Redacción (Martes, 31-12-2019, Gaudium Press) En la noche de Navidad el Niño Jesús poseía el pleno uso de su inteligencia. Y ya en su pobre cuna, sufría al prever la incredulidad y la impiedad extendiéndose por tantos lugares de la tierra. Pero, por otra parte, también contempló todas las almas celosas de la gloria y del servicio de Dios, viviendo y luchando por el triunfo de la virtud, sufriendo con los pecados y las ofensas que los hombres cometen contra Él, reparándolos con penitencias y espíritu de ascesis.
De este modo, la mente y el corazón sagrados del divino recién nacido se dirigían hacia los católicos fervorosos mientras imploraba al Padre eterno las fuerzas necesarias para que perseveraran en el buen combate por el bien.
Acerquémonos entonces al Pesebre y pidámosle a Jesús, por medio de la Santísima Virgen, de San José, de los ángeles, de los pastores y de los Reyes Magos, que acepte nuestro deseo de ser conforme a sus divinos designios. Ofrezcámosle nuestro anhelo de unirnos a las cogitaciones, meditaciones y consideraciones proféticas que Él hizo en el pesebre, a fin de que vivamos la Navidad al unísono con Él.
Imploremos una entera unión de alma con el divino Infante, de manera que todo lo que existe en su corazón esté en el nuestro, todo lo que palpite en el Inmaculado Corazón de María lata también en el nuestro, y que la Navidad celebrada por nosotros refleje exactamente el sentido de todo cuanto Jesús y María experimentaron en aquella noche mil veces bendita en las montañas de Belén.
Por Plinio Corrêa de Oliveira
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