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Las miradas que marcaron la historia

Redacción (Miércoles, 06-03-2012, Gaudium Press) Dios al crear al hombre quiso depositar en él un resumen de todo el universo. La fisionomía humana es la que más presenta esta pluralidad de aspectos, siendo la visión el más noble sentido. La mirada es el alma de la fisionomía, de manera que las demás expresiones del rostro y hasta el timbre de voz son solo un reflejo de la mirada.

El ojo humano no capta solamente las realidades externas, sino toma sobre todo las internas, como afirma el Profesor Plinio Corrêa de Oliveira «Los ojos más y mejor fotografían el interior de los hombres que su exterior. ¡La mirada habla tanto! ¡Es tan comprensible el ojo humano! Él, entretanto, participa de la ‘beatitudo incomprehensibilitatis’ cuando, no sabemos decir cómo, en una fisionomía percibimos una cierta reacción».

view.jpg¿Cómo habrá sido la mirada del propio Verbo Encarnado que siendo verdaderamente hombre es también verdaderamente Dios? «Dios cuya mirada sondea los riñones y los corazones» (Sl 7,10). Aunque no sea posible concebir esta mirada en toda su magnanimidad y extensión, nos es dado, al menos, penetrar y vislumbrar ciertos aspectos de la mirada de Nuestro Señor Jesucristo en la cual están contenidas todas las perfecciones existentes en el Orden del Universo.

La mirada del Niño Dios

En su nacimiento, cuando Él abrió los ojos para este mundo y pudo constatar con sus ojos carnales a sus criaturas y más, especialmente, Aquella en la cual Él mismo encerró una síntesis de todas las maravillas del universo. «Los ojos del Niño se abrieron y encontraron la mirada de Nuestra Señora, vieron el rostro esplendoroso de la Madre, discernieron su alma y su Inmaculado Corazón.

Y entonces, podemos suponer, el Divino Infante sonrió» ¹. ¿Qué imaginar de este primer intercambio de miradas en que los dos se miraron y, por decir así, se perdieron uno en la mirada del otro?

En esta primera mirada, se inició el eterno e incesante co-relacionamiento entre Madre e Hijo.

Una mirada en la que se refleja el Orden del Universo

A partir de entonces, Nuestra Señora acompañó la mirada de su Divino Hijo en las más variadas circunstancias y pudo penetrar cada vez más en esta Sacrosanta mirada, sumamente ordenada y toda hecha de gradualidades. Mirada esta que: «[…] Cuando fulgura es como un sol. Cuando no, se muestra siempre de un cierto modo, semejante a lo que representa el barítono para la música vocal: ni muy alto ni muy bajo. No es una mirada que sale de sí para penetrar en los otros, a no ser raramente. Antes invita a que se entre en ella, para entablar elevados coloquios con nosotros. Mirada muy serena, aterciopelada […]. En el fondo, entretanto, revelando una sabiduría, rectitud, firmeza y fuerza que nos llenan al mismo tiempo de encanto y confianza. […], y los estados de alma de Él corresponden a todas las bellezas del mundo. […] (De manera que) en el conjunto de las miradas de Él el orden del Universo se refleja enteramente. […] en una palabra, el pulchrum y el significado interno de todo cuanto existe, están contenidos en la mirada de Nuestro Señor».²

Estando Nuestra Señora en el momento auge de su contemplación, se depara con una terrible prueba después de treinta años de vida oculta, «Nuestro Señor, entonces, se aproxima a ella y, con veneración y cariño más intensos, envolviéndola con la mirada le dice: ‘¡Mi Madre llegó el momento, mi camino a la predicación, a la bondad, a maravillar a los hombres y a ser crucificado por ellos! ¡Madre, adiós!'»³. Él se retira y Ella permanece sola, los ángeles comienzan a cantar para consolarla, pero todas las maravillas no valen una mirada del Hijo de Ella.

view2.jpgAl iniciar esa nueva etapa en la vida de Nuestro Señor, encontramos una serie de miradas, que pasaron para la Historia por medio de los Evangelios.

Los apóstoles y las miradas de Cristo

Los apóstoles perplejos con las palabras de Nuestro Señor acerca de la imposibilidad de un rico entrar al Reino de los Cielos cuestionan a Nuestro Señor. San Mateo describe: […] fijando en ellos su mirada, les dijo Jesús: Lo que para los hombres es imposible, para Dios es posible» (Mt 19,26). Ciertamente, esta mirada de Jesús fue repleta de bondad y afabilidad con la intención de consolar a los apóstoles e inculcarles confianza en la omnipotencia de Dios.

