martes, 26 de noviembre de 2024
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Radiante aurora de la salvación

Redacción (Jueves, 08-10-2015, Gaudium Press) Imaginemos un panorama marítimo en las últimas horas de la madrugada. Todavía es de noche. La luna plateada se refleja en las aguas y las estrellas coruscan con un brillo especial, como si quisiesen prolongar su presencia ante el amanecer que llega. El océano se figura misterioso y el silencio de la naturaleza que duerme es apenas interrumpido por el estruendo de las olas.

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Inexorablemente, los astros nocturnos comienzan a desvanecerse y un rayo de luz rojizo surge en el horizonte. Poco a poco el firmamento se va tiñendo de rosa y naranja, las tinieblas se diluyen y la aurora comienza a despuntar. Los peces se ponen a saltar con vivacidad y los pájaros llenan los aires con sus gorjeos. Todas las criaturas se llenan de júbilo. Es más un bello día que manifiesta sus resplandores matutinos. Una feria de colores transforma el paisaje en un maravilloso espectáculo, que alcanza el ápice de su magnificencia cuando nace el Astro Rey.

Ahora, algo semejante al amanecer pasó en la Historia. Durante milenios el mundo estuvo inmerso en las tinieblas del paganismo y el pecado. Apenas algunas almas justas relucían como estrellas, recordando las promesas de la Alianza: el Sol de Justicia habría de venir para liberar a los hombres de las cadenas del mal y de la muerte. ¿Pero, cuándo se daría esto?

Los primeros destellos de este Sol cintilaron sobre la humanidad cuando vino a luz María Santísima. La tierna Niña nacida de la fe de San Joaquín y Santa Ana transformó la noche de la Historia en radiante aurora. Las sombras huían y la creación exultaba con la venida de Aquel para quien todas las cosas fueron hechas: «todo fue creado por Él y para Él» (Col 1, 16).

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Nacimiento de la Virgen, por Nicolò da Foligno – Pinacoteca Nacional, Boloña (Italia)

La Natividad de María marcó el inicio de la victoria del bien sobre el mal. Invisible para la gran mayoría de los hombres en la Tierra, este augusto acontecimiento debe haber sido, entretanto, «saludado por la alegría de todos los Ángeles del Cielo, acompañada, tal vez, de la felicidad experimentada, aquí y allá, por las almas rectas. Adaptando las palabras de Job (3, 1-9), se podría así expresar ese sentimiento de júbilo: ‘¡Bendito el día que vio Nuestra Señora nacer, benditas las estrellas que la vieron pequeñita, bendito el momento en que sus padres verificaron que había nacido la criatura virginal llamada a ser la Madre del Salvador!'».

Por intercesión de Ella Jesús manifestó públicamente su divinidad por primera vez, en el milagro de las Bodas de Caná. También fue María quien mantuvo los Apóstoles unidos y confiantes en el Cenáculo, para recibir al Espíritu Santo y dar inicio a la expansión de la Iglesia. Y hoy, transcurridos dos milenios, es por medio de Ella que nuestro mundo, invadido otra vez por las sombras de la impiedad, podrá ser reconducido a las sendas de la virtud y del bien.

Por la Hna. Patricia Victoria Jorge Villegas, EP

 

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