Redacción (Viernes, 21-08-2015, Gaudium Press) Quien visita México se lleva dos impresiones que obedecen a dos mundos superpuestos: una la del México del Distrito Federal, una ciudad inmensa, con más de 20 millones de habitantes, cosmopolita, donde circula mucho el dinero, de edificios enormes, como los de la zona de Santa Fe, similares a los que hay en Manhattan. Todo es grande: sus avenidas, casas de buena categoría y buen gusto, el parque de Chapultepec, la Plaza del Zócalo, en el centro de la ciudad; el tráfico con unas congestiones terribles, carros del año, etc.
Todo habla de desarrollo, pujanza, consumismo y americanismo, porque hay mucha influencia de los Estados Unidos en el estilo de su vida, ya sea en modas, modos de ser y de gozar la vida.
Pero en la propia capital uno cruza toda la Avenida Reforma, llega al centro y luego se dirige hacia la Villa, en la parte norte, cerca del famoso cerro del Tepeyac y se encuentra con otro mundo, el de la Madre de los Mexicanos y Emperatriz de América, Nuestra Señora de Guadalupe, que se apareció al indio San Juan Diego en cuatro oportunidades del 9 al 12 de diciembre de 1531.
Su Catedral antigua imponente, barroca, está hundiéndose y por eso construyeron otra, más moderna, donde caben 5.000 personas sentadas, que siempre está llena con gente del distrito federal y alrededores o de peregrinos venidos de todo el país. En la parte superior de la Basílica hay 20 altares en los cuales se celebran Eucaristías simultáneas, con gente venida del extranjero también. Siempre hay decenas de confesores para atender a los que desean reconciliarse. Se calcula que son 12 millones de peregrinos al año que visitan éste oasis de presencia Mariológica y Cristocéntrica.
Pues bien, estando la semana pasada en la Basílica vimos llegar una multitud de más de 10.000 mujeres peregrinas venidas de Morelia, Tuxpan, Maravatío, Zinapécuaro, Ciudad Hidalgo, etc. que hacen parte del estado de Michoacán. Vinieron caminando 300 kilómetros, en 7 días y hacen parte de 134 parroquias. Junto a ellas estaban 25 sacerdotes que celebraban las Eucaristías en los campos, montañas. Les acompañaban 232 carros de maleteros y 76 carros cocina, según nos informa el semanario Comunidad Cristiana en su edición del domingo 16 de agosto, en las páginas 14 y 15.
Al día siguiente que partieron las mujeres, entre las cuales no pocas niñas y ancianas, arrancaron los hombres para realizar idéntico recorrido y llegar al mismo tiempo. Ya en la Basílica, el Obispo Auxiliar Carlos Suárez celebró una animada Eucaristía. En su homilía dijo: Hoy venimos, una vez más, para encontrarnos con nuestra Morenita del Tepeyac, a presentarle nuestro amor y ofrecerle nuestro sacrificio.
Como premio a ese darse de éste pueblo generoso, reciben de Nuestra Señora el mismo mensaje que le dio a Juan Diego: «No te aflijas, ni te preocupes hijo(a) mía, ¿no te das cuenta que te llevo en mi regazo, que soy tu madre?» Palabras de confianza y de una bondad materna que nos da fuerzas para enfrentar los avatares de ésta vida llena de complicaciones.
¡Qué espectáculo! Es un pueblo que ama y por eso se sacrifica con naturalidad. Ellos mismos no creen que están haciendo algo extraordinario, pero lo es. Esas señales de sacrificio, sencillez, humildad, fe y amor son señales de un pueblo escogido por Dios para un gran futuro. Todo ese tributo de incienso de amor sube en reparación de la frialdad del otro mundo materialista y pura vida que existe.
Por Gustavo Ponce
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