Otra mirada del Salvador que se tornó especialmente célebre, fue la mirada que Él dejó sobre San Pedro: «En cuanto el Señor fijó los ojos en Pedro; Pedro recordó las palabras del Señor cuando le dijo: ‘Hoy, antes de que el gallo cante, me negarás tres veces'» (Lc 22,61). A San Pedro habían sido entregadas las llaves del Reino de los Cielos, sobre él, Jesús prometió edificar Su Iglesia; además, entre los Doce Apóstoles fue él quien se destacó por su ardoroso amor por el Maestro. Entretanto, en ese momento atroz, su corazón se endureció y él negó al Hombre-Dios. El gallo cantó, Jesús pasó y lo miró. San Pedro cayó en sí «y, saliendo, lloró amargamente» (Lc 22, 62); en ese instante, él se sintió tomado, por entero, por una gracia impar que reavivó en su alma, de modo intenso y esplendoroso, todo lo que había conocido de la infinita bondad de Nuestro Señor. Y ese recuerdo venció su ingratitud, a tal punto que él dejó de ser discípulo tibio y se transformó en una antorcha de admiración» (CORRÊA DE OLIVEIRA, 1999, p.21; 2002, p.16).

Conviene prestar atención en los efectos de esa mirada, como resalta San Agustín: Pedro tenía necesidad del bautismo de lágrimas para lavar el pecado de su negación; pero, ¿cómo podía obtenerlo si el señor no lo diese? Por eso, dijo el Apóstol Pablo cuando advertía al pueblo sobre cómo debería comportarse con algunos que pensaban de modo diferente: «Corrigiendo con suavidad a los que pensaban diversamente, de modo que Dios le conceda la penitencia». Pues la penitencia también es un don de Dios. El corazón del soberbio es una tierra dura; no se ablanda para la penitencia si no llueve la gracia de Dios (SAN AGUSTÍN, Sermo 2290,1 apud CLÁ DIAS, 2010, p.2).

San Ambrosio (Exposición sobre el Ev. De Lucas, 10-88, 1966, p.585, traducción nuestra) amplio el análisis respecto a los efectos de la Divina Mirada de Jesús sobre San Pedro que produjo en su alma tan perfecta compunción: «¡Que las lágrimas laven este pecado que no se atreve a confesarse de viva voz! El luto conduce al perdón y a la honra. Las lágrimas confiesan la culpa sin temor y reconocen el crimen sin el tormento de la vergüenza, las lágrimas no piden perdón pero lo obtienen». ¡Oh feliz culpa! La gran contrición de San Pedro constituye uno de los más bellos hechos de la historia de los Santos.

Entretanto, no todos quisieron beneficiarse con esas admirables miradas de Nuestro Señor durante su Pasión; mientras los verdugos lo abofeteaban tuvieron que vendarle los ojos (Cf. Lc 22, 63-64), pues no soportaron la Divina mirada que los veía. Otra ocasión en que la mirada del Salvador se revistió de mayor expresividad fue en el Ecce Homo. Jesús, flagelado y coronado de espinas, fue presentada al pueblo por Pilatos. No profirió ninguna palabra pero permaneció en un majestuoso silencio.

Podríamos imaginar cómo, en este momento, Sus ojos solicitaban un poco de amor, un poco de afecto, un poco de pena y, para consumarse las atrocidades humanas contra el Redentor, ellos nada recibieron…

view3.jpgSan Jerónimo (apud SANTO TOMÁS DE AQUINO, S.T. III q.44, a.3, ad I) comenta otro aspecto de la mirada de Nuestro Señor cuando Éste expulsa a los vendedores del templo: De entre todos los milagros que Cristo hizo, este me parece más admirable: que un solo hombre, en aquella época aún despreciable, haya podido, a golpes de un simple chicote, expulsar tan numerosa multitud. Es que de sus ojos irradiaba como que un fuego celestial y en su rostro brillaba la majestad de la divinidad.

La más bella de todas las escenas de la vida del Salvador y el momento culminante de la historia de las miradas en toda humanidad fue el último intercambio de miradas de Nuestro Señor antes de expirar. A ese respecto escribió Monseñor João Clá Dias (2010,p1):

Penetrada de misterio, afecto y dolor, debe haber sido la última mirada recíproca entre Jesús y María en el Calvario. Madre e Hijo, Creador y la más excelsa de las criaturas, en medio al más alto relacionamiento humano: una mirada hecha de venerable sufrimiento y adoración, a entrecruzarse con otra divinamente invadida de ternura. Allí a los pies de la Cruz, terminaba la larga historia de la «arquetipía» de las miradas creadas por Dios. Ojos que se contemplaron por primera vez en Belén y que, hasta el Calvario, no perdieron jamás una sola oportunidad para crecer en comprensión, amor e benevolencia.

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¹CORRÊA DE OLIVEIRA, 2008,p.28. (Arquivo IFTE).
²CORREÂ DE OLIVEIRA, 2004, p.18. (Arquivo IFTE).
³CORRÊA DE OLIVEIRA, 1985,sp. (Arquivo IFTE).

 

 

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