domingo, 28 de diciembre de 2025
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Matanza de los Santos Inocentes: La conjuración para matar al Mesías

Por entonces, se había logrado organizar una estructura eficaz de control y de manipulación, por medio de la cual lo gobernaban todo y a todos.

Matanza dos inocentes Capela dos Arautos do Evangelho em Ubatuba Lucio Cesar Rodrigues Alves 696x464 1

Foto: Lúcio Serra Rodrigues Alves

Redacción (28/12/2025 11:10, Gaudium PressAunque la fiesta principal del día de hoy es la Sagrada Familia, comúnmente la Iglesia conmemora el 28 de diciembre a los santos inocentes, martirizados por Herodes que ya tenía pánico del Mesías.

En las vísperas de la Encarnación, se verificó entre el pueblo de Israel un movimiento real de conversión, donde innumerables personas retornaban a la práctica de los Mandamientos y de las costumbres más rigurosas de la Ley de Moisés, lo que constituía un síntoma inconfundible de una nueva gracia asociada a la expectativa mesiánica, cuya acción iba creciendo ya en muchos ambientes. Ocurría que, cuando los recién convertidos buscaban a los líderes espirituales para pedirles consejos en el camino de la perfección, la respuesta, en general, traía consigo la inoculación del veneno de la tibieza, del relajamiento y de la insensibilidad a las inspiraciones celestiales, y limitaba las orientaciones a la necesidad de una minuciosa observancia de una interpretación deturpada de la Ley, tal como hacían los fariseos. Actuando así, ellos predisponían las almas a rechazar al Salvador cuando se presentase.

Además, las autoridades religiosas tenían un procedimiento peor en relación con aquellos que dirigían la sociedad, pues habían logrado organizar una estructura eficaz de control y de manipulación, por medio de la cual lo gobernaban todo y a todos. Así sucedió con Herodes, hombre desprovisto de carácter y de personalidad, que se volvió un títere en sus manos. El orgullo que tenía, y el miedo de perder el trono, hicieron de él una presa fácil para las intenciones pérfidas de los fariseos y del Sanedrín.

En efecto, la noticia difundida por algunos pastores de los alrededores de Belén sobre el nacimiento del Salvador en una gruta, que les habría sido anunciado por un Ángel, creó un clima de inquietud odiosa entre los partidarios de la estructura farisaico-sanedrítica. Los recelos crecieron al llegar los ecos de lo que había sucedido en el Templo con ocasión de la Presentación del Niño, pues todos los que en Jerusalén esperaban la consolación de Israel, habían visto en Él al esperado de las Naciones (cf. Lc 2, 38).

Los malos sabían que sus errores serían denunciados y condenados

Aquellos impíos temían la venida del Redentor, pues sabían que sus errores serían denunciados y condenados. Y de tal manera se habían desviado de la verdadera Religión que procuraban con más ahínco el reino de satanás que el Reino de Dios, como Jesús les echaría en cara más tarde: «Vosotros sois de vuestro padre el diablo y queréis cumplir los deseos de vuestro padre» (Jn 8, 44). El pavor causado por los rumores de que el Mesías ya se encontraba entre ellos los llevó a tomar la decisión criminal de eliminar al Niño cuanto antes, pero aún les faltaban datos más precisos para poder ejecutar el plan.

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Foto: Francisco Lecaros

Llenos de envidia

En este contexto, los Magos de Oriente llegaron a Jerusalén con sus séquitos fastuosos, indagando ingenuamente dónde estaba el Rey de los judíos que acababa de nacer (cf. Mt 2, 1-2)… Los príncipes de los sacerdotes y los escribas fueron enseguida convocados por Herodes para que indicasen el lugar en que nacería el Cristo (cf. Mt 2, 3-6). Para colmo, ciertos descendientes de David que vivían en Belén, llenos de envidia por las circunstancias sui generis que habían caracterizado el nacimiento de Jesús, hicieron llegar a Herodes informaciones sobre los miembros de su linaje que anhelaban la venida del Mesías y que constituían un núcleo de resistencia al gobierno del tirano. Ésta fue la chispa que los malos estaban esperando.

Aquellas personas tenían entrada libre en palacio y, como eran maestros en el arte de la adulación, sabían cómo manipular la voluntad de Herodes para que éste diera cumplimiento a sus deseos. Después de incitar el odio del déspota contra el Niño, el plan de asesinato masivo de los niños le fue presentado con detalles como la edad, la región y el modo como podía realizarse la masacre.1

Aprovecharon la ocasión para instigar la saña del idumeo contra el filón de justos de la casa de Judá, bajo pretexto de que eran una amenaza para el trono usurpado, y llevarlo así a tomar la determinación de eliminarlos. Para llevar a cabo su plan, Herodes disponía de los datos del último censo, que le permitían conocer con exactitud el número y la residencia de aquellos descendientes de David. El tirano ordenó, entonces, la inmediata ejecución del plan en Belén y sus alrededores.

Y así fue como se cumplió la profecía de Jeremías: «Se escucha un grito en Ramá, gemidos y un llanto amargo: Raquel, que llora a sus hijos, no quiere ser consolada, pues se ha quedado sin ellos» (Jer 31, 15). Además de los niños, serían también asesinados muchos jóvenes y varones del linaje davídico, con la tentativa de extinguir la dinastía del rey-profeta. Se encontraban entre ellos todos aquellos que habían ofrecido la propia vida por el Niño Jesús el día de su circuncisión. De esta forma, aquella sangre quedaría depositada ante el Trono del Altísimo, para que fuera más perfecta la realización de sus esfuerzos en vista de la restauración espiritual de Israel.

Levantándose de noche, partieron hacia Egipto

San José conocía de sobra la maldad de Herodes y la capacidad que tenía de practicar cualquier atrocidad para garantizar su permanencia en el trono que estaba usurpando.2 Tampoco tenía dudas de la saña satánica que animaba al Sanedrín contra el Mesías.

Movido por un presentimiento de origen sobrenatural acerca de los acontecimientos futuros, este varón astuto y prudente mantenía a María Santísima y al Niño Jesús discretamente hospedados en la casa de su tío Judas, situada en las cercanías de la gruta donde el Niño había nacido. En aquella casa habían recibido la visita de los Magos de Oriente, y allí se quedaron esperando la primera oportunidad para regresar a la pequeña Nazaret garantizando la seguridad de la Familia. En aquel lugar pasarían desapercibidos, pensaba José, lejos de las urdiduras sanedrítico-herodianas, cuyo foco era Jerusalén, desde donde repercutían con rapidez en la Ciudad de David por su proximidad geográfica y, sobre todo, por su centralidad en los oráculos proféticos sobre el aparecimiento del Salvador.

En medio de aquellas aprensiones, el Santo Patriarca recibió en sueños una orden de su Ángel de la Guarda: «Levántate, toma al Niño y a su Madre y huye a Egipto; quédate allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al Niño para matarlo».(Mt 2, 13).

(Texto extraído del libro ¡María Santísima! El Paraíso de Dios revelado a los homens, v. 2. Por Mons. João Scognamiglio Clá Dias, EP.)

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