“Pensemos en una pobre joven víctima, de esas no tan raras, esclava de las redes y la cibernética, absorbido —en su cuarto oscurecido y delineado con luces de neón violeta— en un juego online”.
Foto: Jhunelle Francis Sardido / Unplash
Redacción (03/09/2025 11:39, Gaudium Press) Dopamina:
Molécula que funciona como neurotransmisor, es decir, esos ‘chispazos’ que comunican una neurona con otra, cumpliendo funciones esenciales para el ser humano, tanto desde el punto de vista estrictamente físico como mental. Ejerce también el papel de hormona, es decir, mensajero químico que navega por la sangre. Tal vez sea el neurotransmisor más importante, aunque todos realizan funciones cruciales para lo que algunos llaman equilibrio dinámico u homeostasis.
Dopamina: Durante mucho tiempo se la consideró relacionada solo con el placer (algo así como ‘a mayor placer, mayor dopamina’), pero el tiempo y la investigación fueron demostrando que su funcionamiento es más complejo, y que aunque no está determinado de forma completa, al parecer ya se tiene una noción de conjunto cercana a lo ideal, más en la línea de su papel en la motivación humana.
Hoy se sabe que la dopamina no solo tiene relación con el placer, sino con el deseo de experimentarlo, por tanto con la motivación y el deseo, y así, se libera dopamina no solo por recompensas naturales como la comida, o por las relaciones sociales —también el uso de drogas—, sino igualmente al practicar deporte, al conocer novedades, las sorpresas (mientras más inesperadas, más dopamina), o cuando se alcanzan los objetivos. (1) “Su conocimiento [el del funcionamiento de la dopamina] resulta ser clave para explicar e incluso predecir el comportamiento en un impresionante abanico de actividades humanas: crear arte, literatura y música; buscar el éxito; descubrir nuevos mundos y nuevas leyes de la naturaleza; pensar en Dios… y enamorarse” (2), dice el especialista Lieberman.
Existen, a grandes rasgos, dos circuitos de dopamina en el cerebro: el circuito que regula la recompensa, y el que regula lo que se llaman ‘funciones ejecutivas’, es decir, planeación, toma de decisiones, pasos para llegar a la meta, y resistencia a la búsqueda de ese fin.
La persona, digamos, tiene un nivel base de dopamina 5. Pero ve un video que le parece divertido, y la dopamina aumenta a 7, ocasionándose una sensación placentera. Pero pasado el video, baja la dopamina, pero no a 5, sino un poco más bajo, digamos 4,8. Sin embargo, el recuerdo placentero quedó, y la persona quiere volver a sentirlo, por lo que puede ver otro video, pero este ya no le produjo una dopamina 7, sino 6,5, a no ser que el video sea más excitante. Entretanto, visto el video más excitante, el efecto dopaminérgico baja aún más que la vez anterior. Esto sería un ejemplo sencillo de lo que David JP Phillips, (3) en una metáfora que me parece muy ilustrativa, llama de dopamina “rápida”.
Porque también existe la “dopamina lenta”:
“¿Qué dispara la dopamina lenta? Las actividades y experiencias que son realmente útiles para el futuro y cuyos beneficios van más allá del momento presente”, afirma Phillips. Por ejemplo, “aprender cosas produce dopamina lenta”, “el ejercicio físico libera dopamina lenta”.
“En mis conferencias suelo bromear diciendo que la mayoría de las cosas que hacíamos antes de que irrumpieran en nuestra vida los anuncios televisivos eran fuentes de dopamina lenta. Cuando pregunto al público qué creen que hacía la gente más a menudo, antes de la irrupción en sus vidas de los anuncios de televisión e internet, las respuestas más habituales son: socializar, dedicar tiempo a sus aficiones, cocinar, leer libros y revistas, jugar a juegos de mesa, hacer trabajos manuales y de jardinería, bailar, desarrollar actividades creativas, construir cosas, resolver crucigramas (…). Pero hace mucho de eso. El mundo en el que vivimos ahora es distinto y se sustenta en la dopamina rápida. Y esta es la raíz de muchos de nuestros problemas…”, asegura el autor sueco. Continuemos con una adaptación propia de un cuadro que él imagina:
Foto: Uriel Soberanes / Unplash
Pensemos en una pobre joven víctima, de esas no tan raras, esclava de las redes y la cibernética, absorbido —en su cuarto oscurecido y delineado con luces de neón violeta— en un juego online, al tiempo que en una pantalla alterna intenta acompañar un partido de futbol o un video cualquiera, y tiene en su mesa auxiliar una bolsa tamaño familiar del último snack hot salido al mercado y una cerveza de un litro. Es un cuadro hoy por hoy no tan inusual. Pues este personaje está en trance no tanto de una comilona de juegos o videos, sino en el fondo sufriendo una gigantesca inyección de dopamina, fuerte, placentera, excitante. Y sí, con potencialidad de enviciante…, porque el recuerdo extra-placentero clama por más.
