Redacción (Martes, 05-06-2018, Gaudium Press) La francesa Régine Pernaud fue una historiadora de alto y buen calibre investigativo y literario, que un buen número de presumidos académicos de nuestros días desconoce o desprecia, sobre todo porque ella demuestra irrefutablemente el gran papel protagónico de la mujer en la Edad Media, ese período de la historia que la intelectualidad racionalista odia y subestima, por ser la época en que la filosofía emanada de los santos evangelios era la que inspiraba a los gobernantes, según alguna frase del Papa León XIII.
La desconocen y deprecian por ser una de las grandes escritoras que reivindican el medioevo, período de la historia que por demás ella se niega a calificar con ese nombre.
Una de esas mujeres que Régine Pernaud exalta y que marcó con su personalidad y encanto aquella etapa histórica, fue Doña Blanca de Castilla (1188-1252) (1), la española que se casó por deber de Estado a los 13 años de edad con el que sería rey de Francia, del que enviudaría a los 36 y al cual le dio diez hijos entre ellos San Luis IX. Por si fuera poco cumplir con el deber de servirle al reino de su padre para una alianza estratégica, Doña Blanca viuda fue regente de Francia mientras su hijo alcanzaba la edad regia, y lo hizo de forma más admirable que cualquiera de esas gobernantes republicanas de nuestro siglo que ni siquiera saben algo de ella.
Recordemos que estamos en una época dificilísima en que los reinos de Europa apenas comenzaban a consolidarse, los musulmanes eran una amenaza constante, las cruzadas estaban en pleno auge y la corona de Francia era especialmente codiciada no solo por los barones del país sino por otros reinos lejanos. Y Doña Blanca supo sortear todo eso porque era mujer de fe y piedad irreprochables, a pesar de las calumnias que Voltaire y sus secuaces se encargarían de propagar posteriormente por odio al cristianismo: «Madre posesiva-Testaruda-Marimacho-Temible-Desabrida». No necesitó ser una mujer inteligentísima y hábil sino virtuosa, resuelta y confiada en Dios.
Su marido el rey Luis VIII llamado El León, murió en la cruzada contra los señores feudales y obispos Albigenses que arrastraban al inocente pueblo del bello sur de Francia, a una de las herejías más diabólicas que ha padecido la Santa Iglesia de Cristo Nuestro Señor. Traspasada de dolor, perplejidades y aflicciones tuvo que asumir el gobierno de acuerdo al testamento de su queridísimo esposo y el juramento de lealtad de la mayoría de los señores feudales, la regencia y formación para el gobierno de su hijo Luis que sería después santo y gobernante inolvidable todavía en la pérfida Francia de la revolución francesa y la de mayo del 68, que tan mal ejemplo le han dado a la humanidad, presumiendo que fue a partir de ellas que se dio el reconocimiento político de las mujeres. ¿Y Doña Blanca de Castilla? ¿Y Leonor de Aquitania? ¿Y Santa Juana de Arco? Y tantas otras mujeres de la mal llamada Edad Media, que como la reina en mención tuvieron que gobernar y luchar más con el arma de su fortaleza cristiana que con la habilidad política.
¡Cómo estamos de subdesarrollados! cabría decir a los medios académicos iberoamericanos, todavía sumergidos en los estereotipos decimonónicos de las revoluciones de independencia, estancados en un momento histórico en que caudillos de corte bonapartista nos hicieron creer que el liberalismo fue el que trajo la oportunidad política para la mujer. La historia tiene que ser repasada ¡y con pruebas!, antes que los bibliotecólogos y archivistas graduados en universidades laicas extravíen o quemen los documentos que refutan tanta mentira y tergiversación, si es que ya no han comenzado a hacerlo.
Por Antonio Borda
(1) La Reine Blanche, Régine Pernaud, Ed. Albin Michel S.A, 1972
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