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De la experiencia estética a la experiencia mística

Redacción (Miércoles, 30-01-2013, Gaudium Press) Para unir el hombre a Sí, el Creador primero se le manifiesta como el Ser bueno. Las pruebas de su bondad están en todas partes, pues la Creación lo demuestra enteramente: la belleza de una naturaleza verde, el grandioso espectáculo de las montañas, el arrebatamiento de las olas, en su constante vaivén, hablan de Él. 91 Ya decía San Agustín que las cosas creadas por sí mismas hablan de Dios, y esa fue una de las principales inquietudes de los filósofos, que por el «arte» conocieron al «Artista». Para él, la belleza de las cosas revela a Dios, pues «si son bellas las cosas que hizo, cuán más bello será lo que las hizo». 1

La bondad y la belleza de las cosas no satisfacen completamente al hombre, porque toda la criatura es limitada, parcial y mutable, pero ellas convocan, llaman al ser humano para una bondad y belleza más perfecta, plena, completa y duradera: la Bondad/Belleza en Sí. 2

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En efecto, siempre que la experiencia estética estuvo vinculada a la metafísica, su desarrollo llevó, necesariamente, a una transcendencia hasta la Belleza Suprema. Eso se debe a una evidencia ontológica por donde el hombre, siendo finito – como todo que es finito – remite al Ser Infinito, porque, sin esa relación con el ser de Dios, su existencia sería incomprensible. 3 Así siendo, contempla las bellezas finitas, subiendo de grado en grado y remitiendo siempre a la Belleza transcendente e infinita. Es lo que explica el Doctor Angélico en sus comentarios al Credo. Él da el ejemplo de una persona que, entrando a una casa, siente que hay calor y que cuánto más va penetrando en ella, el calor va aumentando; esa persona concluirá que existe en el interior de la casa una hoguera, o calentador, que es la fuente del calor, aunque no la vea. Lo mismo sucede, dice él, con alguien que considere las realidades de este mundo:

Porque percibe que todas las cosas están dispuestas según diversos grados de belleza y nobleza, y que cuanto más se aproximan a Dios, más bellas y mejores son. He aquí porqué los cuerpos celestiales son más bellos y nobles que los cuerpos inferiores, y las cosas invisibles más que las visibles. Por eso, debemos creer que todas estas realidades vienen del Dios uno, que da a cada cosa su existencia y su excelencia. «Son insensatos por naturaleza todos los que desconocieren a Dios y, por medio de los bienes visibles, no supieren conocer a Aquel que es, ni reconocer al Artista, considerando sus obras; […] pues es a partir de la grandeza y la belleza de las criaturas que, por analogía, se conoce su Autor» (Sb 13, 1; 5) (SANTO TOMÁS DE AQUINO, Credo, Art. 1, n. 22).

El ‘pulchrum’ (belleza) encanta, arrebata, confisca; la experiencia estética provoca en el alma humana una cadena de fenómenos, cuyo punto más alto es una «sensación de solidaridad», de consonancia entre el objeto bello y el sujeto.

En el fondo, hay un sentir interior e inefable por donde el ser humano percibe cuánto él mismo es «coherente con el ser como ser», pues habiendo sido creado por Dios es bueno en sí mismo; percibe, todavía, lo que el objeto observado tiene de objetivamente bello y a fin consigo mismo, por donde, aunque exista una clara
alteridad entre ambos, poseen un predicado común, punto de convergencia y transcendencia más elevado, por el cual participan de la belleza transcendente del Creador. 4

Estando lo bello situado objetivamente en el punto de intersección entre los momentos que Santo Tomás llama de ‘species’ y ‘lumen’ (forma y esplendor), su encuentro corresponde al de los momentos de la percepción y el arrebatamiento. Siendo así, el estudio de la contemplación y el de la fuerza arrebatadora de la belleza son inseparables, pues no se puede percibir lo bello sin ser arrebatado, y solamente es arrebatado aquel que percibe la belleza. 5 El hombre comprende la verdad cuando conoce el bien, cuando realiza una tendencia; de la misma forma, comprende la belleza cuando su alma es tocada por un esplendor. 6 Entonces, por la contemplación de los esplendores de las criaturas, se llega al conocimiento y amor de la divinidad, pues la experiencia mística procede del amor y tiende al amor, que es su «principio, ejercicio y término». 7

A veces, lo bello es una forma de amor, es un título autónomo del amor, mientras hace ver la bondad o la verdad de las cosas. Es fuera de duda que cuando el hombre capta el verum y el bonum bajo un aspecto de pulchrum, una facilidad especial de amarle es concedida. Eso es así porque la experiencia estética, la consideración del pulchrum, hace vibrar las más profundas cuerdas del ser humano, toca en las fibras del amor, como si, por una connaturalidad, lo bello penetrase en él, y él en lo bello, produciendo un tipo de emoción especial: un ¡Oh! de encanto y entusiasmo se desprende del interior del alma. Viene, entonces, el arrebatamiento, el éxtasis que derrumba todas las barreras del egoísmo y deja a la persona fuera de sí. 8 Abandonando su egoísmo, el alma humana «vuela» libremente para la unión mística, para la fruición de la Belleza Absoluta: Dios.