Si a este muchacho lo sacaran de forma abrupta de su ‘cápsula’ de hiper dopamina, y, por ejemplo, lo pusieran a jugar parqués (parchís) o dominó con su papá, mamá y hermana, pues no solo diría “qué aburrido”, sino que eso le sabría a algo parecido a una “tortura”, pues el parqués produce dopamina, pero no tanta: es como comparar un bono de mil con uno de un millón, y a nivel cerebral. Y, si en sus manos pusieran un libro, incluso el más entretenido del mundo, de esos que a algunos nos han desvelado, pues es bien probable que el muchacho siga diciendo “qué aburrido” y que sienta que, tras el rapto de su capsula dopaminérgica, le están arrancando las uñas con un alicate, también porque la dopamina cae rápido, y con ella la sensación placentera.
Foto: Aaron Burden / Unplash
Ni se diga, si a este navegante del internet gaming, sorpresiva le llega a cierta hora la mamá y toca a su puerta (“son las cinco de la mañana Franciscooo”… las horas se habían esfumado en sus aventuras de consola con artemisa10, blacklion57 y congéneres), y le dice que tiene que arreglarse, que no puede perder el trabajo… La mamá ha sido causa de un bajón de dopamina tremendo, de 100 a casi 0.
A está actividades superexcitantes, acumuladas, repetidas, Marian Rojas Estapé las llamada “ladrones de dopamina”, porque por así decir succionan todo los recursos dopaminérgicos, roban el placer del suave flujo de dopamina de los placeres sencillos de la vida, o de actividades corrientes de la vida: “Llega el cumpleaños de uno de tus hijos y su padrino les regala la Play. Al día siguiente la descubren y lo pasan en grande. En la carretera de los video juegos circulan muchas bolitas de dopamina. Cuando al cabo de unos meses se te ocurre plantear una partida de parchís, tus hijos no quieren, no les apetece. Su mente desea lo nuevo, lo gratificante, y lo otro les resulta completamente aburrido”, ejemplifica Marian Rojas Estapé. (4)
O “vamos a ver un partido de fútbol con amigos, nos lo pasamos muy bien. Al cabo de unos meses, cada vez que vemos un partido con ellos, apostamos. Este sistema de recompensa variable genera más dopamina que si realizamos la actividad sin apostar. De esta manera el cerebro nos pide ver fútbol a la vez que apostamos. En la carretera de ver fútbol con amigos circulan diez bolitas de dopamina; si apostamos circulan veinte. Preferimos, por lo tanto, la segunda opción. (…) Leemos una novela y la disfrutamos. Descubrimos el mundo de las series y alguna de las plataformas se convierte en nuestra mejor amiga. Cada vez nos cuesta más prestar atención a los libros. Antes leíamos y nos deleitábamos en ello, pero ahora no nos llena en absoluto y nos produce desgana”. (5)
Ese ejemplo, el del chico gamer en su burbuja dopaminérgica, también sirve para medir como esta es una sociedad enviciada en la “dopamina rápida”: Si a este joven se le quitaran cascos, pantalla de juego, pantalla de YouTube, papitas fritas y la Budweiser, y se le pusiera a ver El halcón maltés o Lo que el viento se llevó, se sentiría igual de aburrido o torturado o más que si lo pusieran a leer un libro. Sin embargo, esos filmes fueron considerados en su época excitantísimos; en el lenguaje que estamos usando aquí, ultra-dopaminérgicos.
Por ahí podemos ir viendo que nuestro nivel de excitación dopaminérgica por nuestros entornos hoy ultra estimulados, está muy alto. Estamos muy expuestos a experimentar subidones de dopamina. La cuestión, es que las realidades “que provocan un subidón de dopamina más fuerte son más adictivas que las que lo hacen de una manera más contenida”. Y por tanto, a lo que desde hace rato se está enviciando el hombre de nuestros días, más que a algo específico, es a los subidones de dopamina, subidones que forzosamente se alternan con caídas, que claman por volver a tener subidones. Y de ahí, el desequilibrio. Y muchas otras cosas.
Titulamos esta nota como “cuando la ciencia confirma la moral”: claro, la moral nos llama a la Templanza, es decir a la moderación y prudencia en el uso de los placeres sensibles, con la gracia de Dios. Y ya se ve que no hay mejor preventivo para la locura dopaminérgica. Mejor dicho: es el único preventivo…
Seguiremos tratando estos temas próximamente, con el favor de Dios.
Por Saúl Castiblanco
____
1. Cf. Rojas Estapé, Marian. Recupera tu mente, reconquista tu vida. Editorial Planeta Colombiana S. A. Bogotá. 2024. pp. 32-33.
2. Lieberman, Daniel. Long, Michael. Dopamina. Editorial Planeta Colombiana S. A. Bogotá. 2021. p. 18.
3. Phillips, David JP. Las 6 hormonas que van a revolucionar tu vida. Editorial Planeta. Barcelona. 2024.
4. Rojas Estapé, Marian. Op. Cit. p. 55.
5. Rojas Estapé, Marian. Op. Cit. p. 56.
Deje su Comentario