Redacción (Lunes, 17-03-2020, Gaudium Press) Decía el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira, que cuando el hombre llega a la explicitación de que todo lo que es excelencia, perfección, maravilloso, es reflejo de Dios y camino a Dios, en ese momento su cabeza adquiere una claridad insigne, la vida encuentra todo el sentido, y lo demás termina ocupando un puesto secundario.
A Dios se le admira en su Iglesia, en sus sacramentos, pero también en todo lo que es perfecto, o maravilloso, porque toda perfección viene de él, y mientras más perfecto, más ese ser es reflejo de Dios.
Cuando esto se instala en la mente de un hombre, toda su vida se vuelve ‘religiosa’: ¿Encontró algo perfecto? Es eso, pues, un reflejo de Dios, y debe admirar a Dios en él. ¿Está viendo un atardecer especialmente bello? Pues si tiene tiempo, pare y admire a Dios en el atardecer. ¿Halló algo que carece de la perfección debida, por ejemplo un ave desplumada? Vea ahí un reflejo de un alma que no tiene la perfección que Dios quiere para ella, y lamente esa falta de perfección, lo que termina siendo también un acto de amor a las perfecciones de Dios.
Perfecto y maravilloso terminan siendo sinónimos. Lo que es un auge de perfección, es maravilloso. Dice el diccionario que perfecto es aquello que tiene el mayor grado posible de bondad o excelencia en su línea. Entonces, una casa es perfecta cuando tiene todo aquello propio a una casa, en un grado elevado. Pero dentro del género casa hay especies más perfectas que otras, y así, un palacio es más perfecto que un simple hogar. Y en ese sentido, por ser más perfecto, por ser maravilloso, el palacio es más reflejo de Dios y cabe por tanto, de una manera generosa y no envidiosa, admirar a Dios desinteresadamente en las perfecciones de ese palacio.
La admiración de lo más perfecto no implica el desprecio de lo menos perfecto. Porque Dios se refleja más en los conjuntos, donde hay cosas más perfectas y menos perfectas: Entonces Dios se refleja más en un conjunto donde hay casas, casas más bellas y finalmente un palacio, siendo el palacio el punto monárquico, de un conjunto que termina siendo más bello que el mero palacio.
El admirador de lo perfecto no desprecia lo menos perfecto; pero sabe que su amor -que termina siendo amor de Dios- debe ir con más fuerza a lo más perfecto. Es lindo un pollito, pero es más digno de amor un bello cisne. Pero… ¿un mundo de solo cisnes? Es eso algo mucho más monótono que un mundo donde hay cisnes, pollitos, águilas, gorriones, golondrinas, etc. Además, cada ave tiene un mensaje de Dios que incluso aves más perfectas no emiten: un pollito, con su color amarillo y sus plumas que más parecen delicados pelitos, refleja más la candura de Dios que un cisne, que es más reflejo de su elegancia. Y un cisne no reflejará la decisión de Dios como sí el águila.
Y así, con todo.
Caminar por el Universo debe ser más un peregrinar: todo lo que hacemos o no hacemos tiene un carácter religioso y una repercusión de trascendencia a la eternidad.
Por Saúl Castiblanco
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