Redacción (Lunes, 05-10-2015, Gaudium Press) Se sabe que todas las cosas tienden a un lugar, tanto por la ley de la gravedad cuanto por lo que es propio a cada cosa. Ahora, la palabra gravedad deriva de ‘gravis’ que, en latín, significa pesado. Así, el cuerpo tiene su peso y este no solo retiene como también da el lugar de cada cosa. El fuego, por ejemplo, al ser encendido sube, mientras que una piedra, aunque lanzada para lo alto, cae. ¿Y el alma? Según San Agustín, también ella tiene un peso que la mueve y la impulsa: el amor. » ‘Pondus meum, amor meus’ – mi peso es mi amor; lo que amo es el peso que inclina mi corazón». [1]
¿Qué es el amor? Santo Tomás de Aquino define el amor como «el principio del movimiento del apetito racional, del querer libremente el fin amado, que es el bien.» [2] Él es activo y, de cierta forma, impulsado por la voluntad, o sea, una recta voluntad genera un buen amor; una voluntad degenerada, un mal amor. San Agustín diferencia el amor de dos formas: cuando se ama los hombres y las cosas creadas en función de Dios, es caridad; volverse para sí, amar el mundo y lo que es del mundo, es concupiscencia. [3] El amor es verdadero cuando es fundamentado en Dios y debe ser direccionado y ordenado a Dios. En función de Él, se debe amar a los hombres y las cosas creadas por Él, a ese respecto, comenta Monseñor João: «Existen dos amores: uno es el amor verdadero; es el amor de Dios. Otro es el amor egoísta, romántico, sentimental; es el amor por interés». [4] El primero trae satisfacción, gozo, alegría y paz. El otro proporciona angustia, frustración y lágrimas. No existe un amor intermedio.
San Agustín es categórico en afirmar: «¿Qué se dice de vosotros? ¿Para nada amar? ¡Nunca! Inmóviles, muertos, abominables, miserables, es lo que seréis si no amareis nada. Amad, pero prestad atención a lo que debe ser amado». [5]
Las acciones del amor, en nosotros, pueden ser clasificadas en espirituales, racionales y sensuales. Entretanto, al espolvorear su fuerza en estas tres operaciones, se torna-se más extenso, sin embargo, menos intenso, pues se asemeja al fuego. Imaginemos un cañón. ¿No es verdad que la llama, forzada a salir por una única abertura, sale con un ímpetu mucho mayor que si en él hubiese dos o tres brechas? Así es el amor. Su fuerza se encuentra en las operaciones intelectuales, por ser la parte más elevada del alma y en la cual se constituye la esencia del amor. [7]Quien desea tener un amor no solo noble y generoso, sino también fuerte, vigoroso y activo, debe buscar direccionarlo y retenerlo a las acciones espirituales, para que no suceda que, dispersándose, se debilite.
El amor intelectual y cordial – dice San Francisco de Sales – que «debe dominar en nuestra alma, rechaza toda suerte de uniones sensuales y se contenta con la simple benevolencia». [8] Y continúa: «cuanto más la causa del amor es elevada y espiritual, tanto más sus acciones son vivas, subsistentes y permanentes, y no se podría mejor aniquilar el amor, que rebajándolo a las uniones viles y terrestres».[9]
La causa de nuestra unión afectiva con Dios
«Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, toda tu alma y con todas tus fuerzas» (Dt 6, 5). A primera vista, este precepto parecería una exigencia del Creador para que las criaturas lo amasen. Entretanto, si en la vida común somos inclinados a querer aquellos que de alguna manera nos hacen un bien, ¿Cuál no debería ser nuestro sentimiento en relación a Aquel que nos sacó de la nada, nos dio la vida y nos mantiene en el ser? Y más, vela por cada uno, sea un insignificante insecto, sean gigantescos animales o monstruos marinos, «ni uno solo de ellos pasa desapercibido delante de Dios» (Lc 12, 6). Si tal es el cuidado de Dios por los animales, ¿cuál no será el desvelo por la criatura que Él designó para ser rey del universo, haciéndola «a su imagen y semejanza?» (Gn 1, 26). «Hasta los cabellos de vuestra cabeza están contados. No temáis» (Mt 10, 31). ¿Cómo puede el hombre responder a ese amor de predilección?
Asegura San Bernardo: «De todos los movimientos del alma, sentidos y afecciones, el amor es el único con que puede la criatura, aunque no condignamente, responder al Creador y a su vez, darle otro tanto». [10] Dios nos escogió entre infinitas criaturas, «pues ama todo lo que existe y no odió nada de lo que hizo, por cuanto, si hubiese odiado, no lo habría creado» (Sb 11, 24). Dios no ama las cosas por ser buenas; antes, al amarlas, les infunde el bien. De las criaturas racionales – Ángeles y hombres – espera recibir el amor y para eso fueron creadas: para amar y servir a Dios en este mundo y después gozar de su presencia en la eternidad. Dice el Eclesiastés: «Ama con todas tus fuerzas a aquel que te creó» (Eclo 7, 32). Y el Apóstol amado: «Amamos, porque Dios nos amó primero» (I Jo 4,19). Agrega además Monseñor João Clá:
Sí, nuestra caridad no es más que una restitución por los favores sin cuenta que, de su bondad, recibimos. Como Creador Él nos dio el ser, nos mantiene y nos mantendrá para siempre; como Redentor, nos salvó, encarnándose y sufriendo los tormentos de la Pasión; como Padre, quiso introducir en nosotros la vida divina, «para que seamos llamados hijos de Dios (I Jo 3,1)». ¡Él es nuestra bienaventuranza! Es, por tanto, en la adhesión total a Él, por la práctica de este mandamiento – y no en los gustos terrenos y fragmentarios – que encontraremos la plena felicidad. [11]
Por la Hna. Rita de Kássia Carvalho Defanti da Silva, EP
[1] AGUSTÍN. San. Confesiones. Livro XIII, 9, 10
[2] TOMÁS DE AQUINO, Santo. Suma Teológica. I-II. q. 26. a. 1.
[3] AGUSTÍN. San. Comentarios a los Salmos. 2ª ed. Trad. Monjas Beneditinas. São Paulo: Paulus, 2005. v. I. 31 II, 5. p. 354.
[4] CLÁ DIAS, João Scognamiglio. Homilia. Mairiporã, 2006. (Arquivo IFTE).
[5] AGUSTÍN. SAN. Loc. Cit
[7] SAN FRANCISCO DE SALES. Tratado do amor de Deus. 2ª ed. Trad. Pe Augusto Durão Alves. Porto: Apostolado da imprensa, 1950, p. 48.
[8] SAN FRANCISCO DE SALES. Op. cit. p. 50.
[9] SAN FRANCISCO DE SALES. Op. cit. p. 51.
[10] SAN BERNARDO. Dos sermões sobre o Cântico dos Cânticos. In: COMISSÃO EPISCOPAL DE TEXTOS LITÚRGICOS. Liturgia das horas. Petrópolis: Vozes, Paulinas, Paulus, Ave-Maria. Vol. II, p, 1210.
[11] CLÁ DIAS, João Scognamiglio. As duas asas da santidade. In: O inédito sobre os Evangelhos. Comentários aos Evangelhos dominicais do Tempo Comum. Ano B. Città del Vaticano – São Paulo: LEV, Lumen Sapientiae, 2014, v. IV, p. 471.
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