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Fuentes y chafarices, requintes de civilización

Redacción (Jueves, 06-06-2013, Gaudium Press) Fuentes y chafarices juegan con el agua, distrayendo al hombre. Sus aguas murmurantes y cristalinas, soplando al aire como si quisiesen volver al estado de vapor y volar, se lanzan hacia lo alto más pareciendo alas de pájaros míticos, salidos del Paraíso.

Para quien sabe apreciarlos, los chafarices y las fuentes despiertan mil disposiciones rectas de espíritu, invitando a la práctica de las virtudes más delicadas. Ellos parecen comunicar una agradable sensación de pureza y frescor al ambiente, y sus vigorosos chorros que se proyectan para arriba parecen aclamarnos: ¡Corazones a lo alto!

Y cuando sus chorros alcanzan el máximo de su estatura, parecen invitar al hombre a una extraordinaria movilización de energías para sacar de dentro de sí todo el potencial.

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Un hombre de vastos horizontes bien puede encontrar junto a una de esas fuentes o chafarices la inspiración para elaborar grandes planes de acción, motivado por la sugestiva ambientación que ellos crean.

Una persona «estresada», contemplando el alegre movimiento de las aguas, puede allí recuperar aquel delicioso bienestar del equilibrio, de la objetividad, la tranquilidad que la fatiga le robó.

En la concepción de quien construyó esas maravillas, cada hombre es como un chafariz, hecho para proyectar sobre los acontecimientos, grandes o pequeños, una infinidad de bellezas puestas por el Creador en su alma.

El vigor de los chorros de agua que emergen de las entrañas de la tierra y van a poblar las alturas, formando lindas cortinas líquidas osculadas por los rayos del sol, nos da alguna idea de la ligereza de espíritu de las personas inocentes.

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Las millares de gotitas que revolotean alrededor del chafariz, llevadas por el viento, invitan a nuestro pensamiento a la consideración de las infinitas maravillas de Dios que ellas parecen querer alcanzar en su etéreo vuelo.

Como dice el Salmista, Dios dio el sol para todos, justos y pecadores, ricos y pobres. Y el agua también… ¡El agua!…

En ese líquido tan simple y tan precioso, quiso Jesús sumergir para recibir el bautismo del Precursor, en el río Jordán. ¡Con ese gesto Él, de alguna forma, bendijo las aguas del mundo entero – de los mares, ríos y lagos, de los chafarices y pozos, en fin, todas ellas quedaron más puras a partir de aquel día!

En la contemplación de las aguas que suben y descienden, calmas y constantes, el hombre se siente invitado a degustar las delicias del orden interior, de las proporciones del mundo que lo cerca, distinguiendo con calma lo bueno de lo que es malo, lo verdadero de lo falso, lo bello de lo feo, enriqueciendo así su universo interior.

En fin, los chafarices, al lanzar las aguas para el cielo, recuerdan al hombre la virtud de la gratitud que él debe a Dios y lo invita a una filial y jubilosa acción de gracias, porque de Dios nosotros salimos, no para arrastrarnos por el rugoso casco de esta tierra de exilio, sino para a Él retornar en alegre restitución.

Por João Carlos Barroso

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