Ciudad del Vaticano (Miércoles, 11-12-2019, Gaudium Press) Hoy, en la Audiencia General en el Vaticano, el Papa Francisco comentó el capítulo 21 de los Hechos de los Apóstoles, que narra la ascención de San Pablo ya converso hacia Jerusalén, donde fue casi martirizado tras estar en el Templo, y solo se salvó por la intervención del Tribuno romano.
«Siguiendo el viaje del Evangelio que nos narra el libro de Los Hechos, descubrimos que san Pablo, evangelizador lleno de entusiasmo y misionero intrépido, participó también en los sufrimientos de la pasión del Señor Jesús, pues como Él, fue igualmente odiado y perseguido», dijo el Papa Francisco.
Lo narrado por San Lucas en los Hechos de los Apóstoles, establece un parangón entre la vida de Jesús y la del Apóstol Pablo. San Pablo «fue al templo, fue reconocido, sacado para ser linchado y salvado in extremis por los soldados romanos. Acusado de enseñar contra la Ley y el Templo, fue arrestado y comenzó su peregrinación como prisionero, primero delante del sanedrín, luego ante el procurador romano en Cesarea y finalmente ante el rey Agripa». Tanto Cristo como San Pablo, odiados por sus adversarios, fueron acusados públicamente y reconocidos como inocentes por las autoridades del Imperio romano. Pero a pesar de su inocencia, sufren el martirio. La pasión del Apóstol Pablo, se convierte de esa manera en un evangelio vivo.
Francisco señaló que el hecho de que alguien dé testimonio de martirio, es signo de que se camina por el camino de Jesús.
«San Pablo fue llevado ante el rey Agripa para defenderse de las acusaciones que le hacían sus enemigos. Hablando ante el rey -expresó el Papa en español- manifestó su íntimo ligamen con el pueblo de Israel y contó la historia de su conversión: Fue Cristo Resucitado quien lo hizo cristiano y quien le encomendó la misión de ser apóstol de los gentiles. Pablo, obediente al mandato del Señor, se dedicó a demostrar cómo Moisés y los profetas habían preanunciado lo que él les anunciaba: que Jesucristo por su pasión, muerte y resurrección había sido constituido Señor y Salvador».
El testimonio de San Pablo toca el corazón del Rey Agripa, pero como había apelado a Roma, allá tenía que se conducido. «A partir de este momento -señaló Francisco- el retrato de Pablo es el del prisionero cuyas cadenas son el signo de su fidelidad al Evangelio y del testimonio dado al Resucitado».
Las cadenas con que se ata a San Pablo, son signo ante el mundo de humillación; pero nosotros las vemos con los ojos de la fe, una fe que para el Apóstol no es «una teoría, una opinión sobre Dios y el mundo», sino que es «el impacto del amor de Dios en su corazón, es amor por Jesucristo».
Pidió el Papa «a Dios nuestro Padre que nos conceda perseverar en los momentos de prueba y que nos dé también la capacidad de leer todos los acontecimientos de nuestra vida con los ojos de la fe, para mantenernos fieles en nuestra vocación de discípulos misioneros».
Con información de Vatican News
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