La Hostia, como el Niño en el pesebre, está indefensa, sin jactancia, a menudo olvidada y a veces solita.
Redacción (03/12/2025 15:44, Gaudium Press) La fiesta navideña va perdiendo vigencia y razón de ser en las vidas de las personas, como también el Adviento, tiempo que la precede. De una celebración principal en que la familia se reunía y muchas veces se iba a la Misa, la Navidad fue pasando a ser una fecha de compras y de regalos, una ocasión para comer mejor y, siendo un día feriado, una oportunidad para descansar; aunque con las crisis que nos asolan, ya casi que ni regalos, ni festejos, ni descanso. En fin, Jesús, el protagonista por excelencia de la navidad, es el gran ausente, siendo a veces remplazado por un personaje ficticio y profano, un abuelo bien alimentado, Papá Noel. Pero, gracias a Dios, eso no es así para tantos católicos practicantes ufanos de su fe.
Desde nuestra espiritualidad eucarística, cabe considerar que hay una íntima, intimísima, relación entre el la Navidad y la Eucaristía, entre la gruta y el sagrario, entre el pesebre y el altar, entre los brazos de María y la custodia. Ahondemos en esta realidad. En primer lugar, en Belén la Virgen dio a luz al Hijo de Dios que adoramos en la Eucaristía. Es revelador el significado de la palabra Belén: Casa del pan. Y Jesús eucarístico es llamado Pan de Vida.
Hay también en Belén otro aspecto a considerar. Los Evangelios narran que en la gruta donde nació Jesús, de alguna manera todo el universo creado se hizo presente para honrar al Señor. Los reinos angélico, animal, vegetal y mineral se dieron cita por representantes calificados: los espíritus celestiales, los pastores, los animales, la paja del pesebre, el lino de los pañales, más tarde los magos, el incienso, la mirra, el oro, la estrella misteriosa… Belén es una apoteosis de adoración, siendo excepción a la regla unos malos posaderos insensibles al apelo del santo matrimonio forastero y un rey tirano y criminal.
Las analogías y los contrastes atraviesan los siglos y perduran. Lo que hace 2.000 años sucedió en Belén, es un poco lo que ocurre en nuestras iglesias y capillas donde se expone el Señor para ser adorado. Allí están los ángeles – siempre y en grandísimo número –; después los fieles devotos que honran su turno de adoración o que acuden accidentalmente, las flores, la luz de las velas, el incienso, los materiales que componen el ostensorio y el altar… se diría que todo el marco que rodea a la Eucaristía expuesta se inclina reverente para confesar la presencia real de Jesús.
La Hostia, como el Niño en el pesebre, está indefensa, sin jactancia, a menudo olvidada y a veces solita. Los escasos adoradores son tardos en llegar, lentos en penetrar el enorme privilegio de estar en la intimidad de su Dios y expeditos en salir… “es que tengo muchas otras cosas útiles que hacer” ¡como si adorar fuese una insignificancia!
¿Quién no querría ser observado por el Divino Infante?
Pensemos ¿cuántos de nosotros no querríamos recibir una mirada, aunque sea furtiva, del Niño Jesús recostado en el pesebre o amparado los brazos de María? Una mirada de esas llenaría una vida y justificaría la existencia de cualquier persona. Entretanto, esa misma mirada, con no menor cariño y poder tonificante, está permanentemente a nuestra espera en la Eucaristía. Y esto no es poesía o divagación, es la propia realidad.
Cuando resolvemos ir ante el Santísimo, es Él quien nos atrae y nos acoge, como a los pastores y a los magos en Belén. Algo de substancial se opera en nuestro ser, pues ese contacto personal con Cristo en la Eucaristía es siempre fecundo como el calor del sol o el rocío de la aurora.
Una reflexión del Prof. Plinio Correa de Oliveira puede enriquecer nuestros momentos de adoración: “Por las leyes comunes de la reproducción de la especie, el hombre trae consigo algo de la sangre del padre y de la madre. Entretanto, la preciosísima sangre de Nuestro Señor Jesucristo, bien como su carne sagrada, fueron exclusivamente formados por Nuestra Señora. Y esto porque tratándose de una milagrosa concepción en una Virgen, en ella no intervino concurso de varón. Motivo por el cual podemos repetir lo que, con plena propiedad afirmó San Agustín: caro Christi, caro Mariae. La carne de Cristo es, de algún modo, la propia carne de María”.
Quienes lean estas líneas probablemente colocarán en sus casas un nacimiento – también llamado Belén, pasito, pesebre. Adorarán al Verbo hecho carne, el mismo que más tarde se hará alimento en el Cenáculo. Y ante la ignorancia y desprecio que reinan en nuestro mundo hacia los misterios navideño y eucarístico, harán una oración de reparación. Reparación por la ignorancia y el desprecio tan generalizado, sí, y también por otras formas de maldad que ocurren: las profanaciones y los sacrilegios. Y después, elevarán, por medio de María y de José, un pedido: “Divino Niño, frágil cual cordero y fuerte como un león; te pedimos en esta Navidad un regalo: que nos hagas asiduos a los altares donde se adora a tu Cuerpo y se come tu Pan”.
Es muy apropiado, entonces, considerar el misterio eucarístico cuando meditamos sobre la Navidad. Porque la Eucaristía es, junto con María – aunque el sacramento eucarístico sea infinitamente más que ella –, el testamento que nos dejó Niño Jesús. En la última cena instituyó la Sagrada Eucaristía y mandó que sea celebrada en su memoria. Y al día siguiente, desde la cátedra del madero, dijo a San Juan, el apóstol que estuvo al pie de la Cruz representándonos a todos los cristianos: “Ahí tienes a tu Madre”.
Por eso, la mejor manera de celebrar la Navidad, es participar de la Eucaristía recibiéndola en comunión – sacramental o espiritual –, y honrar a esa bendita Madre, gozosa en Belén, Dolorosa en el Calvario y exultante de júbilo en la Resurrección y en su eternidad feliz, donde intercede por nosotros.
¡Bendito y alabado sea el Santísimo Sacramento del Altar y María concebida sin pecado original! Mi Dios, gracias por darme dones tan preciosos, haz que llegue a tener un amor abrasado a la Eucaristía y una tierna devoción a María, Madre tuya y Madre mía.
Por el P. Rafael Ibarguren, EP
(Publicado originalmente en www.opera-eucharistica.org)






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