jueves, 28 de noviembre de 2024
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Jesús es Rey

Bogotá (Domingo, 20-11-2011, Gaudium Press) De poco y nada adelanta que algunos no quieran reconocer la realeza sagrada de Jesús de Nazareth. Realmente eso no afecta a nadie. Inútil que se retuerzan de odio y malestar psíquico pues es un hecho innegable, reconocido por millones de hombres y mujeres en todo el orbe terráqueo, que Jesús es rey y rey universal cuya realeza puede ser plenamente demostrada.

14396_M_fdb72d41.jpgJesús era de la estirpe del rey David y eso trashuma en los Evangelio, pues su natural acogida entre los judíos era precisamente por percibir en Él su origen real venida a menos por causa de la ruina moral y política de los dirigentes de la nación aunque imposible de negar. Pero nadie dudaba que él era descendiente del más grande rey que ellos habían tenido. Si se hubiese tratado de un plebeyo nacionalista iluminado y medio perturbado mentalmente como tantos que aparecieron poco antes y después de su predicación, ciertamente la nación no hubiese reaccionado frente a Él como reaccionó. Baste recordar el elogio que los arrogantes Escribas le hicieron en un portal del templo y ante mucha gente cuando calló los sofismas maliciosos de los Saduceos a propósito de la resurrección: «Nuestro Dios no es un Dios de muertos sino de vivos. (…) Bien dicho, Maestro»(Lc 20), exclamaron ciertamente admirados estos serviles de Herodes y los Romanos en los que todavía alumbraba tenuemente una luz de razón y fe que se apagaba lentamente.

Tal vez no hayan quedado registrados detalladamente sus gestos, el timbre de su voz, su aspecto físico completo, la nobleza de su porte pero no sería posible que un hombre sin destacados atributos naturales hubiese cautivado el entusiasmo de tantos de aquellos judíos que lo siguieron incondicionalmente y no se amedrentaron ante la persecución iniciada en la propia Jerusalén a poco de su vil asesinato con apariencias de legalidad con las que se encubrió el injustísimo crimen.

Cientos y poco más de mil personas le seguían a todas partes y le acompañaron a Jerusalén la semana anterior a su prendimiento, juicio inicuo, sentencia amañada y ejecución injusta que al otro día ya un ponderable número de los habitantes de la ciudad estaba cuestionando. Al menos los más sensatos se dieron cuenta que se les «había ido la mano». No era para tanto haberlo flagelado de esa manera, humillarlo sin compasión alguna, clavarlo en una cruz y elevarlo en ella en esas condiciones precisamente coronado de espinas…como si fuera un rey con un letrero infamante que resultó ser su proclamación auténtica, la confirmación de su realeza sagrada que hoy adoramos sin temor y con ufanía. ¿Por qué había que hacerle todo eso a un hijo legítimo de Israel de noble estirpe? Conforta saber que fueron precisamente judíos los primeros en reconocer que Jesús de Nazareth es rey, y «rey de todas las naciones», de lo que se encargó proclamar un fanático judío fariseo hijo de la tribu de Benjamín después de su inesperado ‘impasse’ camino de Damasco.

Por Antonio Borda

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