Tras dos años de prohibición, la Misa según el rito antiguo volvió a resonar en la Basílica de San Pedro. El Cardenal Raymond Leo Burke celebró la Misa solemne en el Altar de la Cátedra, en el corazón del Vaticano.
Redacción (28/10/2025 11:12, Gaudium Press) La celebración de la Misa Tridentina en la Basílica de San Pedro el 25 de octubre de 2025, presidida por el Cardenal Raymond Leo Burke, reavivó el debate sobre la relación entre la tradición y la reforma dentro de la Iglesia Católica.
Tras dos años sin que se autorizara el rito antiguo en el Altar de la Cátedra, la celebración marcó un hito. Para muchos, fue un signo de reconciliación y respeto por la herencia litúrgica que forjó siglos de espiritualidad católica. Para otros, planteó interrogantes sobre la dirección pastoral y teológica del nuevo pontificado de León XIV, sucesor de Francisco, y sobre el delicado equilibrio entre unidad y diversidad en la vida eclesial.
Según la Catholic News Agency, Burke celebró la Misa Pontifical Solemne en latín con motivo de la peregrinación anual “Summorum Pontificum”, evento que reúne a los católicos devotos de la liturgia anterior al Concilio Vaticano II. La celebración fue precedida por una procesión solemne y contó con una asistencia significativa.
Durante el pontificado de Francisco, el Vaticano impuso severas restricciones a la Misa Tridentina, especialmente tras el motu proprio Traditionis Custodes, cuyo objetivo manifiesto era preservar la unidad del rito romano e impedir que el antiguo misal se utilizara como símbolo de oposición al Concilio. El regreso de la liturgia tradicional al corazón del catolicismo, presidida por un cardenal identificado con el sector más tradicional, se interpretó, por tanto, como una señal de apertura pastoral y un intento de reconciliación con los fieles apegados a la forma extraordinaria del rito romano.
Según la CNA, el evento se presenta no solo como una victoria simbólica para los tradicionalistas, sino también como un indicador del equilibrio y la prudencia del nuevo Papa. El texto destaca que la Misa Tridentina, más que una cuestión ritual, se ha convertido en un punto central en los debates sobre la identidad de la Iglesia. Para muchos, el rito antiguo representa un vínculo con la continuidad doctrinal y teológica que se extiende a lo largo de los siglos, además de ser un símbolo de la sacralidad y la reverencia que algunos consideran diluidas en las formas litúrgicas posconciliares.
El reportaje destaca el creciente número de jóvenes católicos que redescubren en el rito tradicional una auténtica expresión de fe, una fuente de vocaciones y un espacio de contemplación. Este redescubrimiento no puede ser ignorado por un Papa que desea gobernar la Iglesia con sensibilidad pastoral y atención a las aspiraciones del pueblo de Dios.
La CNA enfatiza además que, al permitir la celebración, el Papa León XIV no rompe con el legado del Vaticano II ni cierra las puertas a la tradición litúrgica preconciliar. La actitud del Papa se presenta como una combinación de realismo y magnanimidad: una apertura pastoral que busca armonizar la tradición y la renovación sin comprometer la unidad de la Iglesia.
Por otro lado, Colleen Dulle, vaticanista de America Magazine, es más analítica y cautelosa. Para ella, el regreso de la Misa Tridentina a la Basílica de San Pedro no es solo una cuestión de estilo litúrgico, sino un episodio con profundas implicaciones teológicas y eclesiales.
Dulle señala que la forma de la liturgia expresa una visión particular de la Iglesia. El rito reformado tras el Vaticano II buscó promover una comprensión más comunitaria y participativa de la Eucaristía, en contraste con la espiritualidad más jerárquica y contemplativa del rito antiguo. El hecho de que la Misa Tridentina se vuelva a celebrar públicamente en la Basílica reabre debates que parecían cerrados: ¿qué significa “unidad litúrgica”? ¿Hasta qué punto es posible el pluralismo sin fragmentación?
Dulle recuerda que Traditionis Custodes surgió de la preocupación de que el uso del misal de 1962, en algunos contextos, se había convertido en un símbolo de resistencia ideológica al magisterio conciliar. En este sentido, el gesto del Papa León XIV debe interpretarse con discernimiento. Para ella, la celebración presidida por Burke puede representar un signo pastoral de inclusión, pero no necesariamente un cambio doctrinal o jurídico. El reto, según Dulle, radica en garantizar que el rito extraordinario se viva en comunión y no como un contrapunto a la Iglesia conciliar. Advierte que el riesgo es que el simbolismo de la “victoria tradicionalista” termine oscureciendo el esfuerzo de la reforma litúrgica por unir fe y participación.
Dos perspectivas
Mientras que la CNA enfatiza el valor espiritual y identitario del rito tradicional, la lectura de la revista jesuita América destaca sus implicaciones eclesiológicas y pastorales. Para la primera, el evento es un signo de esperanza: la tradición litúrgica, lejos de ser un obstáculo, puede revitalizar la fe y fortalecer el sentido de sacralidad en el culto católico. Para la segunda, es necesario velar por que la recuperación de esta tradición no cree guetos espirituales ni alimente tensiones entre fieles y obispos.
Ambas, sin embargo, convergen en un punto esencial: la liturgia es el espejo de la Iglesia. La forma en que la Iglesia celebra refleja cómo se entiende a sí misma y, por lo tanto, cualquier cambio litúrgico tiene un peso simbólico mucho mayor de lo que podría parecer a primera vista.
La convergencia entre ambas lecturas surge cuando ambas reconocen que la Misa Tridentina ha dejado de ser una mera forma de culto para convertirse en símbolo de una disputa más amplia: cómo la Iglesia se entiende a sí misma frente a la modernidad. Para la CNA esta disputa, conocida popularmente en Estados Unidos como “guerras litúrgicas”, puede ser fructífera si se gestiona con caridad y prudencia; para Dulle, es peligrosa si se deja llevar por la nostalgia y la polarización. En ambos casos, la misa celebrada por Burke en la Basílica de San Pedro es vista como un test de unidad: ¿es posible redescubrir la belleza de la tradición sin retroceder en los avances pastorales del Concilio?
La reautorización de la misa tridentina en San Pedro puede interpretarse, por tanto, como una clave histórica. Tras años de tensión y prohibiciones, la Iglesia parece estar abriendo espacio para un diálogo litúrgico más sereno, reconociendo que la fidelidad a la tradición no es incompatible con el espíritu de la reforma. Para los fieles apegados a la forma antigua, es un reconocimiento de que su forma de orar es también una expresión legítima de la fe católica. Para los defensores de la reforma, es un recordatorio de que la verdadera unidad no se impone por decreto, sino que se basa en el respeto mutuo.
En definitiva, el episodio muestra que la Iglesia sigue experimentando la tensión entre la continuidad y la renovación, una tensión que no debe verse como debilidad, sino como un signo de vitalidad. La Misa Tridentina en la Basílica de San Pedro, tras dos años de prohibición, se ha convertido en un reflejo de esta dinámica: un gesto que, según se mire, puede significar restauración o reconciliación, resistencia o comunión.
El Papa León XIV parece comprender que la Iglesia no puede elegir entre el pasado y el presente, porque ambos forman parte del mismo misterio. Al permitir que la antigua liturgia resuene bajo la cúpula de Miguel Ángel, invita a la cristiandad a orar unida —en latín o en lengua vernácula— ante el mismo altar y el mismo Dios.
Por Rafael Tavares





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