Redacción (Jueves, 05-12-2019, Gaudium Press) Sí; me ocurrió. Fue ayer. Era una plácida tarde soleada, tarde de multicolor sol febril, en un campo del centro de mi patria.
Me hallaba trenzado en la épica lucha de una agradable lectura; era un libro de poemas que no habíamos podido concluir, y que estaba decidido a derrotar, por más obstáculos que se presentaran. Ni el lindo estanque de fondo, ni los pajarillos multicolores, ni la agradable brisa perfumada de rojo y suave mango: nada de eso nos iba a distraer.
Y sin embargo sucumbimos, ante una real y avasalladora distracción.
Llamémoslo el digno azul de cabeza coronada, en algo desplumada.
Él ya había venido a visitarnos antes de ayer al lado del estanque, cuando cometimos el error -según la dueña de la hacienda- de haberle ofrecido maní. Nos decía la señora Yaneth que este pavo tenía como signo particular ser algo entrometido, pero que cuando obtenía comida, se convertía en un verdadero intruso. Antes de ayer había sido una bella visita inesperada, dos o tres manís, y digna huida cuando Yaneth lo alejó, lanzándole algo de agua.
Pero tal vez el comestible recuerdo del día anterior lo volvió a atraer, a las mismas cinco en punto de la tarde. Eran las cinco en punto de la tarde y nos volvía a distraer de la lectura del romancero gitano de García Lorca.
De las seis o siete plumas que debían formar su corona-penacho, solo poseía cuatro. Pero el pavo real no era consciente de su corona averiada; sí tenía la conciencia de su dignidad.
Se fue acercando pues sin querer mostrar su real interés, a paso lento, hasta cuando ya estaba en nuestras proximidades, cuando dirigió con desparpajo su vista enmascarada hacia nos.
Nunca en mi ya no corta existencia estuve tan cerca de un pavo real. Bajaba su cabeza, luego la subía, iba e torno de mí de un lado a otro, permitiéndome contemplar como nunca sus diversos y relucientes matices de azul y de verde, los azules de su cuello y pecho, los verdes de sus plumas de escamas en la espalda, el multicolor de su larga cola; todo su magnifico ser. Fueron varios minutos en esa labor contemplativa, hasta que el lento oscurecer del cielo nos devolvió a la lectura, y a la despedida de ‘cabeza semi-coronada’.
Contemplándolo, de alguna manera me sentí a mí mismo dignificado, en la observación atenta y admirada de una maravilla que mucho refleja a Dios. Porque un pavo real es un regalo de Dios, es una tarjeta de visita de Dios, para que en el pavo -y en toda la Creación- lo busquemos y admiremos a Él. De hecho, de manera consciente, quisimos hacer un ejercicio propio a la Via Pulchritudinis, la Vía de la Belleza para llegar a Dios.
Son dos, los tipos de placer natural que ofrece la vida: los de una calma contemplación que termina en el Creador, y los de la agitación y la exacerbación de las sensaciones, que conducen al infierno. Quien transita esta segunda vía, pierde la capacidad de experimentar los placeres profundos de la primera. Y pierde el gusto de la vida.
Por Saúl Castiblanco
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