El Obispo de Orihuela-Alicante, respondió a jóvenes que lo desafiaron con una de las preguntas más difíciles de la fe: si Dios es bueno, ¿por qué existe el mal?
Redacción (05/12/2025 11:19, Gaudium Press) “Si Dios es bueno, ¿por qué existe el mal?” fue la pregunta que una multitud de jóvenes lanzó al Obispo de Orihuela-Alicante, Mons. José Ignacio Munilla, durante un reciente encuentro en Madrid. Monseñor ofreció cuatro claves para comprender uno de los misterios más grandes de la vida: el sufrimiento y la presencia del mal en el mundo.
El 19 de noviembre, el prelado español participó en un ‘thinkglao’, un evento de la comunidad It’s Time To Think (Es tiempo de pensar), en el que los ponentes llegan sin conocer el tema sobre el que hablarán, y deben improvisar una exposición de 18 minutos respondiendo luego a las preguntas del público. Su intervención fue publicada días después, el 3 de diciembre, en su canal de YouTube.
Mons. Munilla comenzó aclarando que, paradójicamente, el hecho mismo de que el ser humano se rebele ante el mal revela una sed de justicia y de trascendencia: “Cuando uno se queja del mal y se revela frente al mal, está reclamando la existencia de Dios y está reclamando el triunfo pleno del bien sobre el mal”.
La fragilidad de lo creado
El obispo explicó que el mal no proviene de Dios, sino de los límites propios de la creación. “El universo es maravilloso e inconmensurable, pero también es finito, y como finito que es, tiene sus límites. Todo lo finito, todo lo creado, todo lo material, nace, crece y muere”.
Recordó que, según la fe cristiana, “Adán y Eva estaban protegidos por Dios, por unos dones especiales, de las agresiones, de los límites de la naturaleza. Estaban protegidos de la enfermedad, de la muerte”. Sin embargo, tras el pecado original, “el hombre quedó a pecho descubierto, enfrentándose con el desgaste propio de la naturaleza, con los límites de la naturaleza, y entonces comenzó a sufrir en el parto, a conocer la enfermedad y la muerte”.
Un plan que transforma el mal en bien
Mons. Munilla destacó que, a pesar de la existencia del dolor y el sufrimiento, Dios permanece soberano sobre toda la historia: “Dios está por encima, Dios tiene un plan superior. Aunque Adán y Eva quedasen desprotegidos y tuviesen que sufrir las consecuencias de enfrentarse con la naturaleza, Dios les protegió con un don, con una providencia, y es capaz de conducirlo todo para un bien común, un bien superior”.
El obispo recordó expresiones populares que resumen esta verdad de fe, como “Dios escribe derecho con líneas torcidas” o “no hay mal que por bien no venga”.
Para ilustrar su enseñanza, compartió una experiencia de juventud: una vez tuvo que ayudar en el parto complicado de un ternero, y la vaca se negaba a atenderlo, a recibirlo. Su tío llevó entonces a un perro bravo que amenazó a la cría, y solo así la vaca reaccionó y la amamantó.
“He recordado muchas veces ese episodio”, dijo el prelado. “Porque he visto cómo Dios se ha servido del mal, en su rostro más cruel, para despertar el bien en muchas personas. Hasta que no vemos el rostro del mal, no reaccionamos. Hasta que no somos puestos a prueba, no valoramos el bien”.
El verdadero sentido de la felicidad
La tercera clave del obispo invita a reflexionar sobre la finalidad de la vida humana. “La meta de nuestra vida no es no sufrir, sino ser felices”, afirmó.
Y añadió una frase que resume su visión cristiana de la existencia: “Cuando me preguntan si soy feliz, yo suelo decir: yo soy feliz pero sufro; o al revés, yo sufro aunque soy feliz. Porque en el fondo el sufrimiento y la felicidad no son incompatibles. Es más, necesariamente tienen que darse juntos al mismo tiempo”.
Para quien busca únicamente el bienestar o la comodidad, el mal se convierte en un escándalo sin sentido. “Si la meta de alguien es no sufrir, vivir cómodamente, ‘happy’, entonces la existencia del mal lo destroza todo”, advirtió.
Sin embargo, el obispo recordó que el ser humano está llamado a algo más grande:
“Estamos creados para una felicidad eterna. Estamos creados para el cielo. Si el mal que existe aquí fuese eterno, entonces ciertamente la existencia del mal contradeciría la existencia de Dios. Pero el mal no es eterno. El mal tiene sus días contados”.
Y concluyó: “La meta de mi vida no es el bienestar. La meta de mi vida es la felicidad plena”.
La cruz: el amor que vence al mal
La respuesta definitiva de Dios al misterio del mal, subrayó Mons. Munilla, se encuentra en la cruz de Cristo.
“La gran paradoja es que Jesucristo, para luchar contra el mal, lo que hizo fue asumir las consecuencias del mal”.
El obispo explicó que la cruz, “la mayor de las injusticias que jamás ha ocurrido”, se convirtió en el instrumento por el cual Dios introdujo dentro del mal el germen del bien. “La cruz es una semilla de resurrección”, dijo citando el Evangelio: “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, no da fruto”.
Así, la cruz, que representa el mal máximo, es al mismo tiempo la revelación suprema del amor de Dios, que vence al odio con el amor.
“La cruz hay que abrazarla con esperanza —afirmó—, porque en ella se manifiesta la gloria de Jesucristo. Por lo tanto, Dios es amor, y nos ama desde la cruz. Y tenemos esperanza en que el bien triunfará definitivamente sobre el mal”.
El valor de la libertad y el triunfo silencioso del bien
Entre las preguntas del público, alguien cuestionó al obispo sobre por qué Dios permitió el pecado, si sabía que el hombre abusaría de su libertad. Mons. Munilla respondió que Dios valoró más el bien que podía surgir de una libertad verdadera que el mal que de ella se derivaría.
“Dios sabía también que el bien que se iba a derivar de las cosas buenas y santas que el hombre iba a poder hacer, siendo libre, iba a ser superior a las cosas malas”, afirmó.
Y añadió: “En el mundo hay más bien que mal. Hay más santidad que pecado. Lo que ocurre es que el mal es muy escandaloso. El bien, por su propia dinámica, es humilde, pasa desapercibido. El bien muchas veces es anónimo”.
Con esa reflexión final, Mons. Munilla quiso recordar que la historia humana no está dominada por el pecado ni por el sufrimiento, sino por la discreta pero poderosa acción de la gracia.
“Creo que la Madre Teresa de Calcuta ha dado más gloria a Dios que la que le pudo quitar Hitler. La santidad, el bien que podemos hacer en este mundo, forma parte de ese proyecto del amor de Dios en el que nos ha creado con libertad”.
Con información de Aciprensa






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