En la misma línea, aunque con otras figuras, va el pensamiento de Thomas de Verceil. Compara a Dios con una hornalla, manifestándose como «Luz iluminadora» (Belleza) y «Calor vivificante» (Bien). Thomas afirma que la contemplación de la belleza divina reflejada en el espejo de la creación es de una dulzura inigualable y la alegría que de ella proviene es una e indivisible, pues es imposible separar la visión de la inteligencia de los ímpetus del corazón. Dice también que Dios ilumina el ser humano con su belleza y bondad, vivificándolo; éste, al contemplarlo por la visión estética, se consume de amor. 9 El amor a la Belleza hace descubrir el esplendor del Bien, entonces, la visión se identifica con el ímpetu y el amor florece en conocimiento: «Nada es tan bello como un ser iluminado por el amor; nada es tan bueno como un ser abrazado por la belleza». 10 Contemplando lo Bello, el hombre se torna bueno, así como se torna bello amando el Bien. «La belleza es expresión del amor, pues el amor transfigura». 11

Así siendo, parece que el puente que une la estética a la mística es el amor, una vez que la sublimación de la experiencia estética se da en un ímpetu de amor y ese es la condición inicial de cualquier experiencia mística, pues «mística es ejercicio de amor, humano y divino». 12 El amor es la inclinación del alma y su fuerza para unirse a lo divino; cuanto más amor posee, mayor el grado de unión, sin embargo, basta un solo grado de amor para experimentar la mística fruición de su Dios. 13 Es cierto que la experiencia de las cosas divinas está ordenada a la unión con el Infinito y que ésta se realiza en la perfección del amor. 14 Ahora, el medio más eficaz para alcanzar esa perfección es, por medio de la percepción de lo bello, dejarse arrebatar, transcendiendo del amor a las bellezas finitas al amor a la Suma Belleza. Es lo que enseña San Agustín: «Si te agradan los cuerpos, alaba en ellos a Dios y retribuye tu amor al divino Artista para no le desagradares en las cosas que te agradan»; 15 en otro lugar: «El cielo, la tierra y todo lo que en ellos existe, me dicen por todas partes que os ame. No cesan de repetirlo a todos los hombres, para que sean inexcusables». 16

Por la Hna. Maria Cecília Seraidarian

1) SANTO AGOSTINHO. Sermo CXLI, cc. I, II; Enarratio in psalmos, ps. CXLVIII. Em: REY ALTUNA Luis. Fundamentación ontológica de la belleza. [Em linha]. Disponível em: Acesso em: 26 nov. 2008.
2) NAVONE, Op. Cit., p. 83.
3) STEIN, Edith. La estructura de la persona humana. Em: URIBE CARVAJAL, Ángel Hernando; OSORIO, Bayron. Cultura y espiritualidad. Medellín: UPB, 2008, p. 108
4) CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. A estética e a ideia de Deus. Revista Dr. Plinio. São Paulo,n. 124, jul. 2008, p. 18-21.
5) VON BALTHASAR. Gloria: una estética teológica. Em:________. La percepción de la forma, Op. Cit., p. 16.
6) STEIN, Ser finito y ser eterno: ensayo de una ascensión al sentido del ser, Op. Cit., p. 340.
7) MARITAIN, Jacques; MARITAIN, Raïssa. Liturgia e contemplação. São Paulo: Flamboyant, 1962, p. 53.
8) CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Coletânea de conferências sobre o Pulchrum. São Paulo: s.n., 1966 a 1984. (Todas as citações extraídas de exposições verbais desse autor – designadas por conferências -, e utilizadas no presente trabalho, foram adaptadas para a linguagem escrita, sem revisão do mesmo).
9) DE BRUYNE, Edgar. L’Esthétique du Moyen Âge. Louvain: Institut Supérieur de Philosophie, 1947, p. 121-125.
10) Ibid., p. 124 (Tradução minha).
11) PASTRO, Cláudio. O Deus da beleza: educação através da beleza. São Paulo: Paulinas, 2008, p. 40.
12) URIBE CARVAJAL; OSORIO, Op. Cit., p. 111 (Tradução minha).
13) SÃO JOÃO DA CRUZ. Chama viva de amor. Canção I, 13
14) MARITAIN, Jacques; MARITAIN, Raïssa, Op. Cit., p. 60.
15) SANTO AGOSTINHO. Confissões. L. IV, c. 12
16) Ibid., L. X, c. 6.

 

 

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