Redacción (Miércoles, 19-10-2016, Gaudium Press) Los hombres estamos rodeados de beneficios personales por todas partes pero hemos desarrollado un selectivo eficaz para detectar prioritariamente con rapidez y profundidad todo lo negativo a nuestro alrededor. Tendemos más a reclamar y a exigir que a agradecer. Los libros modernos de superación frecuentemente nos inducen a sintonizarnos con la parte más bella de la vida: agradecer por el aire que respiramos, los paisajes que vemos, los parientes y amigos que tenemos, la salud, el trabajo. Dios no es mencionado, o mencionado muy poco. Pareciera que todo lo bueno que poseemos nos ha sido dado por la naturaleza y nadie más. Así educamos hoy una niñez sin reconocer la existencia de un Ser Superior al que le debemos todo, absolutamente todo. A Él solamente le atribuimos con amargura y mucha facilidad lo adverso, lo que nos contraría, las dificultades, los accidentes, los errores y maltratos de los demás, la muerte y el mal.
– ¿Por qué? Preguntaba una bonita y rica señora tras su oscuras ‘Ray-Ban’ en la sala de un hospital de primera categoría cuando los médicos le dijeron que ya nada se podía hacer por su joven y muy bien parecido esposo, agonizando con quemaduras de primer grado debido a que la tubería del baño turco del club explotó repentinamente descargándole un hirviente chorro gigantesco de vapor en todo el cuerpo. Solamente los dedos de los pies quedaron intactos. El resto del cuerpo era una sola llaga en carne viva. El cuerpo se defendía como podía con una fiebre altísima mortal que lo agotó en pocas horas. ¿Por qué? ¿Culpa del jefe de mantenimiento?
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– Porque Dios lo dispuso así, respondió con firmeza el sacerdote que le acababa de dar la extrema unción al joven y atlético hombre.
Agradezcamos que he podido interceder por él y aplicarle el Sacramento.
– Dios es misericordioso. No lo entiendo, no es justo, no nos ha debido hacer eso, retrucó con resolución y voz temblorosa la esposa.
– Señora, dijo el capellán, le doy mi palabra de que ofreceré unas misas por el eterno descanso de él, le sugiero que le pida a su párroco que haga lo mismo y no deje usted de rezar diariamente por el alma de su esposo. Pasó sin duda a mucho mejor vida. Dios la Bendiga.
Y se retiró a pasos largos y resueltos con expresión calmada y mansa.
Tal vez hubiera tenido una larga y dolorosa agonía de meses que parecieran eternos. Tal vez habría podido quedar vivo pero totalmente desfigurado y lisiado el resto de la vida que le sobraba que era todavía mucha. Tal vez el Padre no hubiera alcanzado a darle su asistencia espiritual. Tal vez la señora y su hijito rubio de tres añitos hubieran quedado muy mal económicamente, pero no se veía así.
Tal vez, tal vez, tal vez, probablemente, posiblemente, quizá. Lo cierto es que el accidente fue terrible y repentino en un lujoso club social campestre una mañana después de una agradable partida de golf con sus amigos y un suculento desayuno ‘ligth’ antes de ir en un comodísimo vehículo al trabajo en una esplendorosa oficina. Volvería en la tarde a su acogedor hogar como todos los días a seguir viviendo plácidamente sin muchos problemas a resolver -porque los problemas que se resuelven con dinero, no son problemas.
Rodeados de muchas cosas buenas en la vida a veces las ignoramos, no las vemos, las desconocemos o incluso las despreciamos, porque nos parece lo más normal del mundo tenerlas y disfrutarlas sin al menos una sola pequeña jaculatoria de gratitud a Quien todo nos da y nos puede quitar con libertad, porque es suyo. Pone, quita, coloca o descoloca en el orden universal nuestra vida y nuestras cosas solamente para nuestro bien, porque sabe exactamente lo que nos conviene para la eternidad. Que es lo único realmente importante de nuestra existencia.
Por Antonio Borda
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