jueves, 20 de noviembre de 2025
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Informe intermedio del Sínodo levanta temas controvertidos en la Iglesia

El informe preliminar genera preocupación al reclasificar la homosexualidad y abrir debates sobre las diaconisas.

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Foto: Vatican News

Redacción (20/11/2025 10:18, Gaudium Press) El nuevo informe preliminar publicado por la Secretaría General del Sínodo en Roma reaviva debates que han caracterizado el proceso sinodal más por la tensión interna y la fragmentación que por la comunión prometida. En el documento presentado por el Grupo de Estudio 9, dedicado al trato pastoral de los católicos LGBTQ+, resulta significativo el intento de clasificar la homosexualidad como un “tema emergente”, en lugar de un tema “controvertido”. Este cambio de vocabulario, aparentemente técnico, tiene un peso doctrinal y simbólico, ya que revela una inclinación progresiva a reinterpretar cuestiones morales que, durante siglos, han estado arraigadas en la tradición católica de manera estable.

Una lectura crítica de este movimiento indica que no se trata simplemente de ajustar los métodos pastorales, sino de redefinir la manera misma en que la Iglesia aborda cuestiones relacionadas con la antropología, la sexualidad y la moral cristiana. El informe afirma que el enfoque será interdisciplinario, con aportaciones de las ciencias y la antropología, lo que sugiere que podría abrirse un espacio, en el Magisterio, para interpretaciones que relativicen categorías teológicas consolidadas. Esta tendencia ya había sido observada por analistas: el discurso sinodal, en muchos puntos, parece partir de la premisa de que las palabras de la tradición son insuficientes y que es necesario “complementarlas” con parámetros externos. El documento no oculta esta postura cuando reconoce la “insuficiencia de los conceptos a nuestra disposición” y la “resistencia al cambio de hábitos mentales y prácticos”. Expresiones como estas ponen en entredicho la tradición, como si esta misma fuera un obstáculo para el discernimiento.

La crítica entre doctrina y pastoral es otra señal de cambio. El informe subraya que separar ambas esferas genera malentendidos y lleva a concebir el amor y la verdad como polos antagónicos. Pero, paradójicamente, es precisamente el relativismo pastoral —a menudo justificado bajo el argumento de la “misericordia”— el que ha alimentado interpretaciones que relegan la verdad moral a un segundo plano. En lugar de profundizar en la comprensión de la doctrina a la luz de la tradición viva, el documento sugiere que la doctrina debe adaptarse a nuevas sensibilidades culturales, lo cual contradice siglos de enseñanza magisterial.

Este panorama se torna aún más complejo al observar que el Sínodo no solo aborda cuestiones LGBTQ+. El Grupo de Estudio 5, que trata cuestiones teológicas y canónicas relacionadas con formas ministeriales específicas, también presentó su informe provisional, el cual no es menos controvertido. Entre los temas centrales se encuentra la participación de las mujeres en la vida y el liderazgo de la Iglesia, especialmente en lo que respecta al acceso al diaconado femenino. La coordinación de este grupo ha estado rodeada de polémica desde sus inicios. Durante la asamblea final del Sínodo de los Obispos, el Prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, el Cardenal Víctor Fernández, es el único coordinador que no entregó su informe a tiempo, no compareció en persona y envió a dos colaboradores en su lugar. Este episodio ya había suscitado inquietudes sobre el desarrollo del proceso; ahora, con el nuevo informe, queda claro que la controversia persiste.

El tema del Grupo 5

El documento del Grupo 5 afirma haber recopilado y evaluado una gran cantidad de material sobre el tema de la mujer, procedente de aportaciones espontáneas y solicitudes presentadas por el propio grupo. Aseguran, además, que el informe final ya cuenta con una estructura bien definida y que “el acceso de las mujeres al diaconado merece una mención especial”. Subrayan que el Papa Francisco reactivó la Segunda Comisión de Estudios sobre el diaconado femenino durante la última sesión sinodal y que todas las aportaciones sobre el tema fueron remitidas a dicha comisión. Sin embargo, resulta preocupante que esta comisión esté completamente desligada de la dinámica sinodal y, hasta donde se sabe, no tenga plazo para presentar sus conclusiones. En otras palabras, mientras el Sínodo muestra signos de una apertura cada vez mayor, la comisión encargada de estudiar el punto central de esta apertura permanece en el limbo. El resultado es un proceso ambiguo, ya que se promueve el debate sin claridad doctrinal ni una metodología definida para la toma de decisiones.

El paralelismo entre los dos informes —sobre temas LGBTQ+ y el diaconado femenino— atestigua una tendencia creciente dentro del Sínodo: la de abordar realidades profundamente conflictivas con la tradición católica mediante categorías fluidas y modelos de discernimiento que aún no han demostrado consistencia teológica. La sinodalidad, que debería expresar el camino compartido de la Iglesia, parece cada vez más inclinada a convertirse en un laboratorio de experimentación pastoral, a menudo guiada por presiones culturales en lugar del desarrollo orgánico de la doctrina.

Por lo tanto, no sorprende que muchos observadores vean en estos informes un cambio de paradigma que compromete la coherencia de la tradición católica. Al clasificar la homosexualidad como un tema emergente e insistir en un tratamiento interdisciplinario, existe el riesgo de diluir la claridad moral que siempre ha guiado a la Iglesia. Simultáneamente, el impulso de reconfigurar el papel de la mujer en el ministerio ordenado, sin una base teológica establecida y sin plazos definidos para una comisión esencial, suscita la sospecha de que el proceso sinodal ha estado impulsado más por expectativas sociológicas que por el sensus fidei.

La crítica aquí no se dirige al diálogo ni a la escucha —siempre presentes en la vida de la Iglesia— sino a la manera en que algunos informes parecen subentender que la tradición debe flexibilizarse para adaptarse a las nuevas demandas. Cuando el informe admite insuficiencia de conceptos, no solo identifica un desafío, sino que también sugiere que los fundamentos teológicos actuales ya no son adecuados para interpretar la realidad contemporánea. Esto abre la puerta a reformas que pueden desfigurar la doctrina en lugar de profundizarla.

En resumen, el informe intermedio parece apuntar menos a una Iglesia que camina unida y más a una Iglesia que intenta equilibrar corrientes divergentes sin resolver sus tensiones internas. La apertura a la homosexualidad y al diaconado femenino, llevada a cabo de forma fragmentada y a menudo poco transparente, puede acentuar la polarización. El verdadero riesgo es que la sinodalidad, en lugar de fortalecer la identidad católica, termine debilitándola al intentar armonizar elementos incompatibles entre sí.

El Sínodo, propuesto como un foro para la escucha y el discernimiento, requiere una evaluación crítica. Informes que relativicen principios fundamentales pueden alejar a la Iglesia de su tradición y comprometer su función orientadora. Divergencias doctrinales mucho menores ya causaron el Gran Cisma de Occidente, que persiste hasta nuestros días. Se espera, por lo tanto, que el proceso sinodal sirva para unir, y no para dividir, a los católicos.

Por Rafael Tavares

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