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Belleza: transcendencia que lleva a Dios

Redacción (Miércoles, 22.04-2012, Gaudium Press) Ontológicamente, podemos afirmar con Santo Tomás que el sentido del ser se relaciona siempre con los transcendentales, que están en todos los seres, en cualquier nivel que sea: unum, bonum, verum, pulchrum – unidad, bondad, verdad y belleza. Un ente es lo que debe ser, o sea, posee la verdad en su esencia, es también bueno y, de acuerdo con la esfera a la que pertenece, es bello, santo, noble o útil. Y siendo los transcendentales aspectos del ser, forman una unidad con él, considerados en su realidad metafísica, inseparables entre sí y la negligencia de uno de ellos sería una catástrofe para los otros. La belleza es el esplendor de los transcendentales reunidos.

view.jpgEntretanto, el hombre, como ser, también tiene en sí los transcendentales y su vida no es una mera sucesión de hechos y experiencias. Siendo racional, su vida es la búsqueda de la verdad, del bien y de la belleza. Y para ese fin, ejerce su libertad, pues ahí se encuentra su alegría. Siendo compuesto de cuerpo y alma, materia y espíritu, inseparables, necesita de las exterioridades para a través de los sentidos conocer el mundo no solo por su inteligencia, sino también por su voluntad y sensibilidad.

El simbolismo: algo muy humano

El simbolismo es, por tanto, universalmente humano, común a todas las culturas; entre los hombres el lenguaje figurado es el natural. Los sentidos son alcanzados por ese lenguaje y la audición, visión, olfato y tacto, son especialmente tocados por la belleza de lo materializado. Inicialmente, por la belleza de las cosas creadas, para después encontrar el sentido en la luz del fundamento de toda la belleza, la belleza Suprema, autora de todas las otras. Así, del homo simbolicus, considerado por la perspectiva antropológica de lo Sagrado, se visualiza el homo religiosus, porque el hombre es religioso en su naturaleza.

San Agustín decía que las cosas creadas por sí mismas hablan de Dios. Y esa fue una de las principales preocupaciones de los filósofos, que por el «arte» se conozca al «Artista». Para él, la belleza de las cosas revelan a Dios, pues «si las cosas que hizo son tan bellas, cuánto más bello es Aquel que las hizo». Benedicto XVI, en Australia, recordó a los jóvenes de la Jornada Mundial de la Juventud ese pensamiento y comentó que viendo la diversidad de la naturaleza, del mar Mediterráneo, pasando por el desierto Africano y las florestas asiáticas, hasta la inmensidad del Pacífico, sintió un reverente temor, porque delante de tal belleza solo podría repetir las palabras del salmista: «Señor, nuestro Dios, cuán admirable es tu nombre en toda la tierra» (Sl 8. 2).

A lo largo del tiempo, el hombre fue materializando y exteriorizando su concepción artístico-religiosa a través de los símbolos, del arte, arquitectura, música y ritos, construyendo su cultura. En el Occidente, la base de esta fue el cristianismo. No fue por mera casualidad que los pueblos cristianos han sido, de lejos, los más innovadores y creativos en todos los campos de la cultura.

Así, la realidad construida por símbolos, mostraba el arte como una forma de conocimiento tan seria como la ciencia. Pero Kant la divorció de ésta, abriendo la era del racionalismo puro; el conocimiento pasó a ser empírico, ajustándose a las experiencias del hombre, y la belleza se volvió subjetiva. En el siglo XVIII, con Alexander Baumgarten, surgió el término estética, de origen griego, significando sensación, sentimiento.

Eso generó la estetización del mundo. En el siglo XIX, cultura pasó a significar el progreso humano continuo y ascendente, agregando los conocimientos del hombre, reflejados en el crecimiento de la filosofía, la ciencia y la estética. Pero, actualmente, la cultura sufrió tantas transformaciones, que no se sabe bien hacia dónde el mundo camina, todo depende de la sensación y del mercado. La Estética se separó completamente de la cultura y de la religión, perdiendo la memoria histórica de la humanidad. Según Pablo VI: «el divorcio entre el evangelio y la cultura es sin duda el drama de nuestro tiempo».

La verdadera concepción de belleza

En la concepción de Santo Tomás, belleza es lo que agrada a la vista como armonioso y proporcional. Los sentidos se complacen en las cosas bien proporcionadas, estando de acuerdo con la razón, una vez que belleza es el amor que hace ver la verdad y el bien de todas las cosas. Es bello todo lo que realiza su naturaleza ideal. Ya la fealdad es la ausencia de belleza, lo que no está de acuerdo con un fin.

view2.jpgLa perspectiva contemporánea y subjetiva de estetización del mercado es: lo que me agrada es bello y lo que no me agrada es feo. Pasa a existir un juicio del gusto, mediante el cual se adopta una actitud ante el objeto estético que no es el asentimiento dado a una verdad (lógica), ni la aprobación o desaprobación que se hace de una acción (ética). Es una especie de agrado o desagrado estético que se expresa en un juzgamiento: me agrada, me apetece, no me agrada, no me apetece.

El caos del mundo hodierno, provocado por la confusión en las mentes, también confundió la belleza en sí con la mera estética. La globalización es una realidad y presente un mundo que no es sino la estética de la saturación, del exceso, de la máxima información en el mínimo de espacio y de tiempo. La sociedad, así globalizada, norteada por constantes y profundas renovaciones tecnológicas, perdió la creencia en los mega-relatos y en la racionalidad como fundamento del conocimiento. En ella se despiertan la subjetividad y la emoción, la virtualidad, las sub-culturas crecientes, favoreciendo una nueva percepción cosmológica de la realidad.

El hombre – creyéndose señor de sí mismo – se dejó engañar y pasó a ser visto como mero consumidor en el mercado de posibilidades indiferenciadas, donde la elección en sí misma pasó a ser el bien, la novedad aparenta ser la belleza y la experiencia subjetiva suplanta a la verdad.

Así, lo bello perdió sus fundamentos y se redujo al bien de consumo. En el gran mercado de la «aldea global» actual desaparecieron los signos de belleza: la máscara de la propaganda parece triunfar sobre la verdad y la belleza últimas, revelando su aparente «muerte». En un mundo sin belleza, el bien pierde su fuerza de atracción y la verdad su fuerza de conclusión lógica.

view3.jpgEs preciso reeducar a las personas de la «civilización de la imagen», enseñando por medio de lo bello a practicar la admiración y el elevarse al Creador, al mismo tiempo metódica y degustativamente, partiendo de la figura y tendiendo, por medio de ésta, a una reflexión que nunca se distancia enteramente de la imagen, ni siquiera en su punto terminal. La belleza tiene una fuerza pedagógica propia cuando introduce eficazmente en el camino de la verdad. Es preciso descubrir lo invisible a partir de lo visible. Este es el papel de la belleza y del orden, buscando las cualidades del Universo que impulsan a mirar hacia lo alto, donde está la belleza, liberando al hombre de las cadenas de la masificación. Ella se manifiesta en las multiformes maravillas de la naturaleza, pero también se traduce en las obras humanas, reflejos de su espíritu – obras de arte, literatura, música, pintura y artes plásticas -, así como se hace apreciar, sobre todo, en la conducta moral, en los buenos sentimientos.

Hoy se necesita de la belleza para no caer en la desesperación -ya decía Pablo VI, al final del Concilio Vaticano II-, y este es el camino para encontrar la verdad y la bondad, que están en el corazón del Evangelio. La belleza provoca emociones, pone en movimiento un dinamismo de profunda transformación interior en el hombre, engendrando alegría y sentimientos de plenitud, deseo de participar libremente en la misma belleza, que pasa a formar parte de su propio interior, integrándola en su existencia concreta. Solo la espiritualidad de la belleza puede reencontrar la Belleza Suprema.

La estética del mensaje determina su eficacia. Lo bello que se comunica bellamente llega más rápido y más profundamente al receptor. La belleza conmueve y mueve el corazón. La salvación para este mundo estetizado es la espiritualidad de la belleza para, así, reencontrar la belleza.

Escribe Juan Pablo II en su carta a los artistas: «Ante la sacralidad de la vida y del ser humano, ante las maravillas del universo, la única actitud apropiada es el asombro, y la belleza es lo que puede provocar este asombro que entusiasma. Los hombres de hoy y mañana tienen necesidad de este entusiasmo para enfrentar y superar los desafíos cruciales que se ven en el horizonte. Precisamente en este sentido fue dicho, con profunda intuición, que la ‘belleza salvará al mundo’. La belleza es el secreto del misterio y la llamada a lo transcendental».

Por la Hna. Juliane Vasconcelos Almeida Campos, EP

 

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