Se oculta con mucho cuidado este vicio pues, dejaría de serlo sin no se lo ocultase. Corrompe como el fermento a la masa, engaña y enseña a engañar.
Redacción (09/11/2025 11:10, Gaudium Press) Hipócrita…expresión que califica la conducta personal que surge entre hombres y mujeres, de todos los tiempos, consecuencia del pecado original. Nace en el relacionar humano, existe hasta en los ámbitos familiares más cercanos. Se desenvuelve de forma contraria a lo que se piensa o se predica, para engañar o aparentar ser alguien lo que no se es. Suenan a nuestros oídos, con intensidad, las enérgicas palabras de Nuestro Señor Jesucristo cuando increpaba a los fariseos: “hipócritas”, “raza de víboras”, “sepulcros blanqueados”. Por este motivo se califica, análogamente, a una persona hipócrita de fariseo.
Pero ¿quiénes eran?, ¿cómo era su accionar? Se creían superiores y mejores que los demás, su orgullo no tenía límites. Tuvieron origen virtuoso, con un espíritu acentuado por la pureza de la religión judaica y de la Ley – el término fariseo quiere decir literalmente separado –, se alejaban de los que se dejaban influenciar por el relativismo de vida que rodeaba al pueblo de Israel, nacen unos doscientos años antes de Jesucristo. Con el correr del tiempo se fueron transformando en un prototipo de falsedad. San Buenaventura los definía sintéticamente: “se consideran a sí mismos buenos por sus obras externas y no tienen, por tanto, lágrimas de contrición”; eran pecadores, pero se consideraban santos.
Sin embargo, la descripción de sus rasgos característicos fue el propio Jesús que los denuncia, en un largo oráculo, poniendo a los jefes del pueblo y el pueblo al descubierto en su insinceridad: “Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, diciendo: ‘Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí’” (Mat 15, 8).
Por eso Jesús advertía a las multitudes que se aproximaban a él y a sus discípulos: “Estad atentos y guardaos de la levadura de los fariseos y saduceos” (Mt 16, 6). Y, a ellos mismos, los increpaba diciendo que eran “una generación malvada y adúltera” (Mt 16, 4). Jesús estigmatiza su conducta de forma terminante. Ante las variadas acusaciones, los fariseos – en sus ansias enfermizas de vanidad y soberbia queriendo llamar la atención sobre sí, ostentando superioridad – callaban, guardando su venganza para mejor ocasión.
Habla Jesucristo
Entre las invectivas más fuertes, que sobre ellos Nuestro Señor pronuncia, encontramos cuando los compara con los sepulcros blanqueados: “por fuera tienen buena apariencia, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de podredumbre” (Mt 23, 27). Terrible comparación, entre otras, que comienzan con la invectiva de “Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas”. Interiormente practicaban algo que era contrario a la Ley, pero por fuera se mostraban eximios observantes a ella; se revestían de la ley para disfrazar su incumplimiento. Por eso Nuestro Señor afirmaba: “haced y cumplid lo que os digan, pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos dicen, pero no hacen” (Mt 23, 3).
Tal vez haya pasado desapercibido a cuántos lectores de los Evangelios, pero, San Mateo presenta a Jesús condenando la conducta de los fariseos en… ¡veinte capítulos! El asunto casi central del Evangelio es la dureza de alma de los fariseos: la hipocresía; en su accionar es más importante de lo que pensamos, era un problema de mentalidad.
“Serpientes”, “raza de víboras”, “guías ciegos”, “rebosando de robo y desenfreno”, “repletos de hipocresía y crueldad” (Mt 23); fuertes acusaciones salidas de los divinos labios de nuestro Redentor, que algunos estudiosos de la Sagrada Escritura las califican de “las ocho maldiciones” en contraposición de las “ocho bienaventuranzas”. Lobos revestidos de pastores que, llenos de odio, calumniaban a Jesús de ser poseído por el demonio, de quebrar la ley del sábado, de comer con pecadores, etc.
Hicieron oídos sordos a la invitación de Jesús: “los que estáis cansados y agobiados, yo os aliviaré”, “aprended de Mí que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso en vuestras almas” (Mt 11, 28-29). Sus almas estaban contaminadas por el vicio de la confianza en sí mismo, presunción de santidad y desprecio por los otros, todo lo contrario de la fe, la humildad y la caridad. Así lo describe el Divino Maestro en la parábola del fariseo y el publicano: “el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido” (Lc 18, 9-14).
Ahora nos preguntamos: ¿Hay un fermento farisaico – hipócrita – en los días de hoy?, ¿Hay gente, incluso entre los católicos, que demuestran sus propósitos en ciertos aspectos cotidianos, pero, por otra parte, viven un relativismo moral en materias más graves? Pasados más de dos mil años, este fermento lo vemos en los días de hoy y, va a durar hasta el fin del mundo. Se oculta con mucho cuidado este vicio pues, dejaría de serlo sin no se lo ocultase. Corrompe como el fermento a la masa, engaña y enseña a engañar.
De esta “lepra”, pues no merece otro calificativo, no podemos afirmar que toda persona actúa así, pero, lo que sí, buena cantidad de personas pueden expresar fisonomías “enmascaradas” – hypo igual máscara –, alegres, sonrientes, aparentando de normales, pero, por dentro, están llenos de podredumbre.
La propia Real Academia Española la define claramente: “fingimiento de cualidades o sentimientos contrarios a los que verdaderamente se tienen o experimentan”. En pocas palabras, un hipócrita es una persona falsa que finge ser otra persona, tener ideas o valores que en realidad no los tiene, tiene una doble cara.
Ante la hipocresía – actitud de aquellos que sus palabras no coinciden con sus acciones – al ser fieles a los principios que deseamos vivir basados en los Mandamientos de la Ley de Dios, la ponemos en evidencia. La integridad moral de vida de cada uno de nosotros dará lugar al entrechoque contra esta “lepra”.
Encontramos gente hipócrita en todos lados, a veces nosotros, en diversas circunstancias, actuamos como hipócritas para vincularnos con el ambiente que nos rodea o para no herir los sentimientos de los otros.
Es duro decirlo, pero la hipocresía – mentira y vacío unidos – se podría considerar como la suma de todos los pecados. Al contrario, la santidad, además de ser la verdad, contiene todas las virtudes: “ser santos e irreprensibles”, en el decir de San Pablo (cf. 1Ts 5, 23). Por eso Jesús describe sus rasgos, exhorta a no imitarlos, invitando a hacer lo contrario de esa siniestra conducta.
(Publicado originalmente en La Prensa Gráfica, 9 de noviembre de 2025.)
Por el P. Fernando Gioia, EP






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