El primer ‘fiat’ de la Virgen, y el inicio de su desponsorio místico con el Espiritu Santo.
Niña Virgen y el profeta Simeón
Redacción (07/10/2025 16:34, Gaudium Press) Continuando con algunos ‘flashes’ de la lectura del libro de Mons. Juan Clá sobre la Virgen, ¡María Santísima! El Paraíso de Dios revelado a los hombres, recorramos ahora algunas de las páginas que hablan del ‘internado’ de la que sería la Madre de Dios en el Templo de Jerusalén.
Dice Monseñor Juan que sí causaba profunda tristeza a la Virgen cuando Ella quería “conducir las almas a la plena unión con Dios, y a pesar de ello, notar que ellas deliberadamente toman un camino opuesto”. (1) Es la dura escuela en la ingratitud humana, en la que la Niña María también estudió.
Es claro, no erean solo los hombres: el demonio buscaba atacarla. Directa e indirectamente.
Directamente “le sugería el pensamiento y la impresión de que todo estaba perdido, que el Mesías no vendría jamás y, por lo tanto, sería mejor entregarse a una vida mediocre”. Era un ataque permitido por Dios, para que Ella conquistase gracias que sustentasen a quienes en el futuro pasarían por prueba en su fe.
Pero también buscaba el demonio azuzar contra Nuestra Señora desentendimientos, desconfianzas, confusiones, ingratitudes y humillaciones: “Entre los sacerdotes que acompañaban a las doncellas, por ejemplo, había uno que alimentaba una gran antipatía por la Niña. Por más que Ella fuese eximia en la observancia de todos sus deberes, siempre la reprendía. Cierta vez que Nuestra Señora había lavado con primor los tejidos que se usaban en el altar, este sacerdote le hizo una ruda advertencia, diciéndole que el trabajo lo había hecho pésimamente y que debería repetirlo todo. Ella escuchó la reprensión con toda humildad, sin replicar una sola palabra y hasta agradeciendo la corrección”. (2) Así actuando, la Virgen compraba gracias para santificar la vida religiosa que nacería en la Iglesia.
Simeón
La Virgen Niña también fortalecía con su presencia al sacerdote y profeta Simeón, hombre de quien “ya había oído muchísimos elogios de sus padres” y a quien por veces le asaltaba la angustia por “la aparente inacción de la Providencia delante de aquella situación calamitosa” del pueblo de Israel. “En los coloquios con el venerable anciano, la Virgen pudo percibir su inmensa perplejidad”, y aunque “él hacía lo posible por disimular y velar a sus interlocutores los problemas que le dilaceraban el corazón máxime cuando se trataba de alguien aún tan joven. No obstante, la Niña veía su alma y discernía, por muchas de sus palabras, la enorme tristeza que le asaltaba al considerar el estado del pueblo elegido. A pesar de su tierna edad, paradójicamente Ella se sentía llamada a ejercer el papel de Madre y protectora de Simeón, confortándolo en sus pruebas, pues también tenía un presentimiento interior de que, muy en breve, Dios haría algo en favor de los hombres. Y en esa intención rezaba sin descanso”. “—Mi buen padre, le dijo un día la Niña al Profeta, no sé bien por qué, pero siento que el Mesías está muy cerca de nosotros. Si Dios ha puesto en vuestra alma esos deseos, es imposible que Él no los cumpla de alguna forma. Tened la certeza de que la promesa que brilla en vuestra alma se realizará”. (3)
Voto de virginidad
Tenía tan solo cuatro años la Virgen Niña, cuando “sentada en un banquito de piedra” y contemplando “el movimiento de las estrellas, las múltiples intensidades de sus cintilaciones, la inmensa variedad de sus proporciones”, sintió con viva emoción el orden primoroso del universo hecho por el Creador. Entonces “vio aparecer en medio de las estrellas una figura muy clara y familiar: era la imagen de Dios. Pero, en esta ocasión, se presentaba de una forma distinta de las anteriores y ejerciendo una acción también diferente”. Tomada por un éxtasis, la Virgen sintió como en ninguna otra ocasión “el intensísimo amor que Dios tenía por Ella, y cuánto el Señor la convidaba a hacer parte de ese amor. Notó también que se trataba de un amor substancial, es decir, que aquel Ser y el Amor eran una sola cosa. Tuvo así un conocimiento experimental del Divino Espíritu Santo, al que correspondió con un ímpetu amoroso pleno y unitivo”. A ese acto de amor de Dios, María Santísima correspondió a su vez con una acto de amor tan perfecto “que, en su esencia, consistió en un verdadero desposorio, preliminar del matrimonio místico que se realizaría en la Anunciación. Por eso, al terminar el éxtasis, la primera actitud que tomó fue arrodillarse y ratificarlo por medio de un voto de virginidad”. (4)
Esa relación de amor con el Paráclito fue intensificándose con el paso de los días, dando pie a nuevos éxtasis. En uno de ellos, “la visión fue de encuentro a lo más central de sus pensamientos, deseos e intenciones: la venida del Mesías y la consecuente regeneración de Israel y de todo el género humano. Penetrando en los más profundos secretos divinos, le fue revelado que los tiempos anunciados por los profetas habían llegado a su término, y que Dios, por fin, visitaría a la humanidad”, pero que la Sangre de este Mesías, fecundaría los suelos, y que sería ultrajado, despreciado y rechazado. “Contempló entonces, en el Espíritu Santo, episodios de la Pasión de su amado Mesías y, una vez concluida la visión de estas escenas, oyó una voz fuerte que le decía: ‘Hija mía, ven a sufrir con Él’. Y la misma voz la invitó a ofrecerse como víctima por sus dolores, cesando así el éxtasis”. A este pedido la Virgen dijo sí, y fue su primer “fiat”, empezando a sentir, “de manera anticipada la Pasión del Redentor”. (5)
Sufridora desde chiquita en previsión de los sufrimientos del Mesías, siendo objeto de los ataques del maligno, de la envidia de algunas de sus compañeras, y de los avances de otras niñas “para intentar perderla”, la Virgen Niña entretanto, “conservaba siempre la serenidad y la paz de alma, la candidez y la alegría inocente de la primera infancia; poseía un elevado espíritu sobrenatural que la llevaba a depositar todas las pruebas y contrariedades en las manos de Dios”. Esa resignación juvenil y madura, serena pero fuerte, no solo era visible “en el brillo de sus ojos”,sino que además “ejercía una especie de acción exorcística, por la cual las personas que querían hacerle daño se sentían impulsadas a alejarse, y aquellas que esperaban con amor la venida del Mesías y de su Santísima Madre, se sentían confortadas junto a Ella”. (6)
Ya desde pequeña, era Nuestra Señora una perfecta prefigura del Redentor.
Pero también vivía las alegrías de su admiración y de la contemplación del orden del universo, de las cuales hablaremos en próxima nota.
Por Saúl Castiblanco
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1 Mons. João Scognamiglio Clá Dias. ¡María Santísima! El Paraíso de Dios revelado a los hombres. Volumen II – Los Misterios de la Vida de María: una estela de luz, dolor y gloria. Caballeros de la Virgen. Bogotá. 2022. p. 150.
2 Ibidem, p. 151.
3 Ibidem, pp. 152-155.
4 Ibidem, pp. 155-156.
5 Ibidem, pp. 156-158.
6 Ibidem, p. 159.
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