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Misa del Crisma: "Quien aprende a ungir y a bendecir queda curado de la mezquindad", dice el Papa a los sacerdotes

Ciudad del Vaticano (Lunes, 22-04-2019, Gaudium Press) En la homilía que profirió durante la Misa del Crisma, el pasado jueves 18-04, en la Basílica de San Pedro, el Papa Francisco dijo que el Evangelio de San Lucas «nos hace revivir la emoción del momento en que el Señor asume la profecía de Isaías, leyéndola solemnemente en medio de su pueblo. La sinagoga de Nazaret estaba llena de parientes, vecinos, conocidos, amigos… y otros no muy amigos. Y todos tenían los ojos fijos en Él».

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El Papa resaltó que, con frecuencia, los Evangelios nos presentan «esta imagen del Señor en medio de las multitudes, cercado y comprimido por las personas que le traen los enfermos, que le piden que expulse los espíritus malignos, escuchan sus enseñanzas y caminan con Él. El Señor nunca perdió este contacto directo con el pueblo, siempre mantuvo la gracia de la proximidad, con el pueblo en su conjunto y con cada persona en medio de aquellas multitudes».

Junto con el Papa, además de cardenales y obispos, concelebraron los sacerdotes de la Diócesis de Roma, significando la unidad de la Iglesia reunida en torno de su obispo.

Seguir a Jesús

Todavía en su homilía Francisco trató de tres gracias que caracterizan el relacionamiento entre Jesús y las multitudes: la gracia del seguimiento, la gracia de la admiración y la gracia del discernimiento.

La gracia del seguimiento: seguir a Jesús.

En la primera gracia, la del seguimiento, el Papa explica que las multitudes buscan y siguen a Jesús, lo empujan y lo aprietan:

«Ese seguimiento del pueblo no es calculista, es un seguimiento sin condiciones, lleno de cariño. Contrasta con la mezquindad de los discípulos, cuyo comportamiento con el pueblo se revela casi cruel cuando sugieren al Señor que mande a las personas a ir a buscar algo de comer.»

Este seguir a Jesús es una Gracia.

Gracia de la admiración

Francisco describió, a seguir, la segunda gracia: la gracia de la admiración para con Jesús, una «admiración llena de alegría. El pueblo quedaba admirado con Jesús, con sus milagros, pero sobre todo con su propia Persona.

Al pueblo le gustaba mucho saludarlo a lo largo de la estrada, ser bendecido por Él y bendecirlo, como aquella mujer que del medio de la multitud bendijo a su Madre. Y el Señor, a su vez, quedaba admirado con la fe del pueblo, se regocijaba y no perdía ocasión de hacerlo notar».

Otra Gracia: el discernimiento

El Pontífice pasó a comentar la tercera gracia, que recibe el pueblo: el discernimiento.

Todos quedaban impresionados con las enseñanzas de Jesús. Él enseñaba como alguien que tiene autoridad, y no como los doctores de la Ley:

«Cristo, la Palabra de Dios hecha carne, suscita en las personas este carisma del discernimiento; ciertamente, no un discernimiento de especialistas en asuntos controvertidos. Cuando los fariseos y los doctores de la ley discutían con Él, aquello que el pueblo reconocía era la Autoridad de Jesús: la fuerza de su doctrina, capaz de penetrar en los corazones, y el hecho de que los espíritus malignos le obedecerieran; y todavía dejar sin palabra a aquellos que tejían diálogos insidiosos. El pueblo se alegraba con eso».

Los destinatarios preferenciales de la unción del Señor

San Lucas relaciona cuatro grupos de destinatarios preferenciales de la unción del Señor: los pobres, los prisioneros de guerra, los ciegos y los oprimidos.

Para el Papa Francisco, «los pobres son aquellos que están curvados, como los mendigos que se inclinan para pedir. Pero es pobre también la viuda, que unge con sus dedos las dos moneditas que constituían todo lo que tenía en aquel día para vivir. La unción de aquella viuda para dar la limosna pasa desapercibida a los ojos de todos, excepto a los de Jesús, que ve con bondad su pequeñez. Con ella, el Señor puede cumplir plenamente su misión de anunciar el Evangelio a los pobres».

Ciegos

Francisco continúa describiendo a los que tienen las preferencias de la unción del Señor hablando de los ciegos:

«Los ciegos son representados por uno de los rostros más simpáticos del Evangelio: Bartimeo el mendigo ciego que recuperó la vista y, a partir de aquel momento, solo tuvo ojos para seguir a Jesús por la estrada. ¡La unción de la mirada!»

«Para designar a los oprimidos, Lucas usa un término que contiene la palabra ‘trauma’. Esto es suficiente para evocar la parábola del Buen Samaritano, que unge con aceite y faja las heridas del hombre que fuera golpeado y dejado medio muerto al costado de la estrada. ¡La unción de la carne herida de Cristo! En aquella unción, está el remedio para todos los traumas que dejan personas, familias y poblaciones enteras fuera de juego, como excluidas y superfluas, al margen de la historia.»

Prisioneros

«Los prisioneros son los cautivos de guerra, aquellos que eran conducidos a punta de lanza. Hoy las ciudades son hechas prisioneras no tanto a punta de lanza, sino sobre todo con los medios más sutiles de colonización ideológica.

Solo la unción de nuestra cultura propia, forjada por el trabajo y el arte de nuestros antepasados, es que puede liberar nuestras ciudades de estas nuevas esclavitudes.»

Levantar y vivificar: acción de la unción del Señor

El Papa dijo a los sacerdotes que, en la Misa del Crisma del Viernes Santo, renuevan sus promesas sacerdotales pronunciadas:

«Queridos hermanos sacerdotes, no debemos olvidar que nuestros modelos evangélicos son este ‘pueblo’, esta multitud con estos rostros concretos, que la unción del Señor levanta y vivifica. Son aquellos que completan y tornan real la unción del Espíritu en nosotros, que fuimos ungidos para ungir. Fuimos tomados de entre ellos y podemos, sin miedo, identificarnos con esta gente simple. Cada uno de nosotros tiene la propia historia. Recordar nos hará muy bien. Ellos son imagen de nuestra alma e imagen de la Iglesia. Cada uno encarna el corazón único de nuestro pueblo.»

«No somos distribuidores de aceite en botella. Somos ungidos para ungir. Ungimos distribuyéndonos a nosotros mismos, distribuyendo nuestra vocación y nuestro corazón. Mientras ungimos, somos de nuevo ungidos por la fe y la afección de nuestro pueblo.»

«Ungiendo bien, se experimenta que allí se renueva nuestra propia unción. Aquel que aprende a ungir y bendecir queda curado de la mezquindad, del abuso y de la crueldad», concluyó el Papa.

(JSG)

(De la Redacción Gaudium Press, con informaciones de Vatican News)

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