martes, 26 de noviembre de 2024
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Un ‘desadaptado’ social

Redacción (Jueves, 03-12-2015, Gaudium Press) «Benitos» santos ha habido varios. Pero este es singular.

Habitante de la calle -como califican hoy los periodistas a quienes viven sin techo, lecho y mesa deambulando por la ciudad y rebuscando en los tachos de basura- este no llegó a tanto pero comparte con aquellos su completa desadaptación social, lo cual dicho sea de paso no es delito ni pecado.

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Foto: es.wikipedia.org

Bien que es el patrono de todos ellos. Nació en Francia y terminó sus días en Roma casi cumpliendo los 34 años de edad junto al Coliseo y a la sombra del cual vivió los últimos siete de su precaria vida que la acabó una infección bronquial. Era mendigo de oficio, con la particularidad de compartir siempre con otros pordioseros las limosnas recibidas y vérsele muy piadoso todos los días en alguna iglesia.

Siempre será un misterio para quienes no conocen mucho de santidad, que este hijo de un pudiente librero, sobrino de un reconocido sacerdote que lo instruyó para que fuera religioso, llevara una vida tan extremadamente austera y abandonada, siendo que se trataba de una persona que para aquel entonces podría llamarse culta, pues en su mochila llevaba siempre La Imitación de Cristo, una Biblia y alguno que otro libro de vidas de santos u oraciones que leía a diario. Intentó ser cartujo, trapense y franciscano y no se le aceptó.

Recorrió varios países de Europa a pie enjuto, visitando santuarios y mendigando pan y techo que cuando se le negaba no lo abatía para nada. Se acomodaba en cualquier rincón de la calle de donde muchas veces fue levantado a patadas.

Mugriento y haraposo, se hizo conocido por muchos peregrinos que alguna vez lo habían visto en alguna parte siempre manso, paciente, humilde y servicial. Cuando decidió quedarse en Roma ya se sabía algo de él en la ciudad. Varios fueron los sacerdotes y religiosas que viéndolo rezar junto al Santísimo notaron que levitaba un poco, que su cara resplandecía e incluso uno de ellos llegó a verle salir del pecho unas pequeñas llamaradas. En el mundo de los pordioseros era totalmente conocido y muy estimado. Los niños de la calle también lo distinguían y querían con esa inocente sinceridad de su edad al punto que fueron ellos quienes lo llamaron El Santo y los primeros en anunciar por las calles de Roma que Benito había muerto aquel amanecer del jueves santo 16 de abril de 1783 a la edad que murió Nuestro Señor Jesucristo. Alguien tuvo la idea de sacarle una mascarilla al cadáver y por eso quedó de él esa imagen de distinguidas facciones que se venera en varias iglesias de Europa, principalmente de Italia y Francia.

A Benito José se le tiene hoy día como el patrono y protector de los desadaptados, de los indigentes y los desplazados, también de los peregrinos y los solitarios del mundo que cada día crecen más en número. Hombres y mujeres que la sociedad moderna no ha podido aprisionar entre las rejas del consumismo y la farándula mundanal, donde no hay espacio para los pensadores preocupados ni los contemplativos relegados caídos en la precariedad -minoría todavía, es cierto, pero a la que no se le reconoce sino para programas políticos y publicidad filantrópica interesada de fundaciones y personalidades que buscan exención de impuestos o aplausos. Tal vez el estado mental de una sociedad se pueda medir por la situación en que ella coloca a sus propios e inevitables desadaptados, y lo que ella hace con ellos cuando termina empujándolos a la evasión en la droga, la delincuencia, la agresividad y el resentimiento, odiándose y odiando al prójimo, sembrando la repulsa y el miedo en las calles. Todo lo contrario de lo que sucedió con el buen San Benito José Labre, un verdadero mendigo de Dios cuando la sociedad era orgánica y caritativa.

Por Antonio Borda

 

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