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La preferencia del Señor por los montes

Redacción (Viernes, 27-03-2015, Gaudium Press) En la narrativa de los Evangelios, nunca nos deparamos con Jesús descendiendo a un abismo para rezar o entrando en una gruta para hablar con el Padre. Al contrario, siempre sube Él a un alto monte o a una elevación para retirarse del ruido de la vida activa y pasar la noche en contemplación. «Viendo aquellas multitudes, Jesús subió a la montaña» (Mt 5, 1). «Y despedido que fue el pueblo, se retiró al monte para orar» (Mc 6, 46). «Conforme su costumbre, Jesús salió de allí y se dirigió al monte de los Olivos, seguido de sus discípulos» (Lc 22, 39). Recordemos, sin embargo, que en su condición humana Jesús poseyó, desde el primer instante de su concepción en el seno de María, la visión beatífica, como nos enseña Pío XII, en su Encíclica Mystici Corporis Christi: «[…] por la visión beatífica de la que gozó desde que concebido en el seno de la Deípara, […]» (D 3812).

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Según San Juan Damasceno, Cristo oraba de dentro de su naturaleza humana «enseñándonos que en la oración se manifiesta la gloria divina» 1. Así siendo, estando el alma de Él constantemente viendo a Dios cara a cara 2, no necesitaba Él retirarse para orar al Padre. Entretanto, relata Mateo: «Seis días después, tomó Jesús consigo a Pedro, Santiago y Juan, su hermano, y los condujo aparte a una alta montaña» (Mt 17, 1).

Profundicemos un poco más para sacar un mejor provecho en nuestra vida espiritual: ¿Cuál sería esa montaña?

Afirma Maldonado que «los [comentaristas] modernos piensan que sería el monte Hermón, próximo de Cesarea donde se encontraba Jesús. Pero la Tradición del Tabor es muy antigua; el Tabor es también, por su aislamiento, muy conforme a la descripción del texto, bastante alto y no tan lejos de Cesarea para que en seis u ocho días no se pudiese recorrer la distancia que separa a ambos lugares» 3.

¿Por qué esa predilección del Maestro por lugares altos?

En primer lugar, físicamente, la cumbre de una elevación está más próxima del cielo que el fondo de un precipicio. «La mayoría de las veces la gloria de Dios se hace patente en los montes, que están más cerca del cielo y más alejados de la tierra, y no en los valles» 4, enuncia Maldonado. Por tanto, se podría conjeturar que Jesús Hombre prefiriese estar con su cuerpo lo más cerca posible del Padre, aunque su alma estuviese en la visión directa de Dios -como dijimos arriba – y fuese Él mismo la Segunda Persona de la Santísima Trinidad.

En segundo lugar, tal vez escogiese Él los montes para simbolizar la necesidad de elevar nuestros corazones y pensamientos arriba de las cosas de este mundo, y entregarnos, así, más fácilmente a la meditación de las verdades eternas, como comenta San Remigio 5.

Además, generalmente los altos de las montañas son solitarios y distantes del ruido del mundo. El apartarse de las criaturas es condición indispensable para entrar en contacto con Dios, y más todavía para verlo. A este respecto, el mismo San Juan Damasceno nos enseña en una homilía:

El amor, como cumbre de virtudes, está simbolizado en la montaña sobre la cual Jesús condujo a sus apóstoles; porque quien llega a la cumbre de la caridad, saliendo de cierta forma de sí mismo, puede comprender lo Invisible. […] La hesychía – sugerida por Lc 9, 28 – es la madre de la oración, y la oración es la manifestación de la gloria de Dios; porque si cerramos las puertas de nuestros sentidos y buscamos encontrar a nosotros mismos y a Dios, libres de las cosas que suceden en el mundo exterior veremos dentro, en nuestro corazón, y con toda claridad, el Reino de Dios. Porque el Reino de los cielos […] está en nuestro interior, como lo dijo el mismo Señor 6.

También, de acuerdo con el Papa Emérito Benedicto XVI el monte es lugar para entrar mejor en contacto con Dios:

De nuevo encontramos, como ya en el Sermón de la Montaña y en las noches de oración de Jesús, el monte como el lugar de la especial proximidad con Dios; de nuevo debemos pensar en conjunto los diversos montes de la vida de Jesús: el monte de la tentación; el monte de su gran predicación; el monte de la oración; el monte de la transfiguración; el monte de la agonía; el monte de la cruz; y, finalmente, el monte del resucitado, en el cual el Señor -en oposición a la ofrenda que le hiciera Satanás del dominio sobre el mundo- declara: ‘Me fue dado todo el poder en el cielo y la tierra’ (Mt 28, 18) 7.

Y, de ese modo, el mismo Benedicto XVI define el simbolismo del «monte como lugar de la subida – no solo de la subida exterior, sino también de la interior. El monte como liberación del peso de cada día, como respiración del aire puro de la creación; el monte que ofrece el panorama para la inmensidad y para la belleza de la creación; el monte que me da elevación interior y me permite presentir al Creador».8

Por la Hna. Teresita Morazzani Arraiz, EP

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1 Apud AÑO CRISTIANO VIII Agosto. Coordinadores: Lamberto de Echeverría, Bernardino Llorca y José Luis Repetto Betes. Madrid: B.A.C., 2005. p.138
2 Cf Jo 3, 13 e Jo 8, 38.
3 MALDONADO, Juan de. Comentarios a los Cuatro Evangelios I Evangelio de San Mateo. Madrid: B.A.C., 1950. p. 607
4 Ibid. p.608
5 Cf AQUINO, Tomás de. Catena Áurea. Exposición de los cuatro Evangelios Vol. II San Mateo (segunda parte). Buenos Aires: Cursos de Cultura Católica, 1946. p. 90
6 Cf AÑO CRISTIANO. Op. cit. p.138 – 139

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