martes, 26 de noviembre de 2024
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Causas de la enfermedad y algunos de sus remedios

Redacción (Jueves, 14-09-2017, Gaudium Press) Antes que los siniestros mentores de la Nueva Era se apropien definitivamente de lo que no les pertenece y comiencen a divulgarlo con las consabidas alteraciones, mutaciones e interpretaciones esotéricas, bien vale recordar algunos tópicos de la vida y obra de Santa Hildegarda de Binguen a quien el papa Benedicto XVI declaró doctora de la Iglesia en octubre de 2012 habiéndola antes canonizado en el mes de mayo del mismo año pues era venerada únicamente como beata.

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Se trata de una santa benedictina de nobilísima familia de la Renania nacida en 1098 poco después de convocada la primera cruzada por el Venerable Papa Urbano II. Murió en septiembre de 1179 a la edad de 81 años y siempre fue una mujer muy enferma. Ella, la autora de varios libros sobre fórmulas para tratamientos a base de plantas, música y efectos energéticos de piedras. Sobrellevando la vida con achaques alcanzó esta edad, lo cual nos pueda dar una idea de la veracidad de su sabiduría, santidad y gracias místicas que frecuentemente tuvo y sometió a los análisis del propio San Bernardo de Claraval quien le confirmo esas revelaciones, raptos y profecías que el Papa Eugenio III autorizó divulgar.

Llama la atención que la santa mística nunca presumió de esos dones que el Divino Espíritu Santo le concedió, dudó por un tiempo de que fueran imaginaciones personales o intervenciones diabólicas y sometió con humildad todo ello a la autoridad de la Iglesia.

Podemos suponer que fue una Teuta pura de ojos claros, piel muy blanca, rubia, alta y de porte aristocrático porque obviamente no quedaron registros pictográficos de ella a no ser algunas primitivas miniaturas del siglo XIII. Lo que sí quedó de ella y en abundancia fueron sus escritos, tratados y partituras musicales que aportó como resultado no solamente de sus investigaciones científicas a las que se dedicaba sino de las revelaciones espirituales que recibió. Estaba convencida que las enfermedades no se curan sino que se alivian con medicinas extraídas directamente de plantas, piedras y música de tipo religioso que ella misma compuso. Por lo demás, sus tratados de antropología, astronomía y ciencias naturales aplicadas dejan hoy asombrado mucho científico, especialmente aquellos que creían que la Edad Media fue una época de oscuridad y la mujer un ser considerado irracional.

Lo que más convida a pensar acerca de la vida de esta santa mujer es el silencio casi universal con que se la trató especialmente desde los tiempos del Renacimiento para acá y muy particularmente cuando nació el liberalismo racionalista del siglo XVIII. Esos tiempos fueron marcados por una visión romántica y sentimental de la mujer que la fue convirtiendo en un delicado objeto de placer y cariño masculino, «reinita» del hogar y muñequita melosa que fue siendo aceptada con aires de Vals «Strausiano» conmovedor y lagrimoso.

Con esta deformación hasta la propia cristiandad fue perdiendo el rastro de la mujer como Dios la hizo y para lo que la hizo. Santa Hildegarda es apenas la punta del iceberg de una historia que una mano misteriosa y muy hábil ha querido ocultarle a la humanidad, con la intención de hacer renacer en los siglos XIX y XX un feminismo radical, resentido y retardado que por ignorancia pura y lamentable, achaca a la Iglesia Católica años de subvaloración femenina cuando precisamente los responsables son todos aquello novelistas y dramaturgos liberales, ateos y vulgares que deformaron la imagen de Dios en ella.

Sea entonces el conocimiento ponderado y sincero de la vida y obra de Santa Hildegarda, la reivindicación de la auténtica mujer católica, especialmente la que se hace religiosa con aguerrida decisión de instaurar el Reino de Dios sobre la tierra sin negarle esfuerzos, dolores y luchas terribles contra sí misma y su entorno, como el tocó a esta gran santa que también tuvo su terrible viacrucis para llegar la Cielo.

Por Antonio Borda

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