Redacción (Sábado, 15-02-2020, Gaudium Press) Afirmaba el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira, en uno de sus magistrales encuentros con un selecto grupo de personas, que incluso el propio Adán, si no hubiera pecado, en determinado momento se sentiría, en pleno paraíso terrenal, como en una sala de espera: en una maravillosa y bendecida sala de espera, pero una sala de espera mientras se abría el acceso al gigantesco y divino salón del paraíso celestial.
Decía el Dr. Plinio que el Primer hombre iría saciando su sed de maravilloso al contemplar un magnífico atardecer, o mientras daba un paseo meditativo acompañado por el león, por la pantera negra, pero que esa sed no se saciaría por entero, hasta el día en que su sed de maravilloso requintada como que le exigiese a Dios que lo llevara al Cielo empíreo, el Cielo material, para gozar de la beatitud celestial donde ahí sí sus ansias se acallarían.
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Expresaba el Profesor brasileño que esos vislumbres de maravilloso existentes en el paraíso terrenal también existen en esta tierra de exilio y que particularmente el bautizado siente más esa sed de cielo y la puede saciar prestando cuidado a ellos, los ventanales de lo maravilloso.
Sin embargo, decía que después de la caída original, el hombre comúnmente cree que si sus «necesidades básicas» estuviesen satisfechas con cierta holgura, con cierta abundancia, él sería completamente feliz, y que en esa línea, podría hacerse la ilusión pecaminosa de creer que para él sería mejor un mero limbo de felicidad natural que las glorias y felicidades gigantescas del paraíso celestial. Y concluía el Dr. Plinio que casi de una manera forzosa, quien optase por la mera felicidad natural llamémosla «del estómago», al no encontrar en ella satisfacción a sus más profundas ansias, buscaría saciarlas en el pecado.
Es decir, que para el hombre de esta tierra se plantea el dilema de búsqueda de Dios en la contemplación de las cosas maravillosas de esta tierra, o búsqueda de la mera satisfacción de sus interesas básicos, con la casi necesaria consecuencia de la caída al abismo. O sea, la búsqueda de lo maravilloso no es una mera opción, es una necesidad.
En esa línea, el Dr. Plinio decía que era normal que en esta tierra el buen hombre se sintiera un exilado ciudadano de la patria celestial, con la consecuente leve tristeza que esto comporta: Pues claro, fue hecho para el paraíso celestial, pero no vive en el paraíso celestial, pero hay cosas de esta tierra que le hablan de ese paraíso celestial.
«En la medida en que la persona se afirma así en la fidelidad a la inocencia [ndr. que muestra las cosas maravillosas con sabor a celestial], va naciendo en ella, junto con ese dolor [ndr. por sentir que esta tierra es lejana al paraíso], una noción de trascendencia (…). En esa nueva fase, la persona va comprendiendo que aquel valor absoluto [ndr. los vislumbres de la divinidad en las cosas maravillosas] (…) jamás dejará de existir. Y es tan trascendente [ese valor] que, expulsado, él se refugia en sus alturas; negado [en esta tierra], se reviste de su propia tristeza y va a recibir el holocausto de los que viven en él». 1
Es decir, las visiones felices del Absoluto que Dios a veces nos regala en esta tierra, visiones que no debemos despreciar, que debemos cultivar, terminan también haciendo que nos sintamos exilados de ese Reino del Absoluto que no existe aquí sino en el Cielo. Pero que si permanecemos fieles a esas visiones, ese Absoluto recibe con agrado ese nuestro holocausto de sentirnos exiliados
Y ese holocausto nos acerca al cielo.
Holocausto que va siendo también paliado por esas ventanas maravillosas que se abren en esta tierra, por las cuales vemos la gloria celestial.
Por ejemplo cuando en el rostro de una religiosa pura, vemos a Dios. O cuando lo vemos en el desdoblar magnífico de la cola del pavo real. Y a todo momento hay cosas como rostros puros, o como aves maravillosas. Solo que a veces no los queremos ver.
Por Saúl Castiblanco
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1 Revista Dr. Plinio. Setembro de 2016 – Inocência primaveril e noçao do Céu
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