martes, 26 de noviembre de 2024
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Si amásemos realmente…

Redacción (Miércoles, 18-10-2017, Gaudium Press) En el porta revistas del asiento enfrente, un folleto sobre Oriente me llamó la atención: una paginación bonita, fotos de cosas bien típicas de la misteriosa y encantadora tierra del sol naciente, de los cerezos en flor, del monte Fujiyama.

Más que esas bellas impresiones visuales, había un pequeño texto muy ‘sabroso’ que comparto aquí.

Una niña japonesa, con el típico kimono, llevaba un niño en las espaldas, de acuerdo con las costumbres de su país. Iba contento, con el no menos típico cabello negro en flequillo.

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Alguien le preguntó:

– ¿Niña, pesa mucho?

Y ella respondió:

– No, es mi hermano».

O sea, pesar o no, estaba fuera de consideración para la pequeña japonesita. Lo que le importaba es que era su hermano…

Me vinieron a la mente innúmeras escenas y episodios del día a día. Y los fui «pasando en revista», por así decir, de dentro de los ojos – casi una línea de tan estrechos – de la simpática niña.

A medida que las escenas analizadas se sucedían, daba para evaluar el peso que los personajes sentían, en función del amor al que cargaban, y del amor con que cargaban. Cuántas veces presenciamos «pesos» pequeños, poco amados, llevados con malhumor. Otras veces, «pesos» bastante grandes, llevados como la japonesita llevaba al hermano.

Algunos de los «protagonistas» en estas escenas eran conocidos de larga data, a veces de convivencia diaria, por eso podía analizarlos bien. De propósito no consideré escenas donde yo mismo figuraba, pues bien podía desvirtuar el análisis. Percibí haber un sustrato común ya sea para los que creían pesado, ya sea para los que, como la niña, no llevaban en cuenta el peso, sino el amor que merecía lo que llevaban. ¿Cuál era el sustrato común?

Los que lo hacían de mala voluntad eran personas vueltas hacia sí, poco importándose con los otros, incluso próximos en parentesco o por otras razones. Egoístas, por tanto.

Los que amaban lo que llevaban, si les preguntase si costaba hacerlo, habrían respondido:

– No, es mi hermano…

Me vino a la memoria la frase, creo que de San Agustín:

Para el amor, nada es imposible…

* * *

¿No será que, si hiciésemos como la niña, el peso de la vida sería mucho más fácil de llevar? Nuestra convivencia – y el mundo – ¿sería otro?

Al hacer algo para el prójimo, recordemos las palabras de Jesús: «Fue a Mí a quien lo hicisteis».

 

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