Redacción (Miércoles, 05-10-2011, Gaudium Press) Para dos jóvenes estudiantes, rezar el rosario en el trayecto de su casa a la Escuela, era un acto cotidiano en sus vidas. Entretanto, no sabían ellos que en una de estas caminatas, estaban siendo seguidos por un juez de Derecho que los observaba atentamente. Este Magistrado, dotado de un elevado sentido psicológico y de una profunda capacidad de descripción, relató lo ocurrido en un artículo periodístico «El joven y el rosario», en la ciudad de Belén de Pará, Brasil.
Transcribimos esta noticia en su íntegra, que aunque publicada en el 2002 conserva enteramente su frescor.
En cuanto a los dos jóvenes, estos resolvieron seguir una vocación religiosa. Hoy son miembros de los Heraldos del Evangelio, uno en San Pablo, otro en Portugal.
Diario O Liberal 03 de enero de 2002
El Jóven y el Rosario
Autor: Dr. Nélio Fernandes Gonçalves (Juez y escritor)
Siempre me consideré un caminante compulsivo. Solo que mis caminatas no son propiamente caminatas como estas que se ven algunos esforzados emprender diariamente por las playas y calles de la ciudad, constituidas de un trotar rápido y constante. Yo camino a pie. No sé si cometo redundancia en la afirmación.
Transformo el caminar en un paseo agradable, a través del cual busco aliar la ganancia física al placer estético de la contemplación sobre el mundo que pasa veloz a mi lado. Casi nada escapa a la observación; personas, objetos, hechos son la materia prima para el diario impreso en la imaginación.
Era un miércoles soleado. Hacía mi caminata matinal por la sinuosa y arborizada Avenida 25 de Septiembre hasta alcanzar el área verde del Bosque Rodrigues Alves. En el retorno, en virtud del cansancio natural que redunda en un todavía más lento caminar, fácilmente soy sobrepasado por otras personas.
Uno de estos adelantamientos, sin embargo, llama mi atención: Dos jóvenes, caminando en pareja casi perfecta, pasan rápidamente por mí. Además del vigor de las pisadas, algo más redobló mi atención en aquellos jóvenes que andaban con pasos sincronizados: ellos hablaban o balbuceaban alguna cosa, también (como sus pasos) de forma perfectamente sintonizada.
Curioso, de aquellas curiosidades momentáneas que por nada se dejan pasar, apuré el paso en su seguimiento, buscando acompañarlos, a fin de escuchar lo que hablaban. Al acercarme bien a ellos, la sorpresa fue mayor: de la mano derecha de cada uno colgaba un largo rosario.
Eso mismo. Un rosario. Los dos jóvenes rezaban la oración del rosario. Estaba explicado porque, en un primer instante, yo había percibido una casi perfecta sintonía entre el habla de uno y otro. Delante de lo inusitado de la escena, mi primera reacción fue seguirlos, acompañarlos. Qué se yo. Conversar con ellos, quizá. Saber quiénes eran, dónde vivían, porqué rezaban. Pero terminé por no hacer nada de eso. Cuando los perdí de vista, al doblar una esquina, volví al paso normal.
Siguiendo mi rumbo, dejé la imaginación alzar vuelo. Reví la escena varias veces a fin de fijar algunos pormenores. Los dos jóvenes debían tener entre quince y diecisiete años. Estaban con el uniforme de colegio y, a juzgar por la hora, más o menos once y media, habían acabado de salir de la escuela.
Mientras que la mano izquierda de cada cual se ocupaba en atajar los libros, en la derecha, pendiente a lado del cuerpo, envolvía el instrumento-guía de la oración que compartían unidos. Juzgando por la forma como conducían la oración, no hay equívoco en afirmar que la bella y ejemplar actitud debía ser rutinaria en sus vidas.
Y un bello ejemplo joven. Un bello y corajudo ejemplo. ¿O no es coraje, en el mundo actual, dos jóvenes tomar aquella actitud, francamente malévola a los ojos de los demás vivientes? ¿Cuánta broma, cuánto chiste, cuánta «vergüenza» (para usar un lenguaje joven bien actual) no oyeron de los demás colegas de colegio? Rezar debía ser la actitud más normal. Bien que debería ser así. Pero, no es. Parece hasta que el mundo tiene vergüenza de rezar.
Es indudable que estos jóvenes pertenecen a familias fervorosas y equilibradas, donde pontifica el amor. En el mundo tan problemático en que vivimos, actitudes como esa merecen ser difundidas, repetidas millares de veces. En vez de entregarse a la violencia, la droga y la prostitución, aquellos bendecidos jóvenes ocupaban el tiempo disponible gastado en el trayecto casa/escuela/casa orando. No se quedaban, como ocurre hoy con la gran mayoría estudiantil, reunidos en las esquinas, los bares y las casas de juegos, donde no resulta nada bueno.
Aquellos jóvenes aprendieron desde temprano en sus vidas que la oración da fuerza y consuela, equilibra y serena el espíritu. Recupera al desequilibrado, realimenta la esperanza, reconduce a la generosidad de la alegría, apacigua el dolor. Aprendieron que la oración es un acto de amor. Amor que se eleva a los cielos y se interioriza en lo más hondo recóndito de nuestro ser.
Por todo esto, es muy importante saber dar amor. De modo especial, a nuestro joven contemporáneo que más que nadie precisa de apoyo y consideración. No olvidemos la enseñanza de Jesús que dijo que es dando que se recibe. Quien da amor, recibe amor, quien planta luz, recoge el sol en profusión radiante… No se conoce mayor dolor que no poder dar amor a quien se ama.
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