Redacción (Viernes, 20-10-2017, Gaudium Press) Pareciera que la pequeña Asia Menor o Anatolia, hoy República musulmana de Turquía, hubiese tenido un llamado de la Providencia para ser la caja de resonancia de la irradiación inicial del Cristianismo mucho antes que Europa. Es un país que en tiempos de la predicación de los apóstoles y discípulos de Jesús estaba constituido por una variedad de pueblos y pequeñas ciudades estados, cada cual con sus costumbres e incluso lengua propia aunque sumidas en el paganismo y en el área de influencia del imperio romano. La región se prestaba mucho para oír el mensaje cristiano, y tanto los apóstoles como algunos discípulos e incluso el propio San Pablo la recorrieron en parte, sembrando la semilla de la buena nueva para la que parecía estaban ya predispuestos aquellos clanes y tribus que conformaban pequeñas naciones patriarcales, en una de las cuales se cree nació Santa Elena la madre de Constantino.
Santa Elena descubre la verdadera Cruz Catedral Palma de Mallorca |
Sin embargo la gran conspiración farisaica y saducea, la que se conjuró para el asesinato de Jesús en Jerusalén, ya tenía extendidas hasta allá desde hacía muchos años atrás, redes comerciales y de información que inmediatamente recibieron la alerta para impedir la propagación de la «secta» cristiana. Entonces la gracia del Divino Espíritu Santo llevó a San Pedro para Roma, a San Pablo a Grecia y a Santiago para España. Son los planes de Dios que cambian cuando hay almas -aunque sea una sola, que arde en el amor a Dios y su Iglesia, y está dispuesta a entregarlo todo, incluso la propia vida y la salud, por el triunfo de los derechos de Dios en la tierra profanada por la presencia del demonio.
Así que la fuerza de la gracia con sus ángeles y apóstoles dispuestos al martirio, se desplazó a Europa bárbara y lejana en ese entonces, donde la predicación haría florecer un San Benito de Nursia, rico joven de alcurnia que lo dejaría todo para fundar una comunidad religiosa de la que nació Europa Cristiana. Pero la clave inicial de todo pareciera haber sido la hermosa madre de Constantino, lo único que quedó en ese entonces del apostolado cristiano en la Anatolia. Elena era pagana, por supuesto, y se había casado con Constancio Cloro que la repudió para seguir su carrera política a pesar de haberle concebido un hijo que ella cuidó con esmero como si presintiese algo, lejos de la corte, despreciada e ignorada. Es probable que fue en aquellos días de amargo destierro que se convirtió al Cristianismo.
El paso del tiempo y los cambios políticos repentinos como sorpresivos pusieron a Constantino en el poder absoluto, con lo cual la influencia de su madre se hizo sentir en el gobierno. Elena había orado por las batallas de su hijo pero especialmente por la del puente Milvio que selló milagrosamente la victoria definitiva de aquella guerra civil.
Si providencial fue Constantino para darle libertad a la Iglesia, providencial fue también y quizá más, el papel de Santa Elena. Fue reconocida por su hijo como la verdadera Emperatriz de su gobierno y no dudó en apoyarle todas las ideas para ir -con su ejemplo y apostolado interno, poco a poco depurando moralmente la Corte. También fue Constantino el que más se entusiasmó con la expedición a Tierra Santa que su madre organizó y de la cual resulto la identificación milagrosa de la Santa Cruz. (1)
Es maravilloso repasar los procesos de la historia e ir descubriendo que la Divina Providencia mantiene sus reservas espirituales en almas innocuas y discretas, con las que va a iniciar una gran transformación social, política e incluso económica. Almas humilladas, mortificadas y sufridas que el mundo en algún momento apartó de sus pompas y vanidades pero que de repente Dios las toma y coloca como propulsoras de una nueva Era, poniendo en su manos humildes el timón de la historia.
Por Antonio Borda
(1) ELENA, Evelyn Waugh, Chapman&Hall, Londres, 1960.
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