Redacción (Jueves, 16-03-2017, Gaudium Press) Dinamarca es un país confesionalmente luterano y el Estado debe proteger y apoyar los servicios religiosos de esa confesión. Se dice que es uno de los países más felices del mundo. En aproximadamente 45 mil kms. cuadrados -sin incluirle Groenlandia, por supuesto-, cuenta con casi seis millones de habitantes.
Si un Estado latinoamericano proclamase que es confesionalmente católico sería legión la cantidad de políticos, periodistas y profesores de universidad que se declararían en contra con mordaces críticas y argumentos de lo más rebuscados y sofísticos posibles.
Es probable que hasta la OEA tomaría cartas en el asunto y propondría sanciones. Aquí en esta parte del mundo no tenemos derecho a que el Estado proteja y apoye una religión, especialmente la católica que es la de las grandes mayorías nacionales y de la cual surgieron nuestras repúblicas. Sería un atentado contra la libertad religiosa pero no lo es ni en Dinamarca ni en ninguno de los países escandinavos. Esto por supuesto no genera ningún tipo de protesta en ninguna parte del mundo occidental, nadie -ni en los Estados Unidos siquiera, tan presuntamente celosos de las libertades absolutas, se considera que declarar oficialmente que la religión confesional del Estado es la Luterana, es una discriminación contra la libertad religiosa de otros. Sería por supuesto un escándalo para los mencionados personajes de nuestro continente que no tolerarían jamás semejante «exabrupto» aunque se mueren de la ganas por vivir en Europa del norte, los presuntamente países más felices del mundo donde el Estado no es laico y la religión oficial es el protestantismo que en los siglos XVI, XVII y XVIII persiguió sangrientamente a los católicos hasta desterrar la mayoría, confiscarles tierras y someterlos a ser súbditos de segunda clase de la monarquía protestante, forma de gobierno que tampoco se toleraría por ningún motivo en Latinoamérica.
Son las paradojas de este siglo XXI tan tolerante para unas cosas e intolerante con otras, especialmente contra la religión católica.
Ahora bien, ¿no será que precisamente por haber sido confesionales, los países Escandinavos se desarrollaron tanta tecnología?
Constatamos también que cada día hay menos niños en esos países, y esa raza nórdica tan atractiva, se extingue irremediablemente. A su manera, es una forma de exterminio gradual e imperceptible de toda una etnia completa y sin la menor posibilidad de salvarla. Los escandinavos mueren felices como nación sin que nadie, ni ellos mismos, lo lamente. Algo así como una eutanasia colectiva bajo los efectos de una sedante mortal.
Intentar hacer un Estado confesionalmente católico le costó la vida a muchos mandatarios de nuestro continente como García Moreno, que murió horriblemente macheteado por una comproabada presión política de Otto Von Bismark, tan lejano geográfica y racialmente de América Latina pero tan interesado en no permitir que en algún país por pequeño que fuera surgiera un Estado confesional católico mientras a su adorada Prusia sí se lo permitía, menos en Ecuador, obviamente, que había ofrecido tropas para defender al Papa al que tanto odió el fanático Canciller alemán. Paradojas con las que este mundo ha convivido sin derecho a protestar, o al menos registrar para que la historia no quede incompleta o sesgada. Guerras de las más crueles con armas y municiones suministradas por países protestantes al bando más radical y sectario, se sucedieron unas tras otras en las repúblicas hispanoamericanas para impedir la confesionalidad católica de ellas, derecho que no le fue negado a los países luteranos.
Por Antonio Borda
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