miércoles, 10 de septiembre de 2025
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“Un clamor nunca es en vano si nace del amor”, asegura León XIV

Ante miles de fieles y peregrinos reunidos en la Plaza de San Pedro, el Pontífice enfatizó que “en la Cruz, Jesús no muere en silencio”, sino que “deja su vida con un grito”.

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Redacción (10/09/2025 16:43, Gaudium Press) Durante la Audiencia General de este miércoles 10 de septiembre, el Papa León XIV continuó el ciclo de catequesis centrado en la experiencia de Nuestro Señor Jesucristo crucificado. Ante miles de fieles y peregrinos reunidos en la Plaza de San Pedro, el Pontífice enfatizó que “en la Cruz, Jesús no muere en silencio”, sino que “deja su vida con un grito”.

Los Evangelios dan testimonio de un detalle precioso que merece ser contemplado con la inteligencia de la fe: en la cruz, Jesús no muere en silencio. No se apaga lentamente, como una luz que se consume, sino que deja su vida con un grito:

“Entonces Jesús, con un fuerte grito, expiró”. Este grito lo abarca todo: dolor, abandono, fe y ofrenda. “No es solo la voz de un cuerpo que cede, sino el signo definitivo de una vida que se entrega, afirmó.

El grito de Jesús no es de desesperación

El Santo Padre subraya que “el grito de Jesús está precedido por una pregunta, una de las más conmovedoras que se pueden formular: ‘Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?’. El Hijo, que siempre vivió en íntima comunión con el Padre, experimenta ahora el silencio, la ausencia, el abismo. No es una crisis de fe, sino la etapa final de un amor que se entrega por completo. El grito de Jesús no es de desesperación, sino de sinceridad, de verdad llevada al límite, de confianza que perdura incluso en el silencio absoluto”.

León XIV enfatizó que “Dios ya no habita tras un velo; su rostro ahora es plenamente visible en el Crucifijo. Es allí, en ese hombre atormentado, donde se revela el amor más grande”, enfatizando que el centurión, que era pagano, comprendió, pero no “porque oyó un discurso, sino porque vio a Jesús morir de esa manera” y luego afirmó: “¡Verdaderamente este hombre era el Hijo de Dios!”.

Jesús no clamó contra el Padre, sino por él.

Es la primera Profesión de Fe tras la muerte de Jesús. Es el fruto de un grito que no se perdió en el viento, sino que tocó el corazón. A veces, lo que no podemos expresar con palabras, lo expresamos con la voz. Cuando el corazón está lleno, grita. Y esto no siempre es signo de debilidad; puede ser un profundo acto de humanidad. Según el Pontífice, “el Evangelio confiere a nuestro grito un valor inmenso” y puede ser la forma suprema de oración, cuando ya no nos quedan palabras.

“Gritamos cuando creemos que alguien aún puede oírnos. Gritamos no por desesperación, sino por deseo. Una esperanza que no se rinde. Jesús no clamó contra el Padre, sino por él. Incluso en silencio, estaba convencido de que el Padre estaba allí. Y así nos mostró que nuestra esperanza puede gritar, incluso cuando todo parece perdido”, dijo.

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Según el Papa, gritar puede convertirse en un gesto espiritual. No es solo el primer acto de nuestro nacimiento; es también una forma de permanecer vivos. Gritamos cuando sufrimos, pero también cuando amamos, llamamos, invocamos. Gritar es decir que estamos aquí, que no queremos desvanecernos en el silencio, que aún tenemos algo que ofrecer.

Jesús nos enseña a no tener miedo de gritar

Hay momentos en la vida en que guardarnos todo dentro puede consumirnos lentamente. Jesús nos enseña a no tener miedo de gritar, siempre que sea sincero, humilde y dirigido al Padre. Un grito nunca es en vano si nace del amor. Nunca se ignora si se dirige a Dios. Es una forma de evitar caer en el cinismo, de seguir creyendo que otro mundo es posible. Finalmente, León XIV instó a los fieles a aprender de Jesús “el grito de esperanza cuando llega la hora de la prueba extrema. No herir, sino confiar. No gritarle a nadie, sino abrir el corazón. Si nuestro grito es verdadero, puede ser el umbral de una nueva luz, de un nuevo nacimiento. Si se expresa con la confianza y la libertad de los hijos de Dios, la voz angustiada de nuestra humanidad, unida a la voz de Cristo, puede convertirse en fuente de esperanza para nosotros y para quienes nos rodean”, concluyó. (EPC)

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