Redacción (Sábado, 07-12-2019, Gaudium Press) Decía el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira que los hombres no ven la realidad verdadera, pues están mal acostumbrados a creer que existe solo lo que observan con sus ojos de carne. Y sin embargo, por encima, o por debajo de esa realidad, están los ángeles y los demonios, cada uno realizando la faena que su naturaleza comporta, influyendo o mal-fluyendo sobre los hombres.
Esa consideración, muy real, debe llevarnos a meditar en que si no queremos ser tontos – lo que se traduce en ser títeres del demonio -, habremos de preguntarnos, por ejemplo, cuántos demonios están en el ambiente en que nos movemos y cuantos ángeles; si yo personalmente estoy siendo en este momento influido por un demonio o por un ángel; si yo soy ‘portador’ o ‘atraedor’ de ángeles o de demonios; si me he preparado para resistir el embate de los demonios y para ayudar en la acción angélica.
Porque no ver el tejido de ángeles que cubre el universo para hacer que se glorifique a Dios, y desconocer la telaraña siniestra de demonios que busca oscurecer el cosmos y condenar al hombre, es ser un gran tonto. Es no percibir la decisiva influencia de los unos y de los otros, más comúnmente es tornarse la boba marioneta del demonio, porque el demonio ataca sin nuestro permiso, constantemente, y en cambio el ángel comúnmente no actúa sino a nuestro pedido.
¿Estoy haciendo esto porque yo lo decidí, o porque me lo sugirió el demonio? ¿Abro constantemente mi espíritu a la influencia angélica con su invocación, con la oración, o soy el títere sumiso de los consejos de satanás? No son preguntas baladíes, pues la vida depende de las buenas respuestas a ellas.
Estas preguntas que nos hacemos a nuestro respecto, también caben para los otros: fulano de tal, ¿está bajo la influencia de un ángel o de un demonio? ¿Cómo puedo favorecer la acción de los ángeles sobre él, y obstaculizar la acción de los demonios? Etc.
Así funciona realmente el universo. Es un conjunto de fuerzas, de vectores, que no son de ninguna manera meramente humanos. Quien no ve eso, y no ‘juega’ con eso, insistimos, es un tonto.
Por Saúl Castiblanco
Deje su Comentario