Eucaristía.
En una de sus conferencias, el Profesor Plinio Corrêa de Oliveira, adorador y apóstol de la Eucaristía, afirmaba: “Imaginemos a cada uno de nosotros a los pies del Crucificado. Considerando la Sangre que vierte, ésta sería una bella oración: ´Señor mío, haced con que una gota de vuestra sangre caiga sobre mí y me transforme´. Ahora, ¡una comunión es mucho más que eso! Porque a través de ella todos los méritos de Nuestro Señor Jesucristo son ofrecidos por mi para redimir mis pecados.
“Debo, pues, ir lleno de confianza a comulgar, sabiendo que al recibirlo estoy adquiriendo el remedio para todos los males y la solución para todos los problemas. Debo decir también a Nuestra Señora: ´Oh Madre mía haced con que los méritos de tu Hijo se apliquen a mí de modo semejante a como se aplicaron a Vos´. Podemos estar seguros de que así seremos ´millonarios´ de méritos por una simple comunión. Si una persona pasase en una gruta la vida entera solita, rezando y haciendo penitencia, no adquiriría tanto mérito cuanto el obtenido en una sola comunión. Vemos así, de que don inapreciable disponemos. (Revista “Dr. Plinio”, n. 136, Sao Paulo, Julio 2009).
Algo tan simple, profundo y accesible como estas aserciones animarían a muchas personas que desconocen el valor de una comunión y están desmotivadas para acercarse a la Santa Mesa. Querido lector, querida lectora, estos son temas para abordar eventualmente con familiares, amigos o colegas. Haciéndolo, estarán ofreciendo “millones de méritos” a personas que, por haber sido bautizadas, tienen seguramente una inconfesada sed de Dios.
Recemos, pues, por nuestros jóvenes, por la Iglesia y por el Papa.
Por el P. Rafael Ibarguren, EP
(Publicado originalmente en www.opera-eucharistica.org)
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