miércoles, 27 de noviembre de 2024
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María, Rosa de los vientos

Redacción (Lunes, 27-10-2014, Gaudium Press) Que el aire de la tierra es una composición de nitrógeno, oxígeno, argón, gases incoloros, inodoros e inertes, llámense incluso gases nobles por su ductilidad, es lo menos importante de nuestra atmósfera.

Que cuando el aire se calienta en una parte del planeta y la masa se desplaza hacia arriba siendo sustituida por otra fría generando así los vientos, tampoco dice mucho.

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Los vientos son la respiración de Dios, decía un personaje de las cartas provenzales de Daudet. Han escrito tantas historias trágicas o maravillosas como los propios hombres. Los mueven los ángeles al vaivén de algunos grandes acontecimientos y a la vez son los grandes protagonistas de muchos de ellos. Las ráfagas cortas y repentinas, las brisas suaves y acariciadoras, los temibles huracanes que castigan o los ciclones implacables que arremolinan y destruyen, siguen siendo y lo serán por siempre el simple viento. El buen viento de Dios, el legendario viento que es como el paso del Señor en el Paraíso cuando en las tardes frescas visitaba a Adán. El mismo viento que impulsó las carabelas de Colón y tantos viajes exploratorios, muchos de ellos por mares embravecidos y terribles para extender la religión del Dios verdadero. El viento que movió los legendarios molinos cribando el trigo y macerando uvas en algunas regiones del mundo para transformarse en Cristo. El viento que los viejos lobos de mar han representado maravillosamente en un cruce de líneas angulares coloridas a las que han llamado «La rosa de los vientos».

El viento ha sido plasmado en partituras musicales, atrapado en las pinturas de los grandes genios dejando un rastro suave o un desastre a su paso, en el movimiento de una cabellera o una tela sedosa que se deja llevar por él, o también en la tempestad implacable de un naufragio como el de la Medusa de Gericault. Allí está el viento salido de un pincel y el genio de un pintor a veces ignorando su propia creación ¿Pero será el propio viento? ¿Quién ha visto al veterano viento? El que sopló en el Génesis la creación del mundo, el viento que pasó frente al profeta Elías o el ventarrón que rugió en Pentecostés. Levanta las comentas de los niños y con ellas les eleva también el pensamiento. Nadie lo ha visto por ninguna parte pero se ven sus obras.

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En un trigal dorado extenso y maravilloso, el viento juega caprichoso, casi inocente como un niño, peinando y despeinando en distintas direcciones las espigas ya maduras. ¿Sería difícil ver al niño Dios allí jugando? Los poetas lo han visto despeinar palmeras, barrer las hojas en otoño, sustentar el vuelo de las aves que se dejan llevar por las corrientes. Algún día tal vez, cuando el Inmaculado Corazón de María reine definitivamente sobre la tierra, la navegación aérea entenderá que el viento es más un aliado de los viajes que un peligro; habrá que aprender a manejarlo con paciencia, entenderlo y no horadarlo con la fuerza brutal de una turbina. Para ese entonces quizá ya tengamos una advocación nueva para el Reino de María en la tierra antes de hacer despegar las naves: La Virgen del viento que nos cuidará maternalmente en los viajes que haremos usando sabiamente los vientos.

Si los gases que componen el aire de la tierra son llamados «nobles», el noble por excelencia allí es el viento. Caballero de salón, buen consejero de trato amable y cordial cuando susurra suavemente e inspira el alma, y truculento guerrero en el combate cuando arrasa y pune con furia implacable, indignado, cargado de agua, granizo y rayos cambiando el panorama en un momento.

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El viento es como el amor de Dios, dulce y severo, refresca en el perdón y corrige con firmeza haciendo del dolor el paliativo. El viento: Un buen aliado del cristiano cuando le eleva de amor a Dios sus sentimientos.

Por Antonio Borda

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