miércoles, 27 de noviembre de 2024
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María Virgen y el simbolismo de la Aurora

Redacción (Lunes, 09-03-2015, Gaudium Press) Oísteis, sin duda, a los amantes de la bella naturaleza extasiarse sobre el maravilloso efecto del nacer del día. Ellos emprenden largos viajes y pasan noches enteras en la cima de montañas glaciales, a fin de encontrarse, por la mañana, listos para disfrutar del radiante espectáculo de una bella aurora.

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Un amanecer en la Ensenada del Mar Virado, Ubatuba, Brasil

El Sol todavía no se levantó; no se distingue ni uno de sus rayos, y, entretanto, una cierta luz intermedia, semejante a la de la alegría, ya hace renacer la naturaleza. Hay, entonces, entre la noche y el día, algunos instantes de lucha. Luego el horizonte se colorea de mil matices, y el lado del Oriente aparece todo en fuego. Es entonces que creéis ver cada criatura retomar su vida, su color, su inteligencia, como se retoma un traje de gala después de la noche donde todo es sombrío e incoloro.

Los espléndidos fulgores de un mediodía de verano no tienen el encanto de esta aparición resplandeciente, que ejerce sobre la naturaleza un tan grande dominio.

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Imagen Peregrina del Inmaculado
Corazón de María

Digno de lástima sería aquel que permaneciese indiferente a este imponente cuadro, y que, pudiendo ser testigo de un tan bello espectáculo, no sintiese su corazón dispuesto a glorificar, reconocido, ¡la majestad de las obras de Dios!

Pero, ¡cuánta distancia hay entre todas esas bellezas de la Tierra y las bellezas espirituales que María nos vino a traer! Es Ella que, en el día de su nacimiento, fue un presagio de misericordia que antecedió solamente de algún tiempo al Sol de Justicia, el deseado de las naciones. Es Ella que precede la marcha de ese gigante de los Cielos, como para preparar nuestros ojos a la luz divina, que luego inundará la Tierra.

A su vista, nos complacemos en exclamar con el Espíritu de Dios: Oh Hombres, […] alegraos; la hora de la esperanza llegó: ya la noche pasó con sus terrores y sus espantos; él se aproxima, ese bello día prometido hace tanto tiempo. Es María, verdadera aurora de la salvación, que nos aparece hoy, […] radiante, Ella propia, de la felicidad que nos trae».

Por el Canónigo Victor-Joseph Thiébaud

(in «Revista Arautos do Evangelho» n. 134, p. 50 – 51)

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