martes, 26 de noviembre de 2024
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En la "Folha de S. Paulo", Plinio Corrêa de Oliveira rezó por el Brasil

San Pablo (Jueves, 08-09-2016, Gaudium Press) Cuando Plinio Corrêa de Oliveira escribió para el diario paulistano «Folha de S. Paulo», en enero de 1972, una «Oración en el Sesquicentenario», él explicó al final de su artículo: «La perspectiva del sesquicentenario sugirió esta oración a mi corazón de brasileño».

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Una mezcla de oportunidad, observación agudizada, agradecimiento y esperanza, además de un patriotismo lleno de amor y religiosidad resalta en ella, de la primera a la última línea.

Por eso mismo esa «Oración» tiene las características de atemporalidad.

Y no faltará propósito, entonces, para que ella sea nuevamente publicada. Ahora, tras un «siete de septiembre», fiesta nacional brasileña:

«Al aproximarse la fecha en que completamos un siglo y medio de existencia independiente, nuestras almas se elevan hasta Vos, Reina y Madre del Brasil.

Ciento cincuenta años de vida son, para un pueblo, lo mismo que quince para una persona: esto es, la transición de la adolescencia, con su vitalidad, sus inseguridades y sus esperanzas, a la juventud, con su idealismo, su arrojo y su capacidad de realizar.

En este umbral entre dos eras históricas, vamos transponiendo también otro marco. Pues estamos entrando en el rol de las naciones que, por su importancia, determinan el rumbo de los acontecimientos presentes, y tienen en sus manos los hilos con que se teje el futuro de los pueblos.

AGRADECIMIENTO

En este momento rico en esperanzas y gloria, oh Señora, venimos a agradeceros los beneficios que, Medianera siempre oída, nos obtuvisteis de Dios omnipotente.

Os agradecemos el territorio de dimensiones continentales, y las riquezas que en él pusisteis.

Os agradecemos la unidad del pueblo, cuya variada composición racial tan bien se fundió en este gran caudal étnico de origen luso – y cuyo ambiente cultural, inspirado por el genio latino, tan bien asimiló las contribuciones traídas por habitantes de todas las latitudes.

Os agradecemos la Fe católica, con la cual fuimos galardonados desde el momento bendito de la Primera Misa.

Os agradecemos nuestra Historia, serena y armoniosa, tan más llena de cultura, de preces y de trabajo, que de desacuerdos y de guerras.

Os agradecemos nuestras guerras justas, iluminadas siempre por la aureola de la victoria.

Os agradecemos nuestro presente, tan lleno de realizaciones y de esperanzas de grandeza.

Os agradecemos las naciones de este Continente, que nos distes por vecinas, y que, hermanadas con nosotros en la Fe y la raza, en la tradición y las esperanzas del porvenir, recorren a nuestro lado, en una convivencia siempre más íntima, el mismo camino de ascensión y de éxito.

Os agradecemos nuestra índole pacífica y desinteresada, que nos inclina a comprender que la primera misión de los grandes es servir, y que nuestra grandeza, que despunta, nos fue dada no solo para nuestro bien, sino para el de todos.

Os agradecemos y habernos hecho llegar a esta etapa de nuestra Historia, en el momento en que por el mundo soplan tempestades, se acumulan problemas, terribles opciones acechan, a cada paso, los individuos y los pueblos. Pues esta es, para nosotros, la hora de servir al mundo, realizando la misión cristiana de las naciones jóvenes de este hemisferio, llamadas a hacer brillar, a los ojos del mundo, la verdadera luz que las tinieblas jamás conseguirán apagar.

PRECE

Nuestra oración, Señora, no es, entretanto, la del fariseo orgulloso y desleal, recordado de sus cualidades, pero olvidado de sus faltas.

Pecamos. En muchos aspectos, nuestro Brasil de hoy no es el País profundamente cristiano con que soñaron Nóbrega y Anchieta. En la vida pública como en la de los individuos, terribles gérmenes de deterioración se hacen notar que mantienen en sobresalto todos los espíritus lúcidos y vigilantes.

Por todo esto, Señora, os pedimos perdón.

Y, además del perdón, os pedimos fuerzas. Pues sin el auxilio venido de Vos, ni los débiles consiguen vencer sus debilidades, ni los buenos alcanzan a contener la violencia y las tramas de los malos.

Con el perdón, oh Madre, os pedimos también la bendición.

¡Cuánto confiamos en ella!

Sabemos que la bendición de la Madre es preciosa condición para que la oración del hijo sea oída, su alma sea dura y generosa, su trabajo sea honesto y fecundo, su hogar sea puro y feliz, sus luchas sean nobles y meritorias, sus venturas honradas, y sus infortunios dignificantes.

¡Cuánto es rica de estos, y de todos los otros dones imaginables, Vuestra bendición, oh María, que sois la Madre de las madres, la Madre de todos los hombres, la Madre Virginal del Hombre-Dios!

Sí, oh María, bendícenos, llenadnos de gracias, y más que todas, concedednos la gracia de las gracias. Oh Madre, unid íntimamente a Vos este vuestro Brasil.

Amadnos más y más.

Tornad siempre más maternal el patrocinio tan generoso que nos otorgasteis.

Tornad siempre más amplio y más misericordioso el perdón que siempre nos concedisteis.

Aumentad nuestra espaciosidad en lo que dice respecto a los bienes de la tierra, pero, sobre todo, elevad nuestras almas en el deseo de los bienes del Cielo.

Hacednos siempre más amantes de la paz, y siempre más fuertes en la lucha por el Príncipe de la Paz, Jesucristo, Hijo Vuestro y Señor nuestro.

 

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