lunes, 22 de diciembre de 2025
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Carta de León XIV sobre sacerdotes: propone formas de vida en común, y advierte contra eficientismo y quietismo

La carta apostólica “Un fidelidad que genera futuro”, conmemora dos decretos conciliares sobre el sacerdocio.

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Foto: Michel Grolet /Unplash

Redacción (22/12/2025 12:45, Gaudium Press) El Papa León XIV con firma del pasado 8 de diciembre, día de la Inmaculada Concepción ha publicado hoy la Carta Apostólica “Una fidelidad que genera futuro”, la cual conmemora el 60º aniversario de dos decretos del Concilio Vaticano II, el decreto Optatam totius, sobre la formación sacerdotal, publicado el 28 de octubre de 1965, y el decreto Presbyterorum Ordinis, sobre el ministerio y la vida de los presbíteros, con fecha del 7 de diciembre de ese mismo año, documentos que se constituyeron en un referente acerca de la vida del sacerdote.

La fidelidad de los sacerdotes que genera futuro

El Pontífice inicia su reflexión con una convicción profunda: “Una fidelidad que genera futuro es aquello a lo que los presbíteros son llamados también hoy, en la conciencia de que perseverar en la misión apostólica nos ofrece la posibilidad de interrogarnos sobre el futuro del ministerio y de ayudar a otros a advertir la alegría de la vocación presbiteral”.

El Papa enfatiza con fuerza que “no celebramos un aniversario de papel”, pues ambos documentos “se fundan sólidamente en la comprensión de la Iglesia como Pueblo de Dios peregrino en la historia y constituyen un hito fundamental de la reflexión acerca de la naturaleza y la misión del ministerio pastoral y así como de la preparación para el mismo, conservando con el paso del tiempo gran frescura y actualidad”.

León XIV invita a continuar la lectura de estos textos en las comunidades cristianas y su estudio en los seminarios, recordando la advertencia del Concilio de que que “la anhelada renovación de toda la Iglesia depende en gran parte del ministerio de los sacerdotes, animado por el espíritu de Cristo”.

Formación integral y permanente

La carta aborda con particular énfasis la necesidad de una formación integral que asegure el crecimiento y la madurez humana de los candidatos al presbiterado. El Santo Padre reconoce con humildad que “la crisis de confianza en la Iglesia provocada por los abusos cometidos por miembros del clero —que nos llenan de vergüenza y nos llaman a la humildad— nos ha hecho aún más conscientes de la urgencia de una formación integral que asegure el crecimiento y la madurez humana de los candidatos al presbiterado, junto con una rica y sólida vida espiritual”.

El Papa subraya que “todos los presbíteros están llamados a cuidar siempre de la propia formación, para mantener vivo el don de Dios recibido con el sacramento del Orden (cf. 2 Tm 1,6)”. La fidelidad a la llamada, por tanto, “no es inmovilidad ni cierre, sino un camino de conversión cotidiana que confirma y hace madurar la vocación recibida”.

Con palabras directas a los seminaristas, el Pontífice les advierte: “no hay nada en ustedes que deba ser descartado, sino que todo debe ser asumido y transfigurado en la lógica del grano de trigo, con el fin de convertirse en personas y sacerdotes felices, ‘puentes’ y no obstáculos para el encuentro con Cristo para todos aquellos que se acercan a ustedes”. Solo así, afirma, presbíteros y consagrados podrá asumir el compromiso del celibato y anunciar al Resucitado.

Fraternidad presbiteral como don y tarea

León XIV dedica una sección significativa a la fraternidad presbiteral, presentándola como elemento constitutivo de la identidad de los ministros. El Papa explica que “la fraternidad presbiteral, por lo tanto, antes que ser una tarea que hay que realizar, es un don inherente a la gracia de la Ordenación”. Este don, subraya, “nos precede: no se construye sólo con la buena voluntad y en virtud de un esfuerzo colectivo, sino que es un don de la Gracia, que nos hace partícipes del ministerio del obispo y se realiza en la comunión con él y con los hermanos”.

El Santo Padre no oculta los desafíos actuales: “En muchos contextos, especialmente en los occidentales, se abren nuevos retos para la vida de los presbíteros, relacionados con la movilidad actual y la fragmentación del tejido social. Esto hace que los sacerdotes ya no estén insertados en un contexto cohesionado y creyente que apoyaba su ministerio en tiempos pasados. En consecuencia, están más expuestos a las derivas de la soledad, que apaga el impulso apostólico y puede provocar un triste repliegue sobre sí mismos”.

En un llamado conmovedor, el Pontífice pregunta: “¿Cómo podríamos nosotros, ministros, ser constructores de comunidades vivas, si no reinara ante todo entre nosotros una fraternidad efectiva y sincera?”. Por ello, propone “promover formas posibles de vida en común, de modo que ‘los presbíteros encuentren mutua ayuda en el cultivo de la vida espiritual e intelectual, puedan cooperar mejor en el ministerio y se libren de los peligros que pueden sobrevenir por la soledad’”.

Sinodalidad como horizonte ministerial

En un punto que califica como particularmente cercano a su corazón, León XIV aborda la dimensión sinodal del ministerio presbiteral. El Papa hace un llamado “a abrir de alguna manera su corazón y a participar en estos procesos que estamos viviendo”.

El Papa enfatiza que “para implementar cada vez mejor una eclesiología de comunión, es necesario que el ministerio del presbítero supere el modelo de un liderazgo exclusivo, que determina la centralización de la vida pastoral y la carga de todas las responsabilidades confiadas sólo a él, tendiendo hacia una conducción cada vez más colegiada, en la cooperación entre los presbíteros, los diáconos y todo el Pueblo de Dios”.

Identidad sacerdotal y misión

La carta apostólica subraya que “la identidad de los presbíteros se constituye en torno a su ser para y es inseparable de su misión”, al tiempo que explica que quien “pretende encontrar la identidad sacerdotal indagando introspectivamente en su propia interioridad tal vez no encuentre otra cosa que señales que dicen ‘salida’: sal de ti mismo, sal en busca de Dios en la adoración, sal y da a tu pueblo lo que te ha sido confiado, y tu pueblo cuidará de hacerte sentir y gustar quién eres, cómo te llamas, cuál es tu identidad y te hará gozar con el ciento por uno que el Señor ha prometido a sus siervos».

El Santo Padre advierte sobre dos tentaciones contemporáneas. La primera, la de una mentalidad “eficientista” por la cual el valor de cada uno es medido por lo que realiza, y en el otro polo, una suerte de quietismo en el que la persona se refugia en sí, asustado por el contexto y rechaza el desafío de la evangelización, asumiendo “un enfoque perezoso y derrotista”.

La salida, enseña el Papa, está en mantener vivo el fuego de la caridad pastoral, porque “cada sacerdote puede encontrar el equilibrio en la vida cotidiana y saber discernir lo que es beneficioso y lo que es proprium del ministerio, según las indicaciones de la Iglesia”.

Conversión misionaria y futuro vocacional

El Santo Padre concluye con un llamado urgente: es necesario que sacerdotes y laicos “realicen una verdadera conversión misionera que oriente a las comunidades cristianas, bajo la guía de sus pastores, ‘al servicio de la misión que los fieles llevan a cabo en la sociedad, en la vida familiar y laboral’”.

Expresando su deseo de que este aniversario de los dos decretos conciliares se traduzca en “un renovado Pentecostés vocacional en la Iglesia, suscitando santas, numerosas y perseverantes vocaciones al sacerdocio ministerial”, para que no faltes los obreros de la mies de Cristo. El Papa advierte que “la escasez de vocaciones al sacerdocio —especialmente en algunas regiones del mundo— exige que todos revisemos la capacidad generativa de las prácticas pastorales de la Iglesia”.

Con certeza pastoral, el Pontífice declara: “Con la certeza de que el Señor nunca deja de llamar (cf. Jn 11,28), es necesario tener siempre presente la perspectiva vocacional en todos los ámbitos pastorales, en particular en los juveniles y familiares”. Y añade con fuerza: “Recordémoslo: ¡no hay futuro sin el cuidado de todas las vocaciones!”

La carta concluye encomendando “a todos los seminaristas, diáconos y presbíteros a la intercesión de la Virgen Inmaculada, Madre del Buen Consejo, y a san Juan María Vianney, patrono de los párrocos y modelo de todos los sacerdotes. Como solía decir el santo Cura de Ars: ‘El sacerdocio es el amor del corazón de Jesús’.[30] Un amor tan fuerte que disipa las nubes de la rutina, el desánimo y la soledad, un amor total que se nos da en plenitud en la Eucaristía. Amor eucarístico, amor sacerdotal”.

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