viernes, 14 de noviembre de 2025
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La gran Santa Francesca Cabrini: las veces que Dios le salvó la vida, incluso cuando naufragó el Titanic

Santa Cabrini dedicó su vida a servir a los más vulnerables, y en el camino fue preservada de peligros inmensos, incluido el Titanic. Su testimonio muestra una confianza total en Dios

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Redacción (14/11/2025 11:18, Gaudium Press) Santa Francisca Javier Cabrini, gran mujer: nació el 15 de julio de 1850 en Sant’Angelo Lodigiano, Italia, en el seno de una familia cristiana. Desde pequeña su salud le jugaba malas pasadas, pero poseía un corazón grande como el Everest. Su más grande aspiración era ser misionera en China, inspirada por las historias de esos grandes evangelizadores que surcaron los océanos hacia el Oriente.

Aunque varias congregaciones la rechazaron por su debilidad física, Dios la tenía reservada como protagonista de un luminoso plan. En 1880 fundó las Misioneras del Sagrado Corazón de Jesús, comunidad dedicada a la educación, la caridad y el servicio a los más necesitados.

León XIII —el Papa de las grandes misiones— le pidió cambiar el rumbo de Oriente y mirar hacia el Occidente, que también estaba muy necesitado de la misión: los millones de inmigrantes italianos que llegaban a Estados Unidos en condiciones de extrema pobreza. Obedeciendo con humildad, la Madre Cabrini cruzó el Atlántico 24 veces, fundó 67 instituciones —entre escuelas, hospitales y orfanatos— y se convirtió en la primera ciudadana estadounidense canonizada. Su vida fue un canto de confianza absoluta en el Sagrado Corazón, y su misión, un testimonio de que Dios glorifica las almas en todo el mundo, cuando se entregan a su voluntad.

Patrona de los inmigrantes…

La historia de Santa Francisca Cabrini, patrona de los inmigrantes, está llena de episodios sorprendentes en los que la Divina Providencia guió cada paso. Pero pocos episodios son tan impactantes como aquel que la dejó —sin saberlo en el momento— fuera de la tragedia del Titanic.

A inicios de abril de 1912, la Madre Cabrini, con 62 años, se encontraba en Italia junto a sus hermanas de religión. Había viajado para atender asuntos de sus fundaciones en Europa, y su plan original incluía visitar a las comunidades en Francia, España e Inglaterra antes de regresar a Estados Unidos. Las hermanas que la esperaban en Inglaterra querían darle una alegría y un viaje más cómodo: le compraron un pasaje en un nuevo y lujoso transatlántico que estaba a punto de realizar su primer viaje. Su nombre: RMS Titanic. (Pobrecitas hubiesen sido ellas, si junto con el Titanic, se hubiera hundido también su madre y superiora…)

Aunque la Madre Cabrini era una viajera incansable, nunca disfrutó los viajes por mar. Cuando era niña, casi se ahogó, y ese recuerdo la acompañó siempre. Sin embargo, el deber estaba por encima del temor, y sus hermanas confiaban en que aquel majestuoso barco haría de su regreso a América, una experiencia placentera.

Pero mientras ellas la esperaban en Londres, la Madre Cabrini recibió noticias urgentes desde Nueva York. En el Hospital Columbus, fundado por ella, las necesidades se habían desbordado, se requerían nuevas ampliaciones y había mucho que resolver para continuar con la obra. No podía esperar a mediados de mes. Tenía que volver lo antes posible para recaudar fondos y tomar decisiones.

Con dolor por decepcionar a sus hijas espirituales, pero siguiendo lo que discernía como la voz de Dios, decidió cambiar de ruta y embarcar desde Nápoles unos días antes, en otro barco.

Cuando el Titanic naufragó el 15 de abril de 1912, llevándose más de 1.500 vidas, las hermanas en Inglaterra comprendieron que la decisión de su fundadora había sido un acto de protección divina. La propia Cabrini lo expresó en una carta escrita semanas después. El 5 de mayo de 1912, relató a la hermana Gesuina Dotti: “Hasta ahora sólo he recibido dos de tus cartas, y si me has enviado cinco, entonces debe decirse que se fueron a las profundidades con el Titanic. Si hubiera ido a Londres, podría haber partido en él, pero la Divina Providencia, que siempre vela, no lo permitió. Bendito sea Dios.”

Pero aquella no fue la única vez en que se enfrentó a peligros del mar.

Santa Francisca Cabrini

Un segundo encuentro con los icebergs

En 1890, durante su segundo viaje a Nueva York, viajaba en un barco llamado La Normandie. La travesía estuvo marcada por una tormenta tan fuerte que la mayoría de los pasajeros prefirió quedarse en sus camarotes. Ella, sin embargo, se mantuvo serena, pendiente de sus hermanas por si era necesario abordar los botes salvavidas.

Incluso en medio del fuerte oleaje, se permitió contemplar el mar y encontrar en él un mensaje de Dios. En una carta escribió: “¡Deberías ver cuán hermoso está el mar en su gran movimiento, cómo se eleva y espumea! ¡Es realmente una maravilla! Si todas ustedes estuvieran aquí conmigo, hijas, cruzando este inmenso océano, exclamarían: ‘¡Oh, cuán grande y maravilloso es Dios en sus obras!’”.

Pero en ese mismo viaje sucedió algo que pudo haber sido fatal. Cerca de la medianoche, el barco se detuvo de repente tras una fuerte sacudida: una falla en el motor. Ese retraso forzoso duró 11 horas, un tiempo que, sin que los pasajeros lo supieran, les salvaría la vida. Dos días después, la Madre Cabrini describió: “Hacia las 11 nos vimos rodeadas de icebergs por todo el horizonte, eran unas doce veces el tamaño de nuestro barco”. De no haber sido por la avería, ese encuentro se habría producido de noche, con el barco a toda velocidad y sin posibilidad de maniobrar.

Ella lo resumió con la sabiduría de quien vive de cara al cielo: “El buen Dios, nos arrulló a todos en un gran vaivén”.

Sostenida siempre por la Providencia

No sólo en el mar vio la acción divina. En un viaje en tren cerca de Dallas, el vagón donde iba fue atacado a tiros. Una bala pasó rozando su cabeza y cayó a su costado. Ella, tranquila, explicó: “Fue el Sagrado Corazón, a quien había encomendado el viaje”.

Consciente del cuidado de Dios, escribió también: “Sostenida por mi Amado, ninguna de estas adversidades puede conmoverme. Pero si confío en mí misma, caeré.”

Esa confianza profunda, tejida a lo largo de su vida, se refleja también en las hermosas oraciones que escribió y que hoy continúan fortaleciendo a miles de personas.

Seis hermosas oraciones de Santa Francisca Cabrini

Con motivo de su fiesta, celebrada cada 13 de noviembre, el Santuario de Santa Francisca Cabrini en Nueva York compartió varias oraciones escritas de su puño y letra. Son textos que muestran la ternura, profundidad espiritual y absoluta confianza que la santa tenía en Jesús.

A continuación, mostramos 6 oraciones, acompañada de una breve reflexión que las integra de manera fluida en la historia de su vida.

  1. Oración contra la ansiedad

La Madre Cabrini, que enfrentó tormentas, naufragios y peligros, sabía que el corazón humano necesita paz para seguir adelante. Por eso escribió: “Jesús, fortaléceme con la gracia de tu Espíritu Santo y concede tu paz a mi alma, para que pueda ser libre de toda ansiedad, preocupación y angustia innecesarias.

Ayúdame a desear siempre lo que te agrada y te es aceptable, para que tu voluntad sea también la mía.” Es una súplica para aprender a descansar en Dios incluso cuando la vida parece un océano agitado.

  1. Oración de alabanza

Su amor por Jesús era tan vivo que lo expresó con palabras ardientes: “Oh, Jesús, mi Amor, ¿cómo eres? Te comprendo, y sin embargo, no te comprendo, pero adoro profundamente tu majestad, bendigo tu misericordia, amo tu bondad y te amo a ti mismo.

Sí, te amo, te amo tanto, ¡tantísimo! Con tu gracia, dulce Jesús, correré tras de ti hasta el final de la carrera, por siempre, para siempre. Ayúdame, Jesús, porque deseo hacerlo con ardor y prontitud.” Una alabanza que nace del corazón de una mujer que encontró en Dios su tesoro y su fuerza.

  1. Para el discernimiento

Cabrini entendía que la misión sólo puede cumplirse escuchando la voz de Dios. Por eso escribió: “Jesús mío, no siempre he reconocido tus planes de amor para mí. Cada día, con la ayuda de tu luz, aprendo más sobre tu cuidado amoroso. Continúa aumentando en mí la conciencia de la ternura de tus planes.Deseo seguir el propósito para el cual fui creada. Mira, estoy en tus manos.

Ayúdame a elegir la mejor manera de servirte.Camina conmigo, Jesús. Permanece a mi lado y guíame.” Una oración perfecta para quienes están buscando su camino en medio de decisiones importantes.

  1. Oración de entrega a Jesús

Santa Cabrini se entregaba por completo al Corazón de Cristo, consciente de su propia fragilidad: “Mi amado Jesús, me encierro en ti y me abandono completamente en tu Corazón amoroso, Ilumina mi mente con un rayo de tu luz, mueve mi corazón y mi alma y haz que haga todo lo que te agrade y sea para tu mayor gloria.

Jesús, te amo tanto, pero soy tan débil que en mi ignorancia y pecaminosidad aún no sé corresponder, ni siquiera parcialmente, a todas las gracias especiales y a la ternura amorosa con que me rodeas.

Pensaré en ti y descansaré en ti, mi amado Jesús. He aquí a tu siervo: ¡haz conmigo lo que quieras!” Es una de sus oraciones más íntimas y profundas.

  1. Para la purificación

Con sencillez y reverencia, pedía: “¡Purifícame, Jesús! Con una sola gota de tu preciosísima sangre, embellece mi alma; hazme digna de ti, que eres inmensa belleza y pureza inefable.” Una súplica que recuerda que la santidad comienza dentro del corazón.

  1. Oración de confianza

La confianza fue el sello de toda su vida; por eso escribió: “Amado mío, ensancha mi alma para que pueda comprender toda tu bondad y misericordia, Me entrego completamente a ti, con gran fe, y descanso tranquila en tus brazos, como un niño en los brazos de su madre.” La misma confianza que la sostuvo en los océanos, en los trenes y en cada misión que emprendió.

Con información de Aciprensa y Churchpop